Campos de lavanda, los paisajes más buscados de La Provenza.

Los campos de lavanda visten de violeta los paisajes del interior de La Provenza, o Provence como se dice en Francia, a comienzos del verano. Sin duda es uno de los espectáculos naturales creados por el hombre más hermosos que se pueden presenciar en esta privilegiada región. Aunque los campos de lavanda se extienden por diferentes áreas, aquí te voy a dar algunas claves para visitar los más espectaculares.

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Sin duda La Provenza es una región hermosa y privilegiada. Aquí los inviernos son suaves y los veranos se suceden bajo el coro multitudinario del cri-cri de fondo de las cigarras. La elevación más importante de la región, el Mont Ventoux de casi 2.000 m. de altura,  domina la región del valle del Ródano. Y es bien visible desde largas distancias ya que la roca caliza de color blanco que cubre su cima ofrece la engañosa impresión de estar nevado todo el año.

Sobre los roquedales calizos de la región se levantan los llamados pueblos «perché» o colgados que se conservan tal cual desde tiempos medievales. En estos pueblos se han ido asentado gran cantidad de artesanos que son todo un ejemplo de recuperación de las formas de vida y actividades tradicionales. Sus calles estrechas, sus pasadizos y los altos muros de las construcciones dan sombra y mantienen el frescor en los calurosos días de verano. Durante el invierno sus intrincadas callejuelas detienen el soplo del inagotable mistral.

Pero si por algo es conocida esta región es por su tradición en la elaboración de perfumes. Y precisamente el aceite que se extrae de la flor de la lavanda es un ingrediente fundamental en muchos de ellos. La capital del perfume desde hace siglos es la ciudad de Grasse, ubicada en La Provenza oriental. Allí hay que visitar el Musée Fragonard, o Musée du Perfum, una visita imprescindible para dejar volar nuestros sentidos a través del olfato. Pero los grandes campos de lavanda que florecen desde finales de junio hasta principios de agosto se extienden por toda la región.

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Es entonces cuando los pueblos de la región celebran sus festivales de verano y mercados donde la protagonista casi absoluta es la lavanda. Junto a todos los productos imaginables relacionados con esta flor. No te puedes perder la fiesta de la lavanda de Valensole que se celebra en julio, o el «Corso de la Lavanda» de Digne-les-Bains. Desfiles, celebraciones y mercadillos tienen  como protagonista absoluto a la lavanda y todos los productos que se elaboran con ella: miel de lavanda, saquitos de lavanda, jabones, aceites esenciales, todo tipo de perfumes, ramilletes, decoraciones, productos cosméticos, infusiones, licores, inciensos…

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El Plateau de Valensole, el paraíso de la lavanda

¿Quién no ha visto esas postales de la región de La Provenza donde se alinean perfectamente hileras de lavanda en flor? Desde mediados de julio hasta mediados de agosto, momento de su recolecta, los campos de lavanda en floración son el reclamo para miles de turistas venidos de todo el mundo. Los colores azules, lilas y violetas se convierten en los protagonistas de este paisaje donde en primavera florecen los almendros y a finales del verano amarillea el trigo.

Y el lugar más representativo de esta explosión de color violeta es la gran meseta de Valensole. Con sus más de 800 km. cuadrados es el espacio abierto y llano más grande de la región del Verdon. Un paisaje ondulante de praderas, garrigas, bosques de pinos y encinas salpicado de cultivos de olivos, almendros, trigo y aromáticos campos de lavanda. Llegar hasta estos campos salpicados de pequeños pueblos con encanto que caracterizan el paisaje provenzal es muy fácil, ya que se encuentran a menos de dos horas de carretera desde Marsella, Arles o Avignon.

Para tu información, la mejor manera de recorrer toda la región es alquilando un vehículo. Es la única forma de poder moverse libremente, visitar cada pueblo y recorrer los campos de lavanda parando en los lugares que nos parezcan más atractivos.
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Un viaje nada complicado para descubrir algunos de los rincones privilegiados de La Provenza. Y, sobre todo, sus pueblos y sus campos de lavanda. Todo un regalo para la vista, pero también para el olfato. La lavanda, y la lavandine, una especialidad también cultivada aquí, poseen un aroma realmente embriagador. Una planta cuyas propiedades aromáticas, calmantes y desinfectantes son bien conocidas desde la antigüedad.

Una vez en Valensole te sorprenderá la simetría de los campos de lavanda que adquieren diferentes tonalidades a lo largo del día formando un paisaje capaz de hipnotizarnos. Con un poco de suerte, los cielos teñidos de colores anaranjados o rojizos, se combinarán con los lilas y violetas de los campos de lavanda perfectamente alineados. Además, a esas horas, evitaremos el calor del verano que se abate implacable sobre esta llanura donde apenas encontraremos una sombra.

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Desde finales de junio hasta principios de agosto los campos de Valensole se convierten en un escenario fotográfico para gente venida de todo el mundo. Turistas, fotógrafos, curiosos, «influencers», amantes de la Naturaleza…todos llegan hasta aquí buscando esa imagen especial donde la lavanda es la protagonista. Y a todas horas encontrarás gente aparcando en los arcenes de la carretera y paseando entre las hileras de flores.

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Los pueblos provenzales

Esas horas de más calor son el momento perfecto para recorrer los pueblos de la región. En ellos encontrarás imágenes que son la postal perfecta de La Provenza. Son pueblos «perché», como Gordes, colgados sobre las laderas de las colinas rodeados de almendros, olivos y campos de cultivos. Apenas 40 km separan Avignon de Gordes, uno de esos pueblos que tienen la distinción de «un des plus beaux villages de France«, es decir, de los más hermosos de Francia. Y también de los más turísticos y caros, que todo hay que decirlo. Desde la carretera, Gordes aparece encaramado a la ladera de una colina rocosa. Los altos muros de sus casas medievales y la torre de su castillo destacan sobre el resto de construcciones de color ocre y el fondo montañoso de la Vaucluse.

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Estamos en la región del Luberon. Gordes fue asentamiento romano, villa medieval y ciudad fortificada. Hoy es un pueblo eminentemente turístico que ha sabido conservar su arquitectura en piedra de estilo medieval y renacentista. Entre sus calles laberínticas encontrarás numerosas tiendas de artesanías, galerías de arte, terrazas al aire libre y hoteles de lujo.

El imponente castillo que hoy vemos en su aspecto renacentista, data del S.X y resistió el asalto de los hugonotes durante las Guerras de Religión que asolaron Francia en la segunda mitad del S.XVI. Precisamente la inestabilidad política, las invasiones y las continuas amenazas externas estuvieron en el origen de estos pueblos «perché» donde se refugiaba la población de los valles cercanos. El castillo se puede visitar y en su interior os encontraréis con el museo de Pol Mara, un pintor flamenco que decidió quedarse a vivir en Gordes. Es sólo uno más de los artistas enamorados de esta región, como André Lothe o Marc Chagall, que han convertido a La Provenza en uno de los lugares donde se celebran más actividades culturales, festivales de verano, exposiciones artísticas y conciertos de toda Francia.

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Gordes es uno más en esta región salpicada de pueblos que conservan sus casas de piedra ocre, perfectamente decoradas con macetas de flores y contraventanas  de colores pastel. Casi todos son de calles estrechas, hechos para caminarlos a pie, disfrutando de la belleza de los pequeños detalles. Algunos conservan los restos de viejas murallas y castillos ubicados en lo más alto, convertidos en excelentes miradores hacia los campos que se extienden a sus pies, como Saignon.

Siempre que me pierdo por los pequeños pueblos de Francia quedo admirado por ese cuidado que se tiene de la estética, por el esfuerzo que se hace por mantener la belleza original de lo antiguo. Renovando, pero no destruyendo. Y estos pueblecitos de La Provenza son un ejemplo de ello, repletos de rincones con un encanto muy especial que los hace únicos.

Y es que la acción política del estado francés iniciada en los años 60 del siglo pasado con el escritor y ministro de Cultura a la cabeza, André Malraux, está dando sus frutos. En esos años se dictaron leyes que protegían el patrimonio francés, dando incentivos para su restauración y mantenimiento. A esto se le sumaron asociaciones de defensa del patrimonio, además de la buena disposición de los habitantes de estos pueblos. Sobre todo cuando vieron que, atraídos por su belleza, sus pueblos empezaron a llenarse de turistas venidos de todo el mundo.

Pueblos medievales empotrados en un macizo rocoso como Moustiers-Sainte-Marie, lindante con las gargantas del Parque Natural del Verdon. Pueblos como Roussillon con sus colores de ocres provenzales, ya en la región del Luberon, con sus tierras que son una especie de pequeño Colorado provenzal. También pueblos ligados a su entorno natural, sobre todo al agua, como como Fontaine de Vaucluse o L´Isle-sur-la-Sorgue. O ligados a la lavanda como Coustellet, donde encontrarás el Museo de la Lavanda.

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Son magníficos ejemplos de cómo los habitantes de la región cuidan del entorno y del patrimonio heredado de sus antepasados fomentando, además, un turismo de calidad. Un turismo respetuoso con el paisaje y las formas de vida tradicionales, amante de la belleza estética y de los placeres de la vida. Placeres como el del buen beber y el del buen comer. Porque la gastronomía de esta región tan mediterránea también es parte fundamental de su cultura.

La Abadía de Senanque

No puedo terminar este recorrido por los lugares imprescindibles de la lavanda sin hacer una parada en la Abadia de Senanque. La carretera que conduce hacia esta abadía cisterciense de estilo románico es estrecha y revirada. Como corresponde a los caminos de acceso a los lugares aislados que los monjes elegían para alejarse del mundanal ruido. Pero a pesar de encontrarse en un valle retirado, el tráfico es intenso porque la Abadía de Senanque se ha convertido en una de las imágenes icónicas de La Provenza. Sobre todo durante la época de floración de la lavanda.

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Construida en 1148 por la orden del Císter, la abadía se mantiene en su primitivo aspecto original y se puede visitar para recorrer su claustro, la iglesia o el refectorio. Pero si gente de todo el mundo viene hasta aquí no es sólo para admirar el arte cisterciense. Desde hace siglos los monjes de la Abadía se han dedicado a plantar campos de lavanda. Con sus flores los monjes elaboran jabones, perfuman dulces y recolectan miel que luego venden en la tienda abierta al público. Todo un negocio que, junto a las visitas guiadas de pago, constituyen una lucrativa fuente de ingresos.

A principios de verano las colinas circundantes se comienzan a vestir de violeta rodeando de tonos azulados la abadía medieval. Es un espectáculo único que ha sido pintado, admirado, fotografiado y convertido en una de las imágenes más conocidas de Francia. Este es uno de esos lugar para dejarse llevar por lo sentidos. Para pararse y disfrutar de los colores bajo el sol, inspirar los aromas perfumados, escuchar el zumbido de los insectos, cerrar los ojos y dejarse llevar por el inagotable cri-cri de las cigarras.

 

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Ya desde la carretera resulta imposible no detenerse a tomar las primeras fotografías. Después uno puede caminar entre los campos de lavanda en flor oliendo el intenso aroma que lo invade todo. Realmente es un espectáculo de gran belleza visual. Y para no romper esa armonía hay zonas acotadas. Desgraciadamente muchos turistas no respetan estas áreas y se saltan los muretes para hacerse los inevitables selfies rodeados de lavanda. Apenas puedo tomar unas pocas imágenes en las que no haya algún turista rompiendo la armonía del paisaje. Por eso te recomiendo venir a primeras horas de la mañana o a última hora de la tarde lo que en Francia quiere decir a partir de las 18 horas.

Me cuesta despedirme de la Abadía y, sobre todo, de los campos de lavanda. Sin duda, todo un espectáculo digno de ver y de disfrutar. Con todos los sentidos.

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Información práctica:

  • No te pierdas el mercado de Gordes con productos de la tierra que los productores locales ponen a la venta todos los martes por la mañana. Durante el verano Gordes ofrece una extensa oferta cultural. Consulta en la Oficina de Turismo sobre la programación de teatro, música y danza del festival «Les Soirees d’été de Gordes» que se celebran a principios de agosto. Y por esas fechas tampoco te pierdas el festival del vino.
  • La Abadía de Senanque está a 5 Km. de Gordes y es uno de los lugares más visitados de La Provenza. Intenta llegar tempano o al atardecer. La forma más práctica de acceder aquí es en coche. El estacionamiento es gratuito así como el acceso a los campos de lavanda. Si quieres visitar el interior de la Abadía tendrás que pasar por caja.
  • Entre los pueblos de Roussillon y Rustrell hay un curioso recorrido a pie denominado «Le Colorado Provençal«. Una maravilla de paseo por un bosque mediterráneo que atraviesa colinas de diferentes tonalidades ocres y rojizas. Durante mucho tiempo sirvieron de cantera para extraer las tierras ocres utilizadas sobre todo en pintura.
  • Por toda la región entre julio y agosto se celebran fiestas locales para celebrar la recolección de la lavanda. Estos son algunos de los más interesantes:

En la Alta Provenza:

  • Montélimar: fiesta de de la lavanda durante la primera quincena de julio
  • Riez:  fiesta de de la lavanda en la segunda quincena de julio
  • Valensole: fiesta de la lavanda cada tercer domingo de julio
  • Digne-es-Bagnes: desfile de la lavanda a principios de agosto. Y luego Feria de la Lavanda durante la segunda quincena del mes.

En la región de Vaucluse:

  • Valréas: Durante el primer fin de semana de agosto se celebra el desfile de la lavanda con carrozas de flores.
  • Sault: el 15 de agosto se celebra la fiesta de la lavanda con concurso de poda y carrozas de flores.
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