Peshawar, la capital de los pastunes de Pakistán.

A Peshawar no le podrían haber elegido un nombre mejor. Su nombre deriva del sánscrito Puruṣapura que quiere decir “ciudad de varones”. Y hombres, sólo hombres, es lo que os vais a encontrar por sus calles. Las mujeres brillan por su ausencia en esta caótica, decadente, hospitalaria y fascinante ciudad. Así es Peshawar, la capital económica, religiosa y cultural de los pastunes de Pakistán.

Tras casi dos semanas de viaje por el norte de Pakistán, Peshawar supuso una inmersión total en el mundo de los pastunes, la etnia musulmana mayoritaria en la ciudad y en todo el valle del Khyber. O lo que es lo mismo, una de las regiones con la historia más turbulenta de esta zona del sur de Asia.

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El valle del Khyber y su turbulento pasado

Peshawar se encuentra rodeada de montañas, enclavada a las puertas del famoso Paso del Khyber, la vía de acceso natural entre Pakistán y Afganistán. Las primeras referencias históricas hablan de la fundación de Peshawar en el S.V a.C.. Un siglo después por aquí pasaron las tropas macedonias de Alejandro Magno. Y ya en el S.II d.C., bajo el imperio Kushan, se convirtió en un punto estratégico para el control del comercio de la región ya que por aquí trascurría la antigua Ruta de la Seda.

A lo largo del tiempo se fueron sucediendo los imperios y las invasiones: los hunos, los mogoles, que la refundaron en el S.XVI, los persas, los sijs y los británicos. Con la retirada de los ingleses tras la independencia de la India, Peshawar pasó a formar parte de Pakistán en 1947. La guerra indo-pakistaní de ese mismo año provocó la expulsión de los hindúes y sijs de la ciudad, que controlaban la mayor parte de la economía local.

Cuando todo parecía apaciguarse, la invasión de Afganistán por parte de la URSS convirtió a Peshawar en el centro operacional de la CIA que comenzó a armar a los muyahidines que combatían a los soviéticos. Los largos años de guerra provocaron una oleada de cientos de miles de refugiados afganos que alteró la estructura cultural y demográfica de todo el valle del Khyber y de Peshawar.

Y tras los soviéticos llegaron los norteamericanos que combatían a los talibanes de Afganistán, armados por ellos mismos unos años antes. De nuevo Peshawar se convirtió en un nido de espías y lugar de refugio para los afganos que huían de la guerra. También para los talibanes, que encontraron aquí una red de apoyo que les ocultaba de la persecución de las tropas norteamericanas. Incluido el mismísimo Osama Bin Laden, que que fue localizado y ejecutado escondido en una casa del valle del Khyber en 2011.

Caminando y fotografiando tranquilamente por Peshawar

Afortunadamente aquellos años en los que la ciudad de Peshawar sufrió atentados y ataques por parte de los talibanes, quedaron atrás. Aun así, tengo que confesar que sentí cierta aprehensión en los primeros paseos por las bulliciosas calles del centro de la ciudad. Sensación que desapareció rápidamente al recibir una acogida calurosa y hospitalaria por parte de la gente que iba encontrando.

Inesperadamente los coches, motos y tuktuk se detenían en medio de las calles para saludarnos. Los niños preguntaban con curiosidad a sus padres sobre aquellos extranjeros, pues muchos era la primera vez que veían a unos occidentales. Los comerciantes nos invitaban a tomar el té, incluso daban las gracias por fotografiarles y enseñarles las fotos. Un vendedor ambulante de caña de azúcar me dijo que éramos los primeros turistas que veía en 10 años

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El temor inicial desapareció a medida que hombres, niños y jóvenes nos saludaban amablemente. Pero ¿dónde estaban las mujeres? No se veían por ninguna parte. Animados por la calurosa bienvenida nos adentramos por callejuelas de pavimentos rotos amparados por la compleja red de cables colgantes de electricidad que sobrevuelan nuestras cabezas. Los edificios, destartalados en su mayoría, todavía conservan algunas notables muestras de artesanía de madera en sus balconadas y en sus descoloridas puertas.

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Voy a seros sincero, Peshawar es una de las ciudades más feas que he visto en mi vida. Pero esa fealdad es sólo una fachada de lo que realmente acaba enganchando de esta ciudad. La animación y vida de sus calles y mercados son algo digno de ver. Y de fotografiar. A las tiendas de especias le suceden las carnicerías, pescaderías, panaderías, queserías, pollerías, restaurantes al aire libre, puestos callejeros, vendedores ambulantes…

Te podrás hacer una idea mucho mejor con este vídeo:

Todo Peshawar se convierte en una sucesión de escenarios donde se representan momentos únicos con sus decorados y protagonistas. Actores de su propia vida que, a veces, aparecen ensimismados en sus quehaceres. Y que otras rompen esa “cuarta pared” para saludarte. Y de paso, hacerte unas cuantas preguntas curiosas en un precario inglés. Siempre con una amabilidad y una cortesía dignas de admiración. El lugar perfecto para fotografiar hasta cansarte.

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Lo que al principio son hombres barbudos que inspiran cierto temor nacido de los informativos y las películas, se convierten en hombres que sonríen, que te dan la bienvenida y se muestran siempre hospitalarios. Gracias a ellos, Peshawar se convierte en uno de esos lugares especiales donde es la gente lo que de verdad importa. Desde luego, Peshawar no es una de esas ciudades revestidas de hermosas construcciones y bellas fachadas. Pero vacías de contenido, habitadas por gente fría, triste y distante.

Este no es el caso de Peshawar, que termina por resultar amigable. Y tremendamente interesante fotográficamente hablando. A cada paso que doy me pregunto qué conflictos y sufrimientos habrán visto y vivido estos hombres. Hombres a los que no puedo dejar de retratar mientras me miran directamente a los ojos.

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La vida está en los bazares y en las calles

En realidad, casi toda la ciudad es un bazar al aire libre. Y la vida, al menos la de los hombres, se hace en la calle. La ciudad vieja de Peshawar es una sucesión de tiendas con las puertas y las ventanas abiertas, con los productos y mercancías bien visibles a todo el que pase por delante.

Hasta hace algún tiempo el centro de Peshawar estaba rodeada de murallas. Hoy apenas quedan restos de las antiguas fortificaciones. Sin embargo, se mantiene en pie y todavía ocupado por el ejército, el gran Bala Hisar Fort. Levantado sobre una elevación al noreste de Peshawar se construyo extramuros de la ciudad, ofreciendo una vista panorámica de Peshawar y de sus alrededores. Pero el crecimiento urbano ha terminado por rodear el fuerte de viviendas y resulta difícil apreciar sus grandes dimensiones, así como sus robustos muros de ladrillo rojizos. Al ser una instalación militar, no se puede visitar a no ser con un permiso especial.

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Viajar por Pakistán puede resultar toda una odisea si no lo haces acompañado por los mejores. Y en este caso no puede haber mejor elección que PHOTOTRAVEL, agencia especializada en viajes fotográficos a destinos muy especiales. Recorrer sin perdernos el centro histórico de Peshawar sin su guía, el gran Amin Khan, habría sido literalmente imposible. Gracias a Amin pudimos acceder a lugares que, de otra forma, no habríamos encontrado ni conocido nunca.

Este fue el caso de algunos de los bazares como el de Quissa Kahwani, ubicado a unas pocas cuadras del Ghanta Ghar. Esta torre del reloj, que es lo que significa Ghanta Gahr, fue construida en 1900 para conmemorar los 75 años de reinado de la reina Victoria. Desde entonces se la conoce como la Cunningham Clock Tower en honor al gobernador británico de la época, Sir George Cunningham. La torre no es nada especial, pero es un referente para orientarse por las calles del centro de Peshawar.

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La gastronomía popular de Peshawar

Estamos en el epicentro de la vida diaria de Peshawar con sus vendedores de ropa, tiendas de cerámica y latón, carnicerías, pescaderías, panaderías, y tiendas de té y especias bien a la vista. Y por supuesto, con sus famosos puestos de comida callejeros. Toda una institución en la ciudad. Porque en Peshawar la gastronomía se vive, se siente, se huele y se degusta en plena calle.

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  • El Qissa Khawani Bazaar

El Qissa Khawani Bazaar es un hervidero de actividad. Aquí paraban a descansar, contar sus historias e intercambiar noticias los comerciantes de la Ruta de la Seda. De ahí le viene el nombre a este lugar, el “Bazar del Narrador” o “de las Narraciones”. Todavía hoy este bazar y sus calles adyacentes conservan ese ambiente comercial, palpitante de actividad y lleno de bullicio, sobre todo por las mañanas.

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Sobre las calles se eleva el humo de los hornos de madera y revolotean los olores del pan recién hecho en los hornos tandoori, de la carne y las especias. Los habitantes de la región del Khyber son muy aficionados a la carne y eso es lo que vas a encontrar en casi todos los restaurantes y puestos de comida. Kebabs, pollo, trozos de carne o carne picada, acompañada casi siempre de arroz, más o menos picante, con especias o caldo de carne.

Aquí se encuentra el restaurante Zaika Chawal, conocido por su “pulao”, un plato de carne de ternera servido con mucho arroz, pasas, garbanzos, trozos de hueso y médula para darle sabor al conjunto. Veréis que es un plato muy popular que se prepara en muchos otros lugares, en la misma acera y en grandes sartenes.

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  • Namak Mandi Road, la “Street Food”

Aquí se encuentra otro de los restaurantes más conocidos de Pakistán, el Nisar Charsi Tikka, al que vas a tener que entrar sí o sí. Por lo menos para saludar a su simpático propietario, y para ver a sus carniceros en acción. Todo un espectáculo en el que estos hombres despellejan, desmiembran, cortan pollos y cuartean piezas de carne con grandes cuchillos estratégicamente situados entre sus piernas.

Aquí la especialidad local es el pollo tikka, salado, y el pollo karhai, especiado, cocinados a la parrilla de carbón. En ambos casos servido en grandes bandejas acompañado de naan, el pan local. Te aconsejo probar los dos porque son muy sabrosos, con el punto exacto de especias para que no estén picantes. De todas formas, por la calle encontrareis una sucesión interminable de puestos de comidas abiertos durante todo el día y hasta bien entrada la noche.  

La Namak Mandi Road, o Street Food, es otro de los lugares más conocidos y renombrados de Peshawar para degustar su gastronomía. Os aconsejo venir por la noche, cuando la zona reservada a las terrazas de los restaurantes de la Street Food se iluminan. Entonces sus mesas al aire libre se llenan de hombres que comen, beben té y charlan animadamente.

  • El Saddar Bazaar

Este es el bazar dedicado a las tiendas de ropa y complementos como los tradicionales gorros de lana de Chitral, llamados pakul por los pastunes. Gastronómicamente hablando, este es el territorio de otra de las especialidades locales por excelencia: el “chapli kebab”. Este kebab plano es más bien una especie de hamburguesa crujiente, sazonada con especias locales, acompañada de verduras y preparadas, como habrás supuesto, en grandes sartenes. Por aquí tampoco pueden faltar una multitud de locales que sirven pulao, kebabs, pizzas o pani puris. Además de vendedores ambulantes de chapatis, chaat de yogur con diferentes ingredientes, dulces como el makhandi halwa que se sirve caliente, helados de sabores y jugos de frutas. Y como por toda la ciudad, locales donde te sirven en pequeñas jarras de colores el té recién preparado.

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Tras unos días aquí te darás cuenta de que Peshawar no sería la misma sin sus puestos de comida callejeros, sus restaurantes y la amabilidad de los hombres que atienden todos estos negocios. Eso sí, no esperéis ver ninguna mujer al frente de ninguno de ellos. Está claro que los pastunes tienen un sentido muy estricto y limitado del papel de la mujer en la sociedad. A veces veréis algunas mujeres, siempre cubiertas de pie a cabeza por un burka de tonalidades ocres o marrones, caminando como fantasmas entre la indiferencia de los hombres. Me pregunto cómo verán el mundo esas mujeres a través de la rejilla de tela que les cubre casi totalmente la cara. Y, sobre todo, qué pensarán.

El Peshawar Heritage Trail

Como ya he dicho, Peshawar no es una ciudad fácil de conocer. Consciente de ello y de la diversidad cultural, histórica y patrimonial que alberga, sus autoridades decidieron crear en el 2018 el Peshawar Heritage Trail. Este corto recorrido de poco más de un kilómetro trascurre por las partes más antiguas de Peshawar enlazando edificios históricos, mezquitas, y bazares.

Estamos en Bazaar Kalan, justo en el cruce donde se levanta la Gantha Gar, la Cunningham Clock Tower. A sus pies los vendedores de pescado fresco raspan y limpian unos peces de tamaño considerable. Dejando atrás la Gantha Gar y una bocacalle llena de puestos de verduras y carnicerías (perfecta para fotografiar), nos dirigimos hacia uno de los lugares más sorprendentes de Peshawar: las Sethi Haveli.

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Los Sethi fueron una familia de comerciantes hindúes procedentes del Punjab que se establecieron en Peshawar a comienzos del S.XIX. Su red comercial se extendió por Asia Central llegando hasta Rusia. Su declive comenzó precisamente tras la Revolución Rusa de 1917 que provocó la pérdida de su boyante negocio y, en pocos años, casi su ruina.

Pero antes de su declive, los Sethi invirtieron parte de sus ganancias en levantar una serie de mansiones palaciegas en Peshawar, las Haveli. El estilo oriental de su decoración y el gran tamaño de estas siete mansiones construidas en ladrillo y madera todavía nos hablan hoy de la opulencia de esta familia.

Es inevitable sentir cierta decepción al llegar al barrio de estrechas calles donde se levantan estos edificios. Los grandes muros de las fachadas apenas cuentan con decoración exterior, a no ser las de las entradas de alguno de ellos. Casi todos se encuentran en un estado lamentable de deterioro y olvido, excepto dos. Una de estos palacetes todavía está habitado. El otro, comprado y restaurado por el gobierno pakistaní, se puede visitar. Es el haveli terminado de construir por Karim Baksh Sethi en 1884.

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Traspasando una pequeña puerta y cruzando por unos oscuros pasillos, entro en una de las casas que todavía están habitadas. Su propietario nos pide por favor que salgamos. Finalmente encontramos la entrada a la Karim Baksh Sethi. Es una pequeña puerta en un muro desnudo en la que apenas es posible discernir algún cartel de entrada. Y todavía menos, adivinar lo que nos depara su interior.

Pero una vez que entras y accedes a su patio central presidido por una fuente, te das cuenta de que este lugar es una maravilla. Las elaboradas tallas de madera de los techos y paredes se combinan con las celosías de las ventanas decoradas con cristales de colores. Ventanas de los dormitorios y salones que se abren al patio desde los cuatro costados.

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Recorrer esta viaja mansión revestida de exquisitas decoraciones de estilo oriental es un privilegio. Desde su gran reserva de agua ubicado en el sótano de la casa, hasta las terrazas que se elevan sobre los tejados de la ciudad vieja, todo estaba pensado para refrescar la casa en los tórridos veranos. Y para ello aprovechaban las corrientes de aire que recorrían la casa de abajo hacia arriba. Impresionados, salimos de la gran casa por la misma pequeña puerta por la que entramos. Esperando que más pronto que tarde alguien decida recuperar el resto de las Sethi Haveli para salvarlas del abandono en que se encuentran. 

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Llega el momento de visitar otra de las joyas de Peshawar. Y para ello nos adentramos en el Andar Sheher Bazar, el mercado de los joyeros. La estrecha calle y sus valiosos negocios se encuentra custodiada por vigilantes armados con pistolas y Kalashnikov. En uno de los laterales del mercado una pequeña escalinata da acceso a la Masjid Mahabat Khan. Esta mezquita fue construida en 1630 por Mahabat Khan, el gobernador de Peshawar cuando el Khyber estaba bajo el control del emperador mogol Shahjahan. Sí, el mismo que hizo construir el Fuerte de Delhi y el Taj Mahal entre otras grandes obras.

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La mezquita sobresale por su gran patio presidido por una fuente de las abluciones y sus tres cúpulas estriadas. En el interior sobresale la cuidada decoración de las salas de oración a base de motivos florales, geométricos y caligráficos. Siempre digo que entrar en una mezquita y caminar por su interior es como entrar en otro mundo. Y en este caso también sucedió así. En el exterior de la mezquita se levantan dos minaretes, lugar elegido para ahorcar a los presos en tiempos pasados.

Las mejores vistas de la mezquita se tienen desde las terrazas más altas de las construcciones cercanas. Tendrás que adentrarte en las callejuelas cercanas y preguntar por alguien que tenga acceso a alguna. La imagen de la mezquita al atardecer con el muecín llamando a oración es inolvidable.

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Adiós Peshawar, la ciudad de las mujeres ausentes

Tras caminar por el bazar de los joyeros, toca dar media vuelta y regresar hacia Chowk Yadgar. Reconoceréis enseguida esta plaza porque en ella se levanta una pequeña construcción columnada rematada con una cúpula. Aquí termina este corto pero intenso camino patrimonial por esta ciudad destartalada y caótica, pero con un encanto que la hace especial.

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 La hospitalidad de su gente, la vida en la calle y las escenas que te encuentras a cada paso suplen con creces la triste impresión inicial. Peshawar es decadente, vital, amable y diferente. Es uno de esos lugares del mundo que todavía conservan su personalidad propia, alejada de la uniformidad de un mundo cada vez más globalizado.

Todo esto no me hace olvidar la ausencia pública de la mitad femenina de la población, que permanece oculta en el interior de las casas, invisibles al visitante. Los preceptos religiosos del islamismo extremo practicado por los pastunes difieren del islamismo practicado por los ismaelitas del norte del país. Un islamismo más abierto, donde la mujer tiene cada vez un rol más importante dentro de la sociedad y de la vida diaria.

Me pregunto si alguna vez podré ver en Peshawar mujeres sin burka caminando por sus calles, mujeres trabajando, mujeres estudiando en la Universidad. Mujeres que puedan mirar y saludar a los extranjeros sin sentir temor ni vergüenza. Un Peshawar donde las niñas de hoy puedan elegir su destino más allá del que le señalan los hombres de su familia. Más allá de las paredes de sus casas.

Ojalá,´iin sha´allah,  

که یوازې

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