¿Viajar a Pakistán? ¿Estás loco? Sí, claro que sí.
Porque Pakistán es un sueño hecho realidad para cualquier amante de los viajes auténticos. Si buscas esa sensación de aventura en una Naturaleza descomunal, alejarte de los destinos trillados y masificados, y encontrar el contacto directo con una gente que te ofrece una hospitalidad sin límite, Pakistán se convertirá en uno de tus destinos favoritos.
Estas sensaciones se acrecientan si viajas al norte del país. Una región fronteriza entre China, India y Afganistán, lugar de paso de la mítica Ruta de la Seda que partía desde China y encrucijada estratégica para conquistadores, ejércitos e imperios. Por aquí pasaron Alejandro Magno y su ejército macedonio, además de hindúes, persas y mogoles. Aquí se enfrentaron los imperios ruso y británico por su control en el S. XIX. Y en el S.XX la Unión Soviética y los USA volvieron a intentarlo invadiendo Afganistán para controlar esta zona estratégica del centro de Asia. Conflictos que afectaron negativamente a Pakistán al convertirse en refugio de los talibanes huidos del país vecino.
Debido a todo esto la imagen que se tiene de Pakistán está distorsionada negativamente. Por eso la sorpresa es inmensa cuando descubres un país de una belleza infinita y una gente que te recibe con los brazos abiertos y una amabilidad desbordante. Un país por el que puedes viajar con seguridad y en el que siempre eres bienvenido. Incluso en lugares a priori hostiles hacia los occidentales como Peshawar, la capital pakistaní de los pastunes.
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Es cierto que viajamos a un país donde la versión más conservadora de la religión musulmana sunita impera en alguna de sus regiones. Y esto supone que la mitad de la población es invisible. Las mujeres parecen inexistentes en algunos lugares, y las pocas que ves van cubiertas con largos pañuelos, mantos y burkas.
Sin embargo, la población pakistaní también está formada por punjabíes, sindhis y otras minorías étnicas donde la mujer sí tiene mucha mayor presencia en la sociedad. Además, no hay que olvidar que en algunas regiones del norte la rama ismaelita del Islam, de mentalidad mucho más abierta, es casi mayoritaria.
Si el componente humano resulta ya de por sí fascinante, la Naturaleza despliega en el norte del país toda su magnificencia. Las cordilleras del Himalaya, el Karakorum y el Hindukush confluyen aquí creando algunos de los paisajes más increíbles del planeta. Levantarse cada día rodeado de montañas de más de 7000 metros, enormes glaciares, gigantescos valles cubiertos de hierba, ríos prístinos y lagos de color celeste es algo que resulta inolvidable. Un privilegio con mayúsculas.
Lo podréis entender mucho mejor viendo este vídeo.
Si todavía piensas que viajar a Pakistán es una locura, yo te digo que la locura es no conocerlo. Por eso te recomiendo hacer este viaje con PHOTOTRAVEL, agencia española especializada en fotografía y viajes de aventura a los lugares más remotos del planeta. Este no es un viaje fácil, por eso lo mejor es hacerlo con los mejores profesionales.
La gente de Pakistán
No me cansaré de repetir que no hay como viajar para romper con los estereotipos. Y esto sucede con más razón cuando se trata de un lugar tan desconocido como Pakistán. La realidad humana de este país te sacude de encima cualquier idea preconcebida nada más llegar. Desde el primer momento y sin concesiones. La amabilidad, educación, simpatía, sentido de la bienvenida y hospitalidad de los pakistaníes supera cualquier expectativa.
En muchos lugares ver a unos extranjeros supone todo un acontecimiento. Hubo personas que nos comentaron que éramos los primeros occidentales que veían en años. La gente te saluda y te pregunta si te gusta Pakistán, si has tenido algún problema, si necesitas ayuda, te invitan a tomar un chai o a comer en sus casas. Los coches y las motos paran en mitad de la calle para saludarte, darte la bienvenida y pedirte que les fotografíes. Algunos niños te miran asombrados con los ojos abiertos como platos, pasando de la sorpresa a la curiosidad casi al instante.
Nadie pide nada. No te insisten para comprar o para que entres en un local o un restaurante. No te acosan, no buscan nada. Sólo preguntar si estás bien y decirte que eres bienvenido. En sus rostros descubres la curiosidad, que es mutua. Me dejan fotografiarlos y yo me dejo fotografiar con ellos. Todo fluye, todo es fácil, las conversaciones surgen espontáneas, de forma natural. Sólo por conocer, conversar, sonreír y fotografiar a los pakistaníes merece la pena venir a este país.
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Vivir la aventura
Si vienes a Pakistán vas a vivir algunos de los momentos más intensos de tu vida. Y no hace falta subir al K2 o a algunas de las montañas más altas del mundo que se encuentran en este país. Porque aquí todavía es posible sentir que caminas al filo de la navaja o, mejor dicho, del abismo, sin ser un montañero experto. Esto es lo que pasa en el viaje que lleva hasta Fairy Meadows, la base de los trekking al glaciar del Nanga Parbat en la cordillera del Himalaya.
Desde el Raikot Bridge nos espera una de las rutas más peligrosas del mundo en 4×4. Un ascenso de hora y media en jeep por una ruta de tierra y piedras excavada en la ladera de la montaña. Un estrecho camino en ascenso que va bordeando precipicios imposibles, y con las ruedas del jeep rozando el vacío en cada curva. El corazón se pone a 200. Al mínimo fallo del conductor, adiós mundo cruel. No hay opción de sobrevivir a una caída por estas laderas casi verticales.
La aventura sigue durante las casi 3 horas de ascenso por un estrecho camino a pie hasta las verdes praderas de Fairy Meadows. Si el tiempo acompaña, las visitas de la lengua del glaciar y las cumbres del Nanga Parbat, la novena montaña más alta del mundo, son un premio más que merecido.
Si todavía no has tenido suficiente, acércate hasta el Hussaini Suspension Bridge. Un puente colgante que cruza el río Hunza y que sólo lleva hasta la otra orilla. Sin más. Sólo por el reto de cruzar este puente bamboleante rodeado de un paisaje que parece de otro planeta.
Pero este no es el puente colgante más grande y peligroso de Pakistán. Ese título lo ostenta el cercano y todavía poco conocido Passu Suspension Bridge. El deterioro de sus tablas de madera y el viento que lo zarandea suponen todo un reto sólo apto para los más atrevidos.
Si todavía quieres más, puedes subir hasta las estribaciones del glaciar Passu. Desde el estrecho sendero de montaña que transcurre sobre inestables lajas de pizarra, tendrás unas panorámicas inolvidables del inmenso valle, de la lengua del glaciar y de los picos que lo rodean. Todos superan los 7000 m. de altura.
Los paisajes inabarcables
El norte de Pakistán está definido orográficamente por 3 de las cordilleras con las elevaciones más altas del planeta: el Himalaya, el Karakorum y el Hindukush. Las 3 confluyen en el valle de Hunza, en el punto de unión entre el río Indo y el río Gilgit. La carretera del Karakorum que sale de Gilgit hacia Hunza recorre un mundo de montañas inmensas, rocas gigantes, paredes de piedra de colores grises y ocres, y constantes derrumbes. Una tierra dura, reseca, salpicada de valles fluviales arbolados y fértiles campos de cultivo.
Esta sucesión de paisajes de dimensiones colosales es una constante del viaje. A un lago de aguas turquesas donde se reflejan las montañas cercanas, le sucede un glaciar que casi llega hasta la carretera. A un profundo valle de terrazas cultivadas, le suceden enormes montañas nevadas.
Subes al mirador Duiker Hill de Karimabad y todo a tu alrededor es un paisaje de ensueño. Desde aquí el maravilloso valle de Hunza se despliega en toda su belleza rodeado por un paisaje en 360º de montañas sin fin. Los atardeceres desde aquí son una locura.
Si no has tenido bastante, levántate por la mañana con la vista de los Passu Cones. Una sucesión de afilados picos de más de 6000 m. que son los más fotografiados y fotogénicos de la zona de Gulmit. Es de esos paisajes que se quedan grabados en la retina para siempre.
Al igual que las panorámicas del valle de Phander y el gigantesco valle del Shandur National Park. En primavera sus verdes praderas salpicadas de riachuelos y lagos se llenan de miles de yaks, caballos, ovejas, cabras y burros traídos a pastar por pastores de todas las comarcas cercanas. Esta es una de las escenas más evocadoras, idílicas y mágicas de este viaje.
Los últimos kalash
Pasar unos días conociendo y conviviendo con los kalash es una de las vivencias más intensas y enriquecedoras de este viaje. Como ya he dicho antes, la población del norte de Pakistán es una mezcla de las migraciones, invasiones, conquistas y asentamientos de diferentes orígenes establecidos en esta región a lo largo de la Historia.
Apenas quedan unos 4000 kalash, cada vez más “asediados” por la presencia de una creciente población de mayoría musulmana proveniente del centro y sur del país. Hasta hace pocos años los Kalash vivían aislados en unos pocos valles casi inaccesibles del extremo noroeste del país, a menos de 10 km. de la frontera afgana. Y durante generaciones han mantenido gran parte de sus tradiciones, forma de vestir, lengua, cultura y religión. Los que quedan repartidos en un par de valles son parte de lo que se suele llamar en estos casos, «una isla de resistencia»
Porque de todas las minorías étnicas de Pakistán, la de los kalash es la más amenazada y la que tiene un origen más misterioso. Aunque algunos ancianos dicen que sus orígenes están en las tropas macedonias de Alejandro Magno en su paso hacia la India, la realidad es otra. Su lengua, religión y tradiciones nos hablan de sus orígenes compartidos con los nuristanis de Afganistán y con pobladores del este del Cáucaso llegados a la región antes del S. XI.
Cualquiera que recorra a pie una aldea Kalash hará un viaje en el tiempo y en el espacio. La forma de vestir, el tipo de construcciones, la configuración de las aldeas y el aspecto caucásico de muchos de sus habitantes hace que te olvides que estás en Pakistán. Y si tu estancia coincide con uno de los 4 festivales anuales de los kalash, entonces te darás cuenta de que estás viviendo algo único y excepcional.
Peshawar, la capital de los pastunes de Pakistán
Un largo día de viaje y muchos mundos de distancia separan a los kalash de los pastunes de Peshawar. Pocas veces he visto una ciudad tan desangelada, caótica, desordenada y decadente, pero al mismo tiempo con tanta magia y encanto como Peshawar. Es imposible describir una de las ciudades más antiguas del mundo, donde la vida se hace en la calle y donde casi exclusivamente sólo se ven hombres. Aquí la mitad de la población, las mujeres, permanece inédita al visitante.
Los pastunes son musulmanes practicantes y llevan al extremo la práctica de la ley islámica de la sharía. Con todo lo que ello conlleva. Además, Peshawar vive con la marca imborrable de la presencia de los talibanes procedentes de la vecina Afganistán. Todo ello ha ahuyentado al turismo hasta el punto de convertirnos en los únicos visitantes occidentales que algunos de sus habitantes veían en años.
Sin embargo, Peshawar despierta un sentimiento de fascinación único que se ve incrementado por la amabilidad, bienvenida y gran acogida que te dan sus habitantes. Pasear por las calles de su desangelado centro histórico es vivir una sucesión de escenas bíblicas y de momentos congelados en el tiempo.
Pakistán, mucho más de lo que pensaba. Mucho mejor de lo que creía.
Este podría ser el resumen de dos semanas de recorrido por el norte del país. Y el resultado de uno de los viajes más intensos y enriquecedores que he hecho en mucho tiempo. La variedad de paisajes y de su gente, la riqueza y belleza de su naturaleza magnificente, la alegría, sonrisas, curiosidad y amabilidad infinita de sus habitantes…Todo ello constituye una propuesta imbatible para todo aquel que quiera conocer un destino casi desconocido y poco visitado.
Un lugar donde descubrir que la aventura todavía es posible; donde disfrutar de todo lo opuesto a un turismo masivo; y donde asombrarse como un niño ante la enormidad de los grandes espacios. Todo ello y mucho más todavía es posible aquí, en el sorprendente y grandioso norte de Pakistán.
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