Las piedras desnudas de Chichen Itzá.

Las ruinas de Chichen Itzá tienen el atractivo de esos lugares que revelan la gloria y la ruina de las grandes civilizaciones. Sus piedras desnudas nos enseñan que nada es inmutable, y que hasta las más grandes culturas e imperios terminan por desvanecerse en el tiempo. A veces incluso, también en el olvido.

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Por eso las ruinas de Chichen Itzá nos atraen como lo hacen los lugares míticos que trascienden épocas y culturas. El paso de los siglos no hace sino acrecentar la fuerza de su leyenda y el atractivo de su misterioso abandono. Visitarlos nos hace retroceder en el tiempo para viajar hasta momentos de la Historia que, en parte, son todavía desconocidos.

La Ruta Maya: 3000 años de Historia

En octubre de 1993 y sin saber lo que me iba a encontrar, aterricé en el entonces pequeño aeropuerto de Cancún. Llegaba cargado con mi mochila, la guía Lonely Planet sobre “La Ruta Maya” que sólo se editaba en inglés y una cámara analógica que cubría mis inquietudes fotográficas.

Desde el primer momento Cancún me pareció espantoso con sus grandes hoteles dedicados a un turismo masivo de sol y playa. Así que en cuanto pude, alquilé un VW escarabajo y me lancé a recorrer la península del Yucatán buscando los vestigios de la Ruta Maya bajo una lluvia que no me abandonó durante las siguientes dos semanas.

Ese fue el primero de varios viajes que me han llevado a conocer algunos de los más importantes hitos arqueológicos de los antiguos mayas. Una ruta fascinante por el sur de México, Guatemala y Honduras, la llamada Ruta Maya que abarca un extenso territorio de unos 900 km de norte a sur y 500 km de noreste a suroeste. Esta vasta área fue habitada por los antiguos mayas, cuya civilización alcanzó su apogeo cultural en el llamado Periodo Clásico, del 200 al 900 D.C. En este tiempo los mayas construyeron decenas de ciudades y dominaron gran parte de Mesoamérica.

Tulum, Riviera Maya, Quintana Roo, México

El misterio de las viejas ruinas mayas se ha convertido durante las últimas décadas en un potente reclamo que atrae hacia estos países a millones de turistas. Sobre todo a México, donde se ha creado una potente infraestructura hotelera. Desde Cancún este entramado turístico se ha extendido por toda la costa del estado de Quintan Roo provocando una perversión de los valores culturales e históricos del legado maya.

En el aspecto positivo hay que decir que se han puesto en marcha diferentes proyectos de excavación y de restauración financiados por instituciones extranjeras, sobre todo de los USA.  Y por los gobiernos centroamericanos que han descubierto en estas ruinas del pasado un auténtico maná económico.

Cuando hablamos de los mayas es necesario aclarar que estamos hablando de casi 3.000 años de Historia. Aunque en ese enorme periodo de tiempo los mayas no conformaron una cultura totalmente homogénea, compartieron los mismos ámbitos económico, artístico, religioso y cultural. Por lo tanto, los mayas no vivieron un brillo cultural simultáneo de todas las ciudades y sitios ceremoniales. Sino que se fueron escalonando en el tiempo y por los distintos ámbitos geográficos que fueron ocupando.

Templos de Tikal al amanecer, Guatemala

La complejidad y monumentalidad de sus construcciones, así como la exquisitez de sus representaciones artísticas, son la muestra de una sociedad teocrática. Y de unas comunidades muy jerarquizadas basadas en el cultivo del maíz y la actividad comercial. Además, crearon una compleja religión dotada de una extensa cosmogonía donde abundaban los dioses relacionados con la Naturaleza. Y para rendirles culto, elaboraron una serie de complejos rituales ceremoniales que incluían el sacrificio humano.

Al mismo tiempo los mayas fueron unos expertos astrónomos y matemáticos que lograron introducir el «cero» en su sistema numérico. Crearon así un calendario de gran exactitud, además de un sistema propio de escritura jeroglífica a base de glifos usando códices de corteza de árbol y estelas de piedra.

Una de las grandes estelas mayas de Quiriguá, en Guatemala

Visitando Chichen Itzá

Visitar Chichen Itzá supone una auténtica carrera contra el tiempo y la masificación turística. Una visita que exige una perfecta planificación para evitar, en lo medida de lo posible, las masas de turistas que invaden el recinto arqueológico a partir de las 10 de la mañana.

  • Lo más recomendable es madrugar y presentarse en las taquillas de entrada antes de su apertura. Así queda un margen de apenas dos horas para poder recorrer con cierta tranquilidad los lugares más importantes del yacimiento. La otra opción es dejar la visita para la tarde antes del cierre. Algo que bajo el sol y el calor de la tarde puede convertir la visita en un infierno. Has de tener en cuenta que en Chichen Itzá apenas hay lugares con sombra, así que vete bien preparado. A no ser que te guste tostarte al sol como las iguanas que corren por aquí a sus anchas.
  • Es inevitable recorrer el recinto rodeado por las voces de los vendedores ambulantes y el tumulto de los grupos de turistas de las excursiones organizadas. Aunque tras la pandemia visitar Chichén Itzá es algo más relajado que antes. También has de tener en cuenta que los domingos la entrada es gratuita para los mexicanos, por lo cual te recomiendo ir cualquier otro día.
  • El horario de visitas comienza a las 8 de la mañana y termina a las 17h, aunque la taquilla cierra a las 16h y ciertas zonas del recinto cierran también a esa hora. 
  • Si visitas Chichen Itzá, te encontrarás con que hay varias zonas arqueológicas a las que no podrás acceder. Además vas a tener que seguir una ruta «recomendada». Entre las zonas cerradas se encuentra el Gran Juego de Pelota, la mayor parte del Grupo de las Mil Columnas o el acceso al Cenote de los Sacrificios.
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  • El precio de la entrada consta de dos partes: un fijo de Cobro Estatal, a los que hay que añadir un “extra” del Cobro Federal más elevado para los extranjeros que para los mexicanos. Y no, no es posible comprar las entradas directamente por internet. Hay que seguir haciendo largas colas ante las taquillas de forma presencial para comprarlas.

No hay que olvidar que Chichen Itzá es como la gallina de los huevos de oro de las zonas arqueológicas de México. Algo que no se aprecia cuando se visitan las aldeas cercanas.

La ausencia de inversiones en la población local con parte del dinero que genera Chichen Itzá es tan evidente que el gobierno mexicano debería sentirse avergonzado.

Al fin y al cabo, Chichen Itzá fue declarado por la UNESCO Patrimonio de la Humanidad y Maravilla del Mundo en 2007, algo que también debería beneficiar a las poblaciones locales.

Chichen Itzá, la puerta de entrada al mundo maya

Visitar Chichen Itzá es una de las visitas obligadas cuando estás recorriendo la Riviera Maya y el Yucatán. Es muy fácil llegar desde Cancún, Playa del Carmen o Tulum, Mérida o Valladolid. Sobre todo si alquilas un auto que te dará independencia de horarios y movimientos. Aunque también puedes llegar a Chichen en los autobuses de ADO, o en cualquiera de las excursiones organizadas para turistas que encontrarás anunciadas por todas partes.

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Chichen Itzá se convirtió en la ciudad maya más importante del Yucatán alcanzando su apogeo entre los Siglos X y XII llegando a contar con más de 50.000 habitantes. A partir de entonces fue abandonada y poco a poco la Naturaleza la fue cubriendo de un manto selvático. A pesar de ello, a la llegada de los españoles Chichén Itzá todavía mantenía cierta importancia como lugar de peregrinación.

Fundada en el S.VI D.C. por los mayas Itzaes pronto se convirtió en el centro político, militar y religioso maya más importante del norte de Yucatán. En el centro de la urbe construyeron la pirámide en honor al dios maya Kukulkán o «serpiente emplumada» con fines astronómicos de acuerdo a su ordenación calendárica. También conocida como “el Castillo”, esta pirámide se ha convertido en uno de los símbolos más potentes de la cultura maya. Y el principal reclamo turístico de Chichen Itzá.

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La estructura de la Pirámide de Kukulkán que ya había seducido a Catherwood a mediados del XIX, sigue atrayendo las miradas de los visitantes desde cualquiera de sus ángulos. Plantado ante ella, simplemente parece imposible estar ahí. Una sensación que se repite invariablemente cada vez que se visita Chichen Itzá.

El Castillo, Chichen Itzá, 1844 (litografía coloreada), Frederick Catherwood

La pirámide de Kukulkán mide 60 metros de lado por 24 de alto. En cada uno de los 4 lados de la pirámide hay una escalinata con 91 escalones, que sumados al templete superior dan un total de 365, que son los días del año. Las escaleras están rematadas al nivel del suelo por grandes cabezas de piedra de la serpiente Kukulkán. Precisamente, es muy conocido el juego de luces y sombras provocadas por el sol en los laterales escalonados durante los equinoccios de primavera y otoño. Eran los momentos calculados por los mayas para provocar el efecto del dios-serpiente Kukulkán descendiendo hacia la tierra para fertilizarla.

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Pero en Chichén Itzá hay mucho más que ver. Y que sentir y, sobre todo, que imaginar. Sobre todo ahora que algunas partes de Chichen Itzá están cerradas al público. Es el caso del Gran Juego de la Pelota. Tendrás que imaginar el efecto sonoro del eco que se produce en este lugar porque no podrás acceder a su interior. Aunque en Chichen Itzá hay hasta trece recintos para el juego de la pelota, este el más grande encontrado en cualquier ciudad maya.

Las dimensiones del recinto impresionan con sus dos grandes muros paralelos de 166 metros de largo y casi 8 de altura separados por un espacio de 68 metros. En sus paredes se ve uno de los anillos de piedra empotrados y labrados con serpientes entrelazadas por el que los jugadores debían introducir la pelota. En realidad, el nombre maya para este juego era Pok-Ta-Pok, que se correspondía con el sonido que hacía la pelota al rebotar en los muros.

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El gran tamaño de este recinto se debe a su carácter ceremonial. Aquí el juego está asociado al culto al sol, pues en los bajorrelieves de los muros laterales se encuentran varios personajes sin cabeza de cuyos cuellos salen serpientes simbolizando la energía del sol. Además, a lo largo de las paredes del recinto es posible encontrar, aunque bastante deteriorados, bajorrelieves con escenas del juego y de sacrificios humanos a los que los mayas eran tan aficionados.  

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Cerca puedes encontrar la plataforma con las calaveras talladas del Tzompantli. Este muro con más de 500 cráneos labrados en piedra era en realidad el altar donde los mayas empalaban las cabezas de los guerreros enemigos como ofrenda a sus dioses. Un rito que también practicaron otros pueblos de Mesoamérica como los mexicas, luego llamados aztecas. Por ejemplo, en el Huey Tzompantli del Templo Mayor de la Ciudad de México encontrarás también este tipo de representaciones, testimonio de la horrenda práctica de los sacrificios humanos practicada por los mexicas-aztecas.

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Tampoco dejes de admirar los bajorrelieves del Templo de las Águilas y los Jaguares, donde se representa a estos animales devorando corazones humanos. Pasarás un buen rato contemplando el intrincado y característico trabajo de los artistas mayas.

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También en la Gran Plaza encontrarás la llamada Plataforma de Venus. Aunque en realidad hay dos plataformas similares usadas como escenarios públicos, sólo en una de ellas se representó al planeta Venus en sus bajorrelieves.

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Ahora ya no se puede, pero en mi primer viaje tuve la oportunidad de subir hasta lo alto del Templo de los Guerreros rodeado por el Grupo de las Mil Columnas (aunque sólo hay 200). El lugar perfecto para observar la ciudad desde lo alto siguiendo la mirada del Chaac Mool que preside el templo. La panorámica de la Gran Plaza desde las alturas era lo último que veían los que eran sacrificados aquí sobre una losa de piedra.

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Más adelante, intenta imaginar a los astrólogos mayas observando los cielos estrellados desde lo alto del Observatorio. Y busca el lugar desde donde Maudslay fotografió por primera vez la fachada de la Casa de las Monjas en 1889. Una serie de edificios que a los españoles les recordó un convento, pero que debió ser un complejo residencial. Lo más curioso es que está decorado en el recargado estilo Puuc que podrás ver en yacimientos arqueológicos como el de Uxmal, Sayil o Labná.

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El Observatorio, Chichen Itzá
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Para terminar, imagínate caminando hacia el Cenote Sagrado. Y digo imagínate porque el acceso por ahora está cerrado. De todas formas no te pierdes gran cosa porque el cenote no destaca por su belleza, sino por su valor histórico. Desde sus bordes los mayas arrojaban a sus oscuras aguas verdosas sus ofrendas materiales y humanas al dios maya de la lluvia, el dios Chaac. Su culto se prolongó desde el año 650 hasta el 1350, porque no hay que olvidar que en el clima seco de la península del Yucatán la lluvia es vital para asegurar el crecimiento de los cultivos.

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El final de Chichen Itzá y de los mayas

Durante el periodo postclásico que va del 900-1524 d.C. se produce la desaparición progresiva de la civilización maya. Las ciudades fueron abandonadas por razones todavía no muy claras a partir del siglo IX, incluida Chichen Itzá. Aunque se cree que fueron factores de tipo cultural y económico las que provocaron grandes hambrunas. Una espiral que provocó una «crisis malthusiana». Es decir, los mayas sobrepasaron los límites de la sustentabilidad ecológica y de producción de las tierras de cultivo y los recursos naturales de la selva.

Toda una lección del pasado para los que hoy todavía piensan que los recursos de este planeta son inagotables.

Todo ello originaría una sucesión de graves conflictos internos, fragmentación política, la interrupción del comercio y continuos enfrentamientos entre las distintas ciudades. Tras una sucesión de guerras civiles, llegaría una lenta decadencia. Durante los siglos siguientes los mayas abandonaron progresivamente las ciudades para dispersarse por la selva. Momento histórico que se ha dado en llamar «el colapso«. Cuando a principios del siglo XVI llegaron los españoles, apenas quedaba nada de la estructura social, política y militar que había llevado a los mayas al culmen de su dominio.

Qué ver cerca de Chichen Itzá

El gran cenote Ik Kil

Cerca de Chichen Itzá se encuentra uno de los lugares más turísticos y visitados de la región: el cenote Ik Kil. La verdad es que este enorme cenote de aguas azuladas es todo un espectáculo natural. Permaneció cerrado durante gran parte del 2020 pero ya está abierto al público los siete días de la semana desde las 9 de la mañana a las 17h.

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Este gran cenote tiene un diámetro de 60 metros y 25 metros de caída hasta la superficie del agua, con una profundidad de 43 metros. Sus frías aguas son todo un reclamo para los miles de turistas que lo visitan cada día. Ten en cuenta que muchos de los viajes organizados a Chichen Itzá lo incluyen en su recorrido. Así que ya te puedes imaginar lo que te vas a encontrar. La verdad es que después de sudar la gota gorda bajo el sol en Chichén Itzá, bañarse aquí es casi una auténtica gozada.

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De todas formas por todo el Yucatán podrás encontrar muchos otros cenotes de gran belleza y menos masificados. Sin embargo, Ik Kil tiene un atractivo especial con sus grandes dimensiones, su vegetación de lianas colgantes y la facilidad de acceso en trasporte público desde Valladolid. Además de contar con estacionamiento, taquillas para la ropa, vestuarios, etc.

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La ciudad de Valladolid

A 45 km. de Chichen Itzá, Valladolid es la base de operaciones perfecta para explorar el centro de la península del Yucatán ya que se encuentra a medio camino de la turística Cancún y de la colonial Mérida.

Fundada por los españoles en 1543, se ha incorporado recientemente al listado de los “Pueblos Mágicos” de México. Pueblos y ciudades que han sabido mantener sus tradiciones, esencia y arquitectura a lo largo del tiempo.

Después de visitar Chichen Itzá, venir a comer y pasar la tarde a la tranquila Valladolid es todo un lujo. Y si hay que empezar por algún sitio, aquí no puede ser otro que la Plaza Central. En su centro está presidida por una gran fuente, el Monumento a la Mestiza, y por la imponente iglesia de San Servacio. La Plaza es el epicentro de la actividad de Valladolid. Aquí se viene a pasear, a ver y ser visto, a degustar unas marquesitas o a ver los grupos de bailes tradicionales.

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Pero si lo que te gusta es disfrutar de los placeres de la vida, Valladolid te ofrece además lo mejor de la gastronomía yucateca. Y esto justifica por sí solo una parada en la ciudad. Soy un enamorado de las diferentes gastronomías mexicanas porque en este país es imposible hablar de una sola. Y el Yucatán no podía ser una excepción con su mezcla de comida europea y prehispánica.

Es nombrar algunos de los platos e ingredientes que forman parten de la tradición culinaria yucateca, y se me hace la boca agua: cochinita pibil, sopa de lima, huevos motuleños, papadzules, poc-chuc, zac-kol de pollo, lomitos ahumados, tortas de lechón, panuchos de cochinita… ¿quieres que siga? Por cierto, el queso holandés que acompaña a algunos platos típicos de la región viene del intercambio comercial con navegantes holandeses. Los productos yucatecos eran pagados por los holandeses con quesos de su país, de ahí la presencia de este producto en la gastronomía de la región.

Podrás degustar estos platos en el Mesón del Marqués. Un lugar que es un auténtico lujo para el paladar rodeado del ambiente típico de una vieja casona colonial.  También en el restaurante Atrio del Mayab, con su estupendo jardín interior y sus vistas a las torres de la iglesia de San Servacio (mejor al anochecer)

Y para rematar, asómate a los balcones del Palacio Municipal, visita el museo de la Casa de los Venados, date un paseo por la Calzada de los Frailes, una de las calles coloniales mejor conservadas de Valladolid. O acércate hasta el Convento de San Bernardino de Siena comenzado a construir en 1552. Y no dejes de visitar las tiendas de artesanía. Seguro que encuentras ese regalo perfecto con el que además contribuirás a fomentar la economía y las tradiciones locales.

Por supuesto no puedes dejar Valladolid sin comer algo en los puestos callejeros de la Plaza Central. Ya sea unos churros o mejor, unas marquesitas, ese popular cono de helado (sin helado) relleno de queso holandés, fruta, mermelada, etc. creado hace casi un siglo por un vendedor de helados local cuando sus ventas caían durante el invierno.

El remate perfecto para terminar un día repleto de historia, naturaleza y cultura en el centro de la península del Yucatán.

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