La conquista de México y la destrucción del Templo Mayor.
Hablar del Templo Mayor, la construcción más imponente que los mexicas levantaron en su capital Tenochtitlan, me obliga a sumergirme en un capítulo de la Historia que siempre me ha parecido fascinante: la conquista de México liderada por Hernán Cortés.
Al fin y al cabo el Templo Mayor fue el más grande de los templos mexicas, expresión de su poder sobre los pueblos que sometió. Y así mismo, representación simbólica de su forma de ver el mundo. Por ello mismo su destrucción por las tropas conjuntas de totonacas, tlaxaltecas y españoles ha de considerarse también simbólica y representativa del nuevo orden implantado en América. Porque la caída de Tenochtitlan y del imperio azteca de la Triple Alianza no fue el resultado de una gesta épica de un pequeño grupo de españoles. Ni tampoco de una traición indígena cuyas tropas representaban más del 95% del ejército liderado por Hernán Cortés. Fue el resultado de una alianza muy pragmática entre fuerzas muy heterogéneas contra un enemigo común: los mexicas.
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La conquista de México fue una más de los múltiples enfrentamientos acaecidos a lo largo de la historia de la Humanidad. Un choque en el que se enfrentaron dos culturas, dos formas de poder y dos cosmovisiones. Todos estos enfrentamientos terminaron con la imposición de una cultura sobre otra. O, como en este caso, con la fusión de las dos que originaron en el nacimiento del pueblo mexicano tal como lo conocemos. Como lo expresó Jaime Torres Bodet al hablar de este acontecimiento:
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No hay que olvidar, como dice Hugh Thomas en su magnífico estudio «La conquista de México«, que «ni Colón ni Cortés llegaron a un mundo de inocentes, estático, eterno y pacífico… Los mexicas formaron su imperio gracias a las conquistas militares«. Los españoles llegaron a América tras siglos de guerra con los musulmanes de Al-Andalus. Mientras, los mexicas-aztecas habían conquistado y sojuzgado a muchos pueblos de lo que es hoy el centro de México. Pueblos que no dudaron demasiado en aliarse con Cortés para combatir al poder que los tenía sometidos.
Juzgar tanto a unos como a otros desde nuestro punto de vista actual por su brutalidad o por su afán de conquista y de poder no deja de ser un ejercicio de irresponsabilidad histórica. Porque ni las sociedades europeas ni las americanas del S.XVI se rigieron por nuestro sentido del orden social, de la justicia y de la moralidad. Que, por cierto, sigue dejando mucho que desear quinientos años después.
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Me niego a llamar a México el «país azteca« pues los propios mexicas se denominaban a sí mismos como «mexicas«. Además, esto supone borrar de la Historia al resto de pueblos que vivían, y viven, en lo que es hoy México. Una simplificación política interesada que ha servido para unificar a multitud de etnias indígenas bajo la denominación del imperio que los sometió.
La palabra «azteca» quiere decir natural de Aztlán, el lugar del que parece ser partieron los mexicas para establecerse en el lago Texcoco. Y tal término no fue empleado ni por mexicas ni por españoles hasta que en el S.XVIII fue popularizado por Clavijero. Y ya en el XIX definitivamente por Prescott, uno de esos viajeros e «historiador» peculiar que recorrió el país para re-escribir la historia de México. Por supuesto, desde el punto de vista interesado de los anglosajones. Una visión de la Historia manipulada que ha llegado hasta nuestros días y que es la que se ha enseñado en las escuelas de México.
pero ahora viajemos al mes de noviembre de 1519, cuando Hernán Cortés se dirige al encuentro del emperador mexica Moctezuma II. Cortés se acerca a Tenochtitlán tras haber sometido y establecido alianzas con totonacas, chacas y tlaxcaltecas en apenas 8 meses desde su desembarco en la costa de Veracruz. La visión que tuvieron los españoles desde lo que hoy son los altos del Cerro de la Estrella y Santa Catarina al sureste de la capital mexicana debió provocarles una profunda impresión. El artista Tomas Filsinger ha tenido la amabilidad de autorizarme el uso de su obra en la que representa la vista idealizada que debieron tener los españoles desde las alturas que rodeaban la ciudad.
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La Gran Tenochtitlan se asentaba sobre una isla del complejo lacustre del lago Texcoco rodeada de otras poblaciones que conformaban una aglomeración urbana como los españoles no habían visto nunca. Tanto Bernal Díaz del Castillo en su «Historia verdadera de la Conquista de Nueva España» como Hernán Cortés en sus «Cartas de Relación» expresaron su asombro ante una ciudad que como dijo Bernal «no las había en España«.
Tras el encuentro entre Moctezuma II y Hernán Cortés, los 400 españoles y sus miles de aliados tlaxcaltecas fueron conducidos al centro de la ciudad. Allí se levantaban los grandes palacios y principales templos de los mexicas. Fue durante esos días que permanecieron recorriendo Tenochtitlan y sus alrededores, cuando les invadió una mezcla de asombro y horror. Asombro por la riqueza y compleja organización de un pueblo que culturalmente (aunque no tecnológicamente) estaba a la altura, y en algunos casos sobrepasaba, a la de los europeos. Y horror, un tremendo horror, ante la visión de los sacrificios humanos en los templos y el canibalismo al que eran sometidos después los cuerpos de los sacrificados. Y también ante la abundancia de los tzompantlis, empalizadas de madera donde los mexicas conservaban las cabezas decapitadas de los prisioneros sacrificados para honrar a sus dioses.
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Pero ese asombro y ese horror debió ser mutuo ya que los mexicas se dieron cuenta de que aquellos hombres blancos y barbudos a caballo de maneras rudas no eran dioses. Y de que su organización, tecnología militar y su fe inquebrantable en un dios desconocido y fidelidad a un rey lejano suponían una amenaza a su forma de vida como no habían visto jamás.
El resto de la historia es bien conocido. El enfrentamiento de dos visiones del mundo tan opuestas y tan similares al mismo tiempo acabó en enfrentamientos, guerra y conquista. La Gran Tenochtitlan fue devastada en 1521 y sobre sus cimientos se levantó la capital colonial de la Nueva España. Una ciudad que se convirtió en la ciudad más rica y esplendorosa de América durante varios siglos. El Templo Mayor fue destruido casi en su totalidad y sobre sus ruinas se construyeron las casas de los hermanos Ávila que en 1566 fueron acusados de conspiración contra la Corona española y fueron sentenciados a muerte. Sus casas fueron demolidas y con el paso de los años el terreno quedó abandonado hasta quedar convertido en un erial que conservó bajo tierra y olvidados de la memoria de los hombres los restos del Templo Mayor.
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El Proyecto Templo Mayor
El llamado Proyecto Templo Mayor se inició cuando en febrero de 1978 unos trabajos de mantenimiento de la Compañía de Luz y Fuerza sacó a la luz los restos de un magnífico monolito de piedra de la diosa Coyolxauhqui. A partir de ese momento se elaboró un proyecto de excavación y recuperación integral que permitió sacar a la luz los restos de un pasado que se creía perdido. Las 8 salas del Museo muestran el itinerario cultural y espiritual de los mexicas a través de su legado material: esculturas, urnas funerarias, armas, objetos de tributo y comercio, máscaras y representaciones de sus dioses, enterramientos, ofrendas… todo un mundo que permanecía enterrado y olvidado.
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Así fue como las huellas del esplendor mexica no desaparecieron totalmente y por eso hoy podemos recorrer parte de ese pasado. Gracias a las excavaciones realizadas en el centro de Ciudad de México en las últimas décadas han ido saliendo a la luz los restos de la que fue la mayor y más importante construcción de los mexicas en Tenochtitlan, el Templo Mayor. A su lado se levantó un museo para albergar los más de 14.000 objetos que se han encontrado en las excavaciones y que siguen deparando sorpresas a los arqueólogos e historiadores.
El Museo del Templo Mayor se encuentra en una de las esquinas de la gran plaza del Zócalo, en uno de los laterales de la Catedral y el Sagrario Metropolitano. Abre de martes a domingo de 9 a 17 horas y la entrada es de pago excepto los domingos cuando el acceso es gratuito. Además del Museo de Antropología de México, ubicado frente al bosque de Chapultepec y dedicado a las diferentes culturas que se han desarrollado en México hasta el periodo colonial, el Museo del Templo Mayor es el que mejor describe la simbología y la espiritualidad de los mexicas. En realidad toda esta zona central de Tenochtitlan conformaba un gran área ceremonial que fue ampliada por los sucesivos gobernantes. En concreto en el Templo Mayor se han encontrado hasta siete ampliaciones que lo convirtieron en una gran estructura cuya base era una pirámide de cuatro lados construida sobre una plataforma de unos 80×100 metros.
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Toda esta zona está excavada y es posible verla desde la misma entrada al recinto. El Templo tenía dos escalinatas de acceso a las capillas dedicadas a dos de las principales deidades mexicas, Tláloc, dios de la lluvia y la agricultura y a Huitzilopochtli, dios de la guerra y de la muerte, ubicadas en lo más alto de la edificación a más de 50 m. de altura. Todo el conjunto era una representación del universo cósmico de los mexicas y de su centro ceremonial partían las calzadas que dividían en cuatro a la ciudad.
La vieja estructura está recorrida por una serie de pasillos elevados que permiten apreciar las primeras etapas constructivas recubiertas durante las sucesivas ampliaciones y que permanecieron desconocidas para los mexicas y españoles del S.XVI. Las constantes inundaciones y movimientos sísmicos obligaron a realizar continuos trabajos de reasentamiento del terreno. Fue así como mejoraron y ampliaron los edificios ya construidos en siete fases entre 1325 y 1521. Pero cada nueva inauguración significaba el sacrificio ritual de cientos de prisioneros enviados como tributo por los señoríos sometidos, o capturados por los mexicas en las llamadas «guerras floridas«.
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Hoy el suelo de México DF se sigue hundiendo como se puede apreciar en un paseo por el Centro Histórico. Y en el caso del Templo Mayor la inclinación de estructuras y plataformas es más que evidente. En el recorrido iremos descubriendo los restos de las distintas etapas como los adoratorios originarios a Tlaloc y Hitzilopochtl, la escultura policromada de un chac mool que conserva su color original, el inicio de las escalinatas de acceso o parte del estucado original.
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También veremos los restos de otras estructuras del recinto sagrado como las banquetas policromadas de La Casa de las Águilas donde la élite guerrera mexica celebraba sus ceremonias. También un altar Tzompantli donde se distribuyen en hileras 240 cráneos esculpidos en piedra y recubiertos con estuco. A primera vista es difícil hacerse una idea de cómo fue en realidad el Templo Mayor y de la distribución espacial de los distintos espacios ceremoniales. La mejor manera de solventar este problema y sorprendernos con las piezas arqueológicas halladas en las últimas décadas es entrar en el edificio del Museo. Desde su entrada donde se muestra otro tzompantli haremos un recorrido circular primero en ascenso y luego en descenso por diferentes hitos de la historia mexica.
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Este es el caso del último gran hallazgo, el de una magnífica escultura de la diosa Tlaltecuhtli que conservaba los rastros de su policromía y que fue hallada en octubre del 2006 enterrada frente al Templo Mayor. Esta pieza única y la escultura de Coyolxauhqui, la deidad lunar opuesta al dios solar Huitzilopochtli, se han convertido en las piezas más espectaculares expuestas en el Museo. Alrededor de ellas rota la visita ya que se exponen en dos niveles distintos enmarcados en un gran espacio central.
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El Proyecto Templo Mayor abarcó un análisis más amplio del recinto sagrado para localizar la ubicación espacial de las antiguas estructuras y situarlas en el entramado urbano actual. El resultado de esta y otras investigaciones posteriores se puede ver en la siguiente imagen del Ing. Manuel Aguirre que superpuso dos imágenes, uno de la revista Arqueología Mexicana y otra de un estudio del INAH. Los hallazgos del Templo Mayor y las más de tres décadas de excavaciones y estudios posteriores han desvelado los restos de un pasado que se creía perdido para siempre.
Anotación: A día de hoy los arqueólogos siguen descubriendo restos de la época mexica-azteca. Como los cientos de cráneos agujereados de víctimas sacrificadas en la llamada «torre de los cráneos». Los cráneos incrustados en la estructura de la torre pertenecen mayoritariamente a hombres jóvenes. Pero también han aparecido cráneos de mujeres y de niños. Estos cráneos estaban cubiertos de cal y forman parte de la estructura del llamado Huey Tzompantli situado muy cerca del Templo Mayor. Algo que ya se mencionaba en las primeras crónicas de españoles, como la del soldado Andrés de Tapia, donde se relata que por el centro de la ciudad había expuestos decenas de miles de cráneos.
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Después de recorrer el Museo y salir de nuevo a las ajetreadas calles del México de hoy me pregunto cuántas sorpresas más se esconderán bajo los edificios que veo ante mis ojos. Y es que la Historia y la Arqueología todavía tienen que depararnos muchas sorpresas. Algo que yo espero ver.
Si visitas Ciudad de México este es uno de esos museos imprescindibles. Un lugar que debes visitar si quieres conocer mejor una parte de la cultura e idiosincrasia del México actual.
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