Los combates de donga: violencia ritualizada en el valle del Omo.

Ser testigo de una pelea ritual con dongas es algo excepcional. Es imposible no sentir una avalancha de sensaciones encontradas entre la brutalidad y la estética del combate, frente al ceremonial de bailes y cánticos y ante la épica de la lucha hombre a hombre. La sangre de las heridas abiertas junto al sufrimiento silencioso y digno de los hombres derrotados contrasta con la alegría contenida de los victoriosos. Estas imágenes son el colofón a una ceremonia peligrosa y casi prohibida.

Antes de continuar te informo que en este artículo hay imágenes de violencia y desnudez. Son escenas que muestran uno de los rituales más importantes entre algunas de las etnias del valle del Omo.
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La lucha de donga, un ritual irrenunciable para los surma

El gobierno etíope ha intentado acabar con la celebración y la asistencia de extranjeros a estas luchas ritualizadas. Pero la pelea con dongas es uno de los principales rasgos culturales de los surma o suri. Y también de otra de las etnias más conocidas del valle del Omo, la de los mursi. En realidad, el combate con donga es uno de sus rasgos distintivos y la manera en la que los hombres jóvenes muestran su fuerza y resistencia al dolor. Además, es una de las formas en la que estos pueblos han conseguido evitar que los conflictos personales se conviertan en guerras abiertas: ritualizando la violencia, igualando las armas de cada bando en lucha, y estipulando una serie de normas que penalizan la muerte del contrario.

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Y antes de juzgar a estos pueblos por su «salvajismo», recordad que en la cultura occidental existen los combates de boxeo. Y en la oriental, los de artes marciales. Son ejemplos cercanos de violencia ritualizada, y además comercializada.

Aquí te dejo este vídeo, resumen de varias horas de ceremonial y combates con donga, para que te hagas una idea de lo que es ser testigo de este ritual:

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El campo de batalla se convierte en una sucesión de movimientos y escenas brutales donde todo está «organizado», aunque no lo parezca. Los bandos rivales se acercan, se estudian, se retan y combaten. Puede haber desde unos pocos luchadores hasta decenas de participantes. Por eso hay normas que se han de cumplir y unos árbitros o jueces que velan para evitar cualquier exceso. Tanto entre los combatientes, como entre los grupos que les apoyan y les alientan. Aunque a veces resulta inevitable que las cosas se desmanden. Entonces estalla la tensión y se oyen tiros al aire acompañados de las amenazas de los compañeros de los luchadores que protestan entre empujones y aspavientos.

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Son momentos de peligro porque aquí casi todos los hombres van armados con Kalashnikov. Excepto los que van a combatir, que luchan con sus dongas. Esa es una de las razones por las que todos los que presencian los combates se mantienen a una distancia prudencial. La otra es que una vez que los hombres se lanzan a pelear, los golpes y movimientos giratorios de las dongas son tan rápidos y de una violencia tal que pueden romper huesos y abrir cráneos.

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Aunque las luchas de donga sirven para solventar conflictos, tienen sobre todo un fuerte componente social. Además de ser un momento donde reunirse con familiares y amigos, en los combates de donga los luchadores, jóvenes solteros, aprovechan para mostrar su fuerza, habilidades y resistencia al dolor ante las jóvenes que los observan. Así el campo de batalla se convierte también en un lugar para encontrar pareja. Las chicas jóvenes demuestran sus afinidades y eligen a que luchador apoyar regalándoles collares hilados con cuentas de colores. Y los ganadores también pueden mostrar sus preferencias por alguna joven señalándola con la donga.

Pero ¿cómo se va a un combate de donga?

Como ya he dicho presenciar uno de estos combates siendo extranjero es todo un privilegio. Algo excepcional. Y por varias razones: porque se supone que no se deben celebrar, porque los extranjeros no pueden asistir ya que no es un espectáculo para turistas, y porque tiene que coincidir que se celebre algún combate coincidiendo con tu visita (normalmente se celebran tras la recogida de las cosechas entre octubre y noviembre). Además, porque hay que negociar con los diferentes bandos un precio por poder asistir y fotografiar; porque sólo los mejores guías encontrarán las personas adecuadas a quién preguntar y con quién negociar. Y porque las dongas se celebran en lugares remotos de muy difícil acceso, lejos de la presencia de cualquier autoridad… ¿Quieres que siga?

Si no pasas varios días en territorio surma o mursi preguntando aquí y allá, será muy difícil que puedas presenciar una lucha con dongas. Y aun así resulta complicado. Van a intentar engañarte diciendo que hay una donga donde no la hay, o intentarán cobrar precios abusivos. Hasta el último minuto no sabrás si podrás estar en el lugar correcto, ni si tendrás el beneplácito de los diferentes bandos para poder asistir y fotografiar libremente.

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Esperando bajo el sol

Una vez superados estos preliminares, llegamos a un campo en medio de la nada. Lentamente empiezan a llegar mujeres, hombres y niños de todos los poblados cercanos que quieren presenciar el combate. Todos buscamos la sombra de los árboles para protegernos del sol implacable de la tarde.

En realidad, la ceremonia de la donga ya ha comenzado. Los jóvenes combatientes se han estado preparando desde la mañana purgándose y bebiendo sangre de vaca. Y antes de combatir se bañan en algún río cercano para decorar después sus cuerpos con ceniza o pintura.

Mientras esperamos cada vez hay más gente y la expectación va en aumento. De pronto, surgiendo de entre los árboles, aparece un grupo de una veintena de hombres armados y ataviados con sus típicas mantas . Al frente seis hombres jóvenes marchan desnudos ejecutando un extraño baile que combinan con movimientos de ataque de sus dongas. Verlos aparecer y avanzar lentamente acompañados por los cánticos de sus compañeros es algo que no se olvida. Entonando sus cánticos recorren el campo donde van a combatir mientras esperan la aparición del resto de combatientes.

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Tras ejecutar su recorrido, se resguardan a la sombra esperando. El tiempo pasa despacio mientras los jóvenes guerreros y sus compañeros permanecen inmutables, sin mostrar ningún tipo de nerviosismo. Las cicatrices de luchas pasadas son visibles en algunos de ellos.

Hasta que a lo lejos se oye llegar al otro grupo. Entonando sus cánticos hacen su recorrido con parsimonia por el campo hasta encontrarse con sus enemigos. Los que van a luchar se sitúan al frente con sus dongas. Los que les apoyan, detrás, observando todo atentamente. Se oyen algunos disparos al aire de Kalashnikov, y rápidamente los jueces reprenden a los que han disparado.

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La lucha de donga, un ritual irrenunciable para los surma

Cada combatiente busca un contrario a su nivel. Se mueven unos frente a los otros, se tantean, acercan sus dongas. Y de pronto, la lucha comienza. Las dongas girando a toda velocidad rasgan el aire, los hombres avanzan, retroceden, esquivan los golpes y atacan. Sin descanso. Se oyen los golpes de las dongas golpeando en la carne del contrario. Y el crujir de estas largas varas de madera cuando se rompen con el impacto contra la carne el otro. Rápidamente los que acompañan a los luchadores les dan una nueva donga, y el combate continúa. Hasta que uno de ellos se aleja contorsionándose de dolor, cae al suelo o hinca la rodilla mientras la sangre mana de sus heridas.

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Sólo entonces se detiene la lucha. Los jueces se acercan a interesarse por el estado de los heridos, mientras el resto de los luchadores se separan y ejecutan sus extraños bailes. Está totalmente prohibido golpear a un contrario cuando este ha caído al suelo o se retira. Si uno de los combatientes muere por golpes recibidos de forma ilegal, tanto el que le ha matado como su familia deberán abandonar su poblado. Además de abonar a la familia del fallecido una importante compensación en forma de ganado. 

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Aún así los golpes son tremendos. Se oye el crujir de las costillas y la sangre mana de las heridas abiertas en la cabeza. Aunque algunos llevan protectores en la cabeza, los brazos o las piernas, es inevitable recibir algún golpe que les deja paralizados, casi inconscientes en el suelo.

Pero lo más sorprendente es no escuchar ningún grito de dolor, ningún lamento. Un hombre ha caído semiinconsciente con una brecha en la cabeza tras recibir un golpe terrible. Intenta levantarse apoyando un brazo en el suelo mientras la sangre cae por su rostro. La lucha se detiene y uno de sus compañeros tira un puñado de tierra a la herida para cerrarla. Finalmente, el hombre derrotado renuncia a seguir luchando. Coge un manojo de hierbas y se lo aplica a la brecha de su cabeza.

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Así, uno a uno, los combatientes de uno y otro bando van cayendo, renunciando a seguir luchando. Las escenas de lucha llegan a ser épicas, estéticas, combinando la fuerza con la belleza plástica del cuerpo humano en su máximo esfuerzo. Resulta inevitable sentirse fascinado, admirado ante la resistencia y el aguante de estos hombres.

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El dolor de la derrota y el sabor de la victoria se mezclan alternativamente en el campo hasta que sólo un bando queda victorioso. Es el momento de ser aclamados por los asistentes, y de ser señalados por las jóvenes mientras desfilan de nuevo ejecutando sus bailes, mostrando sus heridas.

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Pero a veces las cosas se desmandan. Tras tantas horas los efectos del alcohol local empiezan a pasar factura. Entonces cualquier excusa sirve para que estalle el polvorín: un viejo conflicto no resuelto, un malentendido entre los hombres o una antigua deuda reclamada. De pronto todo se convierte en un caos de gritos, carreras y disparos al aire. Ese es el momento señalado para salir discretamente de la “zona de guerra” evitando males mayores.  Aunque a veces las cosas se complican más de la cuenta.

Por todo ésto hay que venir al sur de Etiopía con el mejor seguro de viaje. Por eso te recomiendo MONDO, el seguro que cubre todo tipo de contingencias, aventuras, trekkings e incidencias viajeras, incluidas las provocadas por el Covid. Además, contratando tu seguro desde aquí, obtendrás un 5% de descuento.

Fotografiando un combate de donga

No sé durante cuánto tiempo más seguirán existiendo estos combates. Para estos pueblos súrmicos la lucha con dongas es un ritual que se pierde en la memoria de los tiempos. En cualquier caso, asistir a uno de ellos ha sido todo un privilegio. Y poder fotografiarlo, todo un reto. Para casi todas las fotografías que ves aquí utilicé una cámara Sony A7 III con un objetivo zoom FE 70-300mm F4.5-5.6 G OSS de Sony.  Usé velocidades de disparo entre 1/1000 y 1/1600, un ISO variable entre 200 y 640, balance de blancos en luz diurna y una ligera subexposición.

Además de las difíciles condiciones de luz con un sol cegador, había que tener en cuenta sobre todo una cosa: encontrar la distancia apropiada para fotografiar sin molestar a los combatientes ni ser golpeado o arrastrado por los movimientos de los bandos. Además, había que estar muy atento para plasmar la estética de la lucha y los rápidos movimientos del combate, además de captar los gestos, las miradas o el instante preciso del golpe.

Mirando más atentamente las fotografías y reflexionando sobre lo vivido, no deja de sorprenderme el hecho de que en pleno S.XXI sobrevivan este tipo de rituales. Así como la carga social y cultural que conllevan. Viendo esas miradas, el porte de estos hombres y su capacidad de sufrimiento, queda claro el orgullo y el empeño de estos pueblos por salvaguardar y mantener sus tradiciones más arraigadas. Un mundo y unas formas de vida que se desvanecen a pesar de todo. Algo que en el valle del Omo se hace evidente a cada paso que das.

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