A las mujeres de la India que no se rinden jamás

Sabía que iba a perder ese vuelo. Los constantes roces y el latente conflicto entre India y Pakistán por la región de Cachemira habían obligado a cambiar las rutas en el espacio aéreo indio. Y todos los vuelos estaban llegando y saliendo de Nueva Delhi con un retraso de varias horas. Así fue como me encontré con Indira.

Dedicado a todas las mujeres indias que son maltratadas, vejadas, humilladas, esclavizadas, violadas y asesinadas ante la inacción de la sociedad y la inoperancia de la justicia civil. 

A todas las que pedían permiso a sus maridos, padres o hermanos cuando quería fotografiarlas o conversar con ellas. A todas esas mujeres que caminan en silencio detrás de un hombre, que se tapan el rostro y que no tienen vida propia. A todas esas mujeres que no son dueñas de su vida ni de su destino. A esas mujeres que nunca serán lo que han querido ser. Y a todas las que están luchando por conseguirlo.

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Esta es mi historia…

Indira me miraba con sus grandes ojos negros y con una sonrisa alegre. Las casualidades de la vida nos habían hecho coincidir en un aeropuerto tras perder el enlace de un vuelo. Los dos veníamos de Nueva Delhi. Dos extraños condenados a pasar junto a otros pasajeros una noche en el hotel de un aeropuerto en un país desconocido. A Indira le gustaba hacer preguntas, comentarios y hablar de todo y de nada. Su inglés era perfecto. De pelo negro y suave piel color aceituna su origen indio era evidente. Me habló de sus dos hijos aunque no parecía tener más de 25 años. Su conversación intrascendental, sus ropas occidentales y sus gestos desenfadados me hicieron pensar en una joven simpática y normal. Indira no dejaba de sonreír y de hacerse selfies con su smartphone.

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Pero la verdad es que Indira era una esclava.

Nada más venir a este mundo su padre la repudió por ser su tercera hija. Fue su abuela quien se hizo cargo de ella cuidándola desde el mismo día que nació. A los 17 años Indira fue comprometida y forzada a casarse con un hombre que no conocía. No pudo elegir. Su boda se arregló en una semana. Y como marca la tradición Indira se fue a vivir a casa de su esposo.

Pronto se dio cuenta de que su matrimonio la había convertido en esclava. Encerrada en la casa, limpiando, planchando y cocinando para sus suegros, para su esposo y para el resto de familiares. Luego cuidando a los hijos que fueron llegando. En total 9 personas. Tras el primer año de matrimonio su suegra le prohibió hablar con su familia.

Para el resto del mundo Indira era una esposa y madre normal que llevaba a sus hijos al colegio y se dedicaba a las tareas del hogar. Sólo ella sabía de las prohibiciones, de las humillaciones, del control y del desprecio al que la sometía su familia política.

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Y así pasaron 13 años en los que no supo ni cómo ni a quién pedir ayuda.

Una y otra vez le rogaba a su marido que la dejara ir a ver a su familia, pero él sólo hacía caso de las indicaciones de su madre. La situación llegó a ser insostenible y su vida un infierno sometida a los dictámenes de su suegra. No podía irse a dormir sin su permiso, ni tampoco salir de compras, ni trabajar a tiempo completo. Aún así la obligaron a pagar el colegio de sus hijos y hacerse cargo de sus propios gastos. Todo para que no pudiera ahorrar absolutamente nada ni tener independencia económica. El control de cada aspecto de su vida se hizo asfixiante.

Un día su marido le dijo que si seguía insistiendo en ir a ver a su familia jamás volvería a entrar en esa casa ni volvería a ver a sus hijos. Sólo tenía 2 opciones: o seguir humillada y maltratada el resto de su vida, o luchar.

Indira estaba harta de chantajes. Quería ser feliz. Quería ser libre.

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Las lágrimas corrían por sus mejillas. Su cara de niña mostraba al mismo tiempo un profundo sufrimiento y una determinación absoluta. Allí estábamos sentados en un restaurante impersonal de un aeropuerto cualquiera. Unos extraños con vidas tan ajenas y lejanas como dos galaxias muy lejanas. La cena se me había atragantado hacía ya rato.

«Me escapé… me fui y dejé a mis hijos atrás. No pude llevármelos conmigo. Quizás nunca los pueda volver a ver».

Indira seguía hablando despacio mientras yo la escuchaba con un nudo en el estómago. Hacía apenas un mes había tomado la decisión y con algo de dinero ahorrado compró un billete de avión. Necesitaba volver a encontrarse con sus familia y contarles toda la verdad. Llevaba 12 años sin saber nada de ellos.

De regreso con los suyos se enteró que la habían llamado por teléfono infinidad de veces. Y que todas se la habían ocultado. Durante todos esos años su suegra le había repetido una y otra vez que su familia la había olvidado, que la habían rechazado después de su matrimonio. Saber que la habían estado engañando tan vilmente, que la habían chantajeado y humillado la hizo decidirse: jamás volvería con su marido. Pero tenía que regresar e intentar recuperar a sus hijos.

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Fue en ese punto de su vida donde el destino quiso que nos encontráramos. De regreso a casa para enfrentarse a un marido que no la quería y al que nunca había amado. Dispuesta a luchar por su libertad y por sus hijos. Dispuesta a iniciar una nueva vida.

La vida que no había tenido nunca.

«Indira ¿has conocido el amor de un hombre alguna vez?» le pregunté en el aeropuerto.

«No. Nunca me han dejado.»

Lo más sorprendente es que Indira vive en Birmingham, Inglaterra, desde los 17 años. Con la familia de su marido también originaria de la India.

Tras aquella noche en el aeropuerto de Dubai no volví a ver a Indira. Sé que regresó a Birmingham. Allí interpuso una denuncia en la Policía y pidió ayuda a los servicios sociales. Sola, sin ayuda, lleva meses luchando por ver a sus hijos y decirles que su madre no les ha abandonado.

Para ella el viaje más importante de todos acaba de empezar: el viaje hacia la dignidad, el viaje hacia la libertad.

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Mujeres esclavas en Europa

Indira es un nombre supuesto, pero Indira existe. Como ella son miles y miles las mujeres que en pleno Siglo XXI siguen sufriendo una esclavitud impuesta. Ya sea por circunstancias sociales, por antiguas tradiciones o por un patriarcado que no entiende de derechos y libertades. Indira, por el hecho de ser mujer, ha sufrido la exclusión desde que nació y el desprecio desde que la casaron siendo una adolescente.

Tras solicitar el divorcio vive temporalmente en un hogar de acogida para mujeres. Como está a la espera de una resolución judicial no le han permitido ver a sus hijos a pesar de haberlo intentado. Las leyes son indiferentes a su sufrimiento como mujer y como madre. También en Europa.

Aún así no se rinde. Totalmente sola continúa luchando para recuperarlos y poder contarles toda la verdad. Para tener una vida propia y digna.

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La indiferencia nos hace cómplices

Al igual que la familia política de Indira muchos indios residentes en el Reino Unido mantienen una doble vida. Puertas adentro mantienen costumbres y tradiciones ajenas a los derechos que imperan en las sociedades occidentales. Puertas afuera son ciudadanos ejemplares que han sabido ganarse el respeto de sus vecinos.

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Por eso Indira ha tenido relativa suerte. Porque todavía hoy en algunos lugares de la India a una mujer que abandona a su marido y a su familia política la pueden hacer «desaparecer«. Discretamente. Para siempre. Hay lugares en los que la tradición impuesta, la pobreza y la falta de educación no entienden de leyes.

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Indira es una mujer valiente que ha dicho ¡Basta! Una mujer que no se ha rendido a las circunstancias impuestas y que sin ayuda de nadie está luchando por tener una vida normal. Y repito, totalmente sola. Ella también quiere tener esa vida de la que disfrutamos la mayoría de nosotros sin darle la menor importancia. Con derechos y libertades que damos por hechos y que no nos hemos tenido que ganar con sacrificios y sufrimientos.

Afortunadamente la sociedad india también está cambiando.

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Esta es la historia de una mujer que es la de muchas otras. La de miles, decenas, centenares de miles en todo el mundo. Esclavas del Siglo XXI que viven entre nosotros sin saber cómo escapar de una situación que les viene impuesta.

Por eso no quiero callar. Por eso os he contado esta historia.

Porque nuestra indiferencia y nuestro silencio nos hace cómplices.

NOTA: Ninguno de los retratos de este artículo es de la protagonista de esta historia. Son imágenes de mujeres que aceptaron que las fotografiara. Algunas tras pedir permiso a los hombres que las acompañaban.

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