Capadocia, un destino sorprendente.

Un componente de misterio se oculta tras la sonoridad del nombre de esta región turca de Anatolia Central. Y os puedo asegurar que esta sensación se convierte en asombro tras unos días recorriendo esta región, uno de los lugares más hermosos, mágicos y atrayentes que haya visitado nunca.

A día de hoy sólo puedo decir una cosa: Capadocia es un destino imprescindible en Turquía. Un lugar que aúna cultura, naturaleza, historia, aventura y gastronomía al que llegué con unas altas expectativas y del que me fui completamente deslumbrado. Es lo que se llama un «must do» viajero y aquí os voy a contar porqué caí rendido a los encantos de esta tierra de carácter, antigua y agreste como pocas.

La especial geografía de Capadocia es el resultado de antiquísimas erupciones volcánicas y variados procesos de erosión que han convertido esta región en una lección de geología. Aquí profundos y verdes valles se alternan con pináculos de arena volcánica y piedra, con formaciones rocosas de formas imposibles y agrestes llanuras. El conjunto es de una potencia visual que deja fascinado al viajero. A esto hay que añadir la acción humana que ha ido transformando en habitables lugares imposibles ya que la región de la Anatolia Central ha sido históricamente un cruce de caminos entre el oriente y el occidente y entre el Mediterráneo y el Mar Negro. Por aquí han pasado multitud de pueblos y civilizaciones que han dejado su impronta cultural y su legado en forma de restos neolíticos, bazares, ciudades subterráneas, iglesias, caravansarais y mezquitas. Asirios, hititas, persas, griegos, romanos, bizantinos y otomanos dejaron huella de su presencia en esta zona y  por ello la UNESCO le otorgó el título de Patrimonio de la Humanidad en 1985.

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Los viajes organizados a Turquía suelen incluir un par de días visitando Capadocia y las enormes distancias se cubren en agotadoras jornadas en autobús. Os recuerdo que desde Estambul hay unos 750 km de autopistas y carreteras. Por eso decidí volar a Ankara y desde allí viajar en automóvil por mi cuenta para no depender de horarios y tener absoluta libertad de movimientos. Y es así como recomiendo visitar Capadocia ya que hay muchos lugares que os perderéis si utilizáis los dolmus, esas pequeñas furgonetas tan frecuentes en Turquía, por cuestión de frecuencias, rutas y horarios. Porque viajar con libertad de movimientos para mí no tiene precio. La otra opción es recurrir a agencias de viajes y tour organizados para visitar el norte de Capadocia o el sur de la región. Aparte del precio que hay que pagar y que pierdes cierta libertad, si tienes poco tiempo lo cierto es que vas a tiro hecho.

 

Cómo llegar y desde dónde moverse

Desde Ankara tomé la D90 hacia el sur con destino a Goreme, el pueblecito que desde este mismo instante recomiendo como lugar de residencia y base de operaciones para una estancia de varios días en Capadocia. La autopista en obras y con semáforos se convirtió tras un par de horas en una carretera a la altura del Tuz Gölü. Este es un enorme lago en proceso de desecación en el que se ha ido depositando sobre su antiguo lecho una capa de sal que refulgía de blanco bajo el sol de la mañana. La carretera bordea una de las orillas del lago así que aproveché para detenerme en una especie de restaurante con tienda de recuerdos desde donde se puede acceder a la superficie desecada. El Tuz Gölü es el mayor lago salado de Turquía y mucha gente se acerca hasta aquí a comprar sal o a embadurnarse con su barro maloliente dotado de  supuestas propiedades terapéuticas.

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Tras tomar la D300 hacia Nevsehir en Aksaray, el paisaje se convirtió en una sucesión de campos de cultivo de cereales y un paisaje cada vez más seco de colinas suaves y onduladas. La monotonía del camino apenas quedó salpicado por alguna aldea con su correspondiente mezquita. El de la mezquitas fue un tema que despertó mi curiosidad porque durante mi estancia de 3 semanas en el país observé que la construcción de nuevas mezquitas era todo un fenómeno. Unos días más tarde cuando regresé a Ankara pregunté a un amigo residente allí a qué se debía ese furor constructor y me comentó que el gobierno islámico del Presidente Erdogan promovía su construcción con fondos estatales. El laicismo, una de las bases de la República de Turquía promovida por Kemal Ataturk, estaba siendo atacado desde todos los frentes.

mapa de Capadocia

Llegar a Nevsehir y sentir una gran decepción fue todo uno. Cientos y cientos de feas construcciones salpicaban las colinas de la ciudad. Aquí y allá surgían como setas modernos hoteles y algún centro comercial estilo «mall-globalizado-igual-en-todo-el-mundo» que ayudaban a mitigar un tanto la anti estética imagen de la típica ciudad de la que sólo se desea salir corriendo.

Nevsehir

Afortunadamente unos pocos Km. más adelante comencé a divisar la inconfundible mole de piedra del llamado «castillo de Uchisar» y por fin sentí que estaba entrando en esa Capadocia de ensueño tantas veces imaginada que por fin empezaba a ser real. Decidí posponer la visita a ese atractivo pueblo de Uchisar para ir directamente hacia el hotel que tenía reservado en Goreme. La carretera era una sucesión de paisajes sacados de algún libro de cuentos, pero todo esto os lo cuento en el artículo dedicado específicamente a Goreme. En el os detallo por qué este pueblo es la mejor opción como base de operaciones en la región. También dónde alojaros o los lugares que podéis visitar como sus mercados de artesanías, el “Love Valley”, el “Museo al Aire Libre” y más cosas.  Entre ellas cómo hacer una excursión en globo al amanecer. Todo esto en estos dos artículos dedicados que no te puedes perder si estás pensando en viajar a Capadocia:

Goreme, la base de operaciones perfecta para recorrer Capadocia

Experiencia inolvidable en Turquía: volando en globo sobre Capadocia

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Las ciudades subterráneas de Kaymakli y Derinkuyu

Y fue tras un par de días conociendo Goreme y sus alrededores desde donde salí a visitar algunos de los lugares más curiosos y claustrofóbicos que se pueden visitar en Capadocia. Históricamente tanto Anatolia como Capadocia han sido territorio de paso de pueblos y civilizaciones, de invasiones y conquistas. Sus pobladores tuvieron que idear estrategias de supervivencia en un entorno bastante árido donde no abundan los lugares donde esconderse y la solución vino de la propia naturaleza del terreno. Muchos de sus habitantes habitaban viviendas excavadas en la roca volcánica y lo que hicieron en algunos lugares fue simple y llanamente ponerse a excavar pero hacia abajo, bajo la superficie. El paso de las generaciones acabó convirtiendo los primeros refugios subterráneos en auténticas ciudades de elaboradas estructuras laberínticas. Así fue como desde tiempos de los Hititas, y estoy hablando de entre 1.800 y 1.200 a.C., hasta tiempos de los cristianos bizantinos se excavaron cuevas, pasadizos, pozos de ventilación y de agua, se construyeron cocinas comunales, almacenes y toda una infraestructura bajo tierra que permitió la supervivencia de miles de personas durante prolongados periodos de tiempo. Al mismo tiempo las instalaciones fueron ampliadas y mejoradas para ser utilizadas como graneros, establos y lugares donde resguardarse de las inclemencias extremas del tiempo.

Es el momento de visitar las dos mayores ciudades subterráneas de las casi cuarenta de las que se tiene constancia de su existencia: Kaymakli Derinkuyu. A pesar de que ambas comparten su esencia estructural y defensiva tienen diferencias notables en su tamaño y construcción. El paisaje desde que salgo de Goreme con dirección sur es casi llano y está agostado por el calor del verano. Los tractores de última generación (está claro que la economía turca va bien) invaden carreteras y caminos mientras aquí y allá se ve a gente recolectando en inmensos campos cubiertos por grandes extensiones de cereales y girasol.

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Tras una hora de viaje desde Goreme que me obliga a pasar por la fea ciudad de Nevsehir llego a Kaymakli, una pequeña población que parece enclavada en medio de la nada. Todavía no son las 11 de la mañana pero no tengo más que seguir los autobuses turísticos para llegar al estacionamiento (de pago, claro) de la entrada a la ciudad subterránea. El acceso a la taquilla es un auténtico zoco cubierto plagado de tiendas de recuerdos de todo tipo donde el retrato omnipresente de Kemal Ataturk parece presidirlo todo.

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Aquí todo se compra y todo se vende y la sensación de acoso al turista va en aumento cuando llego a la taquilla, pago los correspondientes 20 TL por la entrada y me asaltan varios guías. Normalmente acostumbro a visitar los lugares por mi cuenta para detenerme sin prisas a hacer fotos o a acelerar el paso si no me interesa algo, pero aquí decido contratar uno ya que estoy interesado en las informaciones históricas y prácticas de la construcción de un lugar como este. Por supuesto la negociación del precio es todo un tira y afloja hasta que llego a un acuerdo con Osman, un hombre ya en la cincuentena de gesto adusto, dientes torcidos y que se maneja bien en inglés y francés.

Bajar la pequeña escalinata y adentrarse en una sucesión laberíntica de túneles, estrechos pasadizos, escalinatas que suben y bajan, salas y habitaciones de diferentes tamaños es todo uno. Osman va relatándome detalles de las cocinas comunales, de las despensas, de las habitaciones reservadas a familias con dinero que se ocultaban siempre en los niveles más profundos por ser los más seguros en caso de invasión… Y me muestra las grandes ruedas de molino sin duda esculpidas en el mismo lugar donde nos encontramos utilizadas como puertas de seguridad. Y uno de los túneles de aireación que todavía no ha colapsado y que de lo profundo que es se pierde en la oscuridad de las profundidades de la tierra.

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La presencia de cada vez más gente en las vueltas y revueltas de las antesalas y pasillos además de la estrechez de muchos pasajes y escaleras, puede convertir la visita a Kaymakli en una auténtica tortura para aquellos que sufran de claustrofobia. Osman me lleva hasta los lugares donde se elaboraba el vino y me conduce desde los niveles más altos donde se encontraban los establos hasta los niveles más profundos accesibles a unos cincuenta metros bajo tierra ya que todavía quedan varios niveles inferiores que no están abiertos al público. En el segundo nivel queda la iglesia donde todavía se pueden ver las hornacinas para las velas y el rústico altar tallado en la misma piedra. En el tercer nivel están los almacenes de grano, las cocinas y las bodegas para el vino con los huecos excavados para ubicar las grandes jarras de barro. Osman me cuenta orgulloso que por algo Kaymakli está considerada como una de la más grandes de las ciudades subterráneas conocidas ya que pudo albergar a casi 4.000 personas al mismo tiempo. Un lugar único donde se conservan perfectamente túneles, pasadizos, estrechas escalinatas, trampas en el suelo y extrañas piedras repletas de agujeros que se cree fueron utilizadas como moldes en la fundición de metales.

Tras una hora de exploración conjunta me despido de Osman que ha respondido a todas mis preguntas con paciencia, pero al que he visto un tanto acelerado deseando salir de nuevo a la búsqueda de más turistas, a ser posibles japoneses, que sin duda le pagarán mejor que yo. Salgo de Kaymakli con sentimientos encontrados. Por un lado admirado de la fantástica labor de ingeniería y del inmenso trabajo que llevó a generaciones completar esta ciudad subterránea. Por otro lado salgo fastidiado por el excesivo acoso al visitante, la masificación y los precios que son un auténtico abuso para el que llega hasta aquí así que no quiero ni pensar lo que me espera en mi siguiente destino, Derinkuyu.

Unos Km. más al sur se encuentra la ciudad subterránea de Derinkuyu, conocida por ser la más profunda ya que su estructura se hunde en la tierra hasta los 85 metros. Se han localizado centenares de accesos a sus túneles y galerías desde casas y patios particulares del pueblo situado en la superficie. Además de esto guarda muchas similitudes con la ya visitada de Kaymakli pero con una importante diferencia: no es tan agobiante ya que sus pasillos y estancias son más anchos y espaciosos.

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Me adentro esta vez sin guía en esta ciudad que mantiene los establos en el primer nivel y una amplia bodega para el vino en el segundo nivel donde además se ha descubierto lo que parece ser una zona de estudio para los religiosos. El descenso a los niveles inferiores por unas escalinatas casi verticales no deja de ser un tanto angustioso hasta que se llegar a una iglesia de planta cruciforme. Tampoco faltan aquí los túneles de aireación ni los pozos de agua abiertos directamente desde el interior de la ciudad para evitar que fueran envenenados desde la superficie, y es que todo estaba muy bien pensado. Por ejemplo, para facilitar la orientación y evitar derrumbes y colapsos los constructores hacían reproducciones a escala en arcilla de lo ya excavado llevando a esas maquetas cualquier obra que se hiciera en el interior.

mapa de Derinkuyu

Se cree que tanto Derinkuyu como Kaymakli estaban unidas por varios túneles y se hace difícil visualizar las dimensiones de este lugar y el esfuerzo titánico que debió representar excavar sus más de mil estancias que daban cobijo a varios miles de personas. A todo esto hay que sumar el esfuerzo organizativo de mantener a tanta gente bajo tierra durante prolongados periodos de tiempo. Por supuesto no faltan los retretes, los depósitos de agua y alimentos, las habitaciones familiares reservadas a los más adinerados, las salas comunales columnadas y hasta un lugar reservado a los muertos donde se depositaban hasta que podían ser sacados a la superficie. Pero lo más impresionante son esas grandes puertas redondas en forma de piedra de molino ubicadas en lugares estratégicos que sólo podían ser operadas desde un lado y que bloqueaban cualquier acceso desde el exterior en caso de una invasión. Además tanto aquí como en Kaymakli se hacían pozos trampa plagados de estacas afiladas cuya ubicación sólo conocían los defensores de la ciudad y situadas en lugares de paso obligado.

Tras una mañana recorriendo pasadizos subterráneos salgo al exterior agradeciendo la intensa luz y al calor del sol. No quiero ni imaginar la angustiosa experiencia de tener que vivir un largo asedio bajo tierra, pero no hay duda de que estas ciudades supusieron una fórmula defensiva muy exitosa ya que estos fortines subterráneos se mantuvieron y ampliaron durante siglos. Quedan repartidas por Capadocia más ciudades subterráneas como las visitadas pero yo ya he tenido bastante y subiendo de nuevo al coche me dirijo hacia Uçhisar, un pueblecito cerca de Goreme que quiero visitar desde el día de mi llegada.

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Uçhisar y su castillo

Este pequeño pueblo es otro de esos lugares tranquilos en los que poder establecer la base de operaciones para visitar Capadocia. La inconfundible silueta del llamado castillo de Uçhisar es visible desde kilómetros a la redonda y ofrece desde su punto más alto uno de los mejores miradores sobre la región. En realidad el «castillo» es una gran formación rocosa horadada por numerosas casas rupestres desde la época bizantina. La erosión del terreno y los continuos desprendimientos provocaron su abandono por la población que acabó por establecerse en los alrededores del enorme promontorio.

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Por cierto, aunque mucha gente no habla más idioma que el turco la comunicación termina siendo bastante fácil y la gente ha resultado ser maravillosa a pesar de las diferencias del idioma. Encontraréis muchos puestos de artesanía donde curiosear, comprar algún recuerdo o echar unas risas con la gente local, como pasó con este de chicas que aprovecharon para divertirse mientras hacía mis pinitos en turco.

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Recuerdos de Capadocia 10

Hoy Uçhisar es un agradable y tranquilo rincón donde abundan hoteles, restaurantes y negocios relacionados con el turismo. Sin duda la gran atracción del pueblo es el «castillo» y toda la zona de casas rupestres ya abandonadas que lo rodea situada a sus pies y que visité el día de mi llegada. Cuando llego a la parte más alta del pueblo me paro a comer un típico gozleme de queso con especias recién preparado en una de las terrazas con vistas al Valle de las Palomas así llamado por la abundancia de palomares excavados en sus paredes rocosas. Con ese paisaje delante me dedico a disfrutar de la comida y es que en Turquía acostumbran todavía a prepararla al momento y con productos frescos. No os podéis imaginar el placer que me supuso durante este viaje poder recuperar, por ejemplo, el sabor auténtico de los tomates…Son esas pequeñas cosas que hacen que quedes prendado de un lugar.

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Con el buen sabor de boca dejado por unos dulces baklavas me dirijo a los pies del castillo para ascender a su mirador tras previo pago de unas pocas Liras y teniendo cuidado con las traicioneras escaleras, los socavones y las piedras sueltas. El interior de la montaña se encuentra en tan mal estado que no se puede visitar por cuestiones de seguridad, pero las vistas que se tienen desde lo más alto compensan esta carencia con creces. A mi alrededor se extiende hasta perderse de vista un paisaje de tortuosas formaciones ocres salpicadas de verde en los estrechos valles. A mis pies veo las casas bajas de Uçhisar, el valle abandonado de casas rupestres, las colinas de suave color rosado desmoronadas por la erosión y más allá a lo lejos el valle de Goreme. También, y casi borrada  por la bruma del atardecer,  se adivina la silueta del gran monte Erciyes, el antiguo volcán de casi 4.000 m. de altura y causante de la particular geología de Capadocia.

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Regreso a Goreme donde las calles apenas iluminadas empiezan a retomar su ritmo y animación con el atardecer. Estamos en Ramadan y la gente del pueblo sale a romper el ayuno diurno llenando las terrazas mientras el aire se llena de los aromas de carnes y especias. Entonces decido caminar hasta lo alto de una de las colinas que rodean Goreme para disfrutar de uno de esos atardeceres inolvidables tan frecuentes aquí. Esa noche ceno rodeado de gatos en la terraza de un restaurante regentado por una familia del lugar que ofrece buena comida casera y donde por fin me decido a probar el vino local. Porque aunque no lo he dicho todavía aquí en Turquía se cultiva la vid, se hace y se bebe vino. Que sea bueno ya es otra historia.

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El valle de Ilhara

Amanece un nuevo día, por desgracia el penúltimo de mi estancia en Capadocia. Mientras disfruto del desayuno en la terraza del hotel Kelebek planifico la ruta que me llevará a uno de esos valles escondidos donde se refugiaron los monjes bizantinos para vivir una vida de aislamiento y oración, el valle de Ilhara. La suma de su riqueza natural así como la de restos históricos en forma de iglesias bizantinas excavadas en las paredes de roca convierten a este valle en un destino señalado en todas las guías.

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La carretera me lleva de nuevo hacia el oeste atravesando Neveshir y Acigöl y luego hacia el sur camino de Selime. La ruta me depara de nuevo espectaculares paisajes donde la erosión ha dejado su huella dibujando formas imposibles. Las colinas y montañas de colores grises y rosados horadadas por el hombre en multitud de lugares que rodean pueblos como el de Yaprakhisar son un ejemplo de ello. Y en sus alrededores se observan perfectamente las formaciones de toba volcánica depositada por los volcanes Hasandag y Güllüdag que conformaron la geografía de esta región. Son pueblos donde el tiempo parece haberse detenido en un momento indeterminado. Pueblos donde los hombres se sientan a fumar y tomar el té en las terrazas a la puerta de los bares, donde las mujeres con la cabeza cubierta por un pañuelo hablan a la sombra de un árbol y donde los niños pasean burros en vez de perros.

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Abuela y nieta a la sombra de un árbol en Ilhara, Capadocia

Es este un entorno entre el color ceniciento de las colinas resecas y el verde del valle poblado de árboles que me indica que estoy llegando a uno de los extremos del valle al cual se puede acceder desde un par de entradas. En el acceso más importante situado a unos Km. hay un enorme estacionamiento de reciente construcción y luego una bajada hacia las taquillas de entrada al valle, porque como en casi todos los lugares de la Capadocia hay que abonar la correspondiente entrada. Desde la balconada que se encuentra aquí mismo el valle de Ilhara se muestra en todo su esplendor ante mis ojos. Las paredes verticales de 150 m. conducen hacia el fondo de un valle arbolado de 15 Km. recorrido por el cauce del río Melendiz, uno de los más importantes de la región.

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Este es un día de verano bochornoso así que las aguas del río suponen toda una tentación para muchos de los visitantes que aprovechan para bañarse y chapotear alegremente en las orillas. Desde la entrada una escalinata, que se hace interminable al regreso, desciende por la pared de roca hacia el frescor del valle.

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Pero antes de llegar abajo hay una parada en la primera de las iglesias, la de Agaçalti, la «iglesia bajo el árbol» del S.VI que conserva la imagen de la ascensión de Cristo en medio de su cúpula central. El estado de conservación de estas iglesias hace suponer que tras la invasión musulmana no fueron descubiertas y permanecieron ocultas, aunque otras fuentes afirman que los conquistadores selyúcidas fueron tolerantes con los pobladores cristianos y permitieron su culto en ellas. Más abajo, ya en el valle,  se encuentra la Iglesia de Sümbüllü oculta entre la vegetación. Es un ejemplo de cómo encontraremos el resto de las iglesias a lo largo del recorrido.

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Tanto en el valle de Ilhara como en otros de la región como el de Soganli o el casi inaccesible de Belisirama se establecieron monjes procedentes de lugares tan remotos como Egipto o Siria y por esta razón se observan rasgos muy característicos tanto en la construcción como en las pinturas de las iglesias. Esto es lo que las hace tan interesantes para estudiosos del arte religioso bizantino ya que eran totalmente desconocidas y no fueron catalogadas hasta la década de 1950 por una pareja de investigadores franceses. Desde entonces la entrada de Capadocia en los circuitos turísticos ha favorecido su estudio y la llegada de nuevos visitantes que pueden apreciar los restos artísticos que en este valle alcanzan los 14 siglos de antigüedad.

El valle de Ilhara permite tener un contacto directo con la naturaleza y el arte en un lugar donde tanto los caminos como las diferentes iglesias están bien señalizados. Pero he de ser sincero y confesaros mi decepción por el penoso estado de conservación de muchas de las iglesias en las que reinan la suciedad, las pinturas deterioradas y los grafitis. En las iglesias las imágenes están muy deterioradas ya porque fueron borradas durante el periodo iconoclasta o por los grafitis de los vándalos de hoy como los de la iglesia de Yilanli o «de las serpientes» ya que en su interior se conserva una escena de las mujeres pecadoras atacadas por las serpientes. Además, después de haber visto las pinturas del Museo al Aire Libre de Goreme qué queréis que os diga, que su estado de conservación deja bastante que desear.

Aún así, a medida que avanza el día y paseo entre las arboledas del valle con el agua del río Melendiz, me doy cuenta de que venir hasta aquí a pasar el día en un caluroso día de verano no está nada mal. Y es que uno puede refrescarse, curiosear en el interior de viejas iglesias bizantinas y hasta comer algo en un pequeño restaurante situado a la orilla del río. Pero no esperéis mucho más.

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En el camino de vuelta decido rodear el valle por el sur pasando por el pequeño pueblo de Ilhara y más adelante por las formaciones rocosas de Güzelyurt, un pueblecito de casas de piedra y fachadas decoradas. Aquí se encuentra un pequeño valle con multitud de pequeñas iglesias llamado «valle de los monasterios» además de otra de esas agrupaciones de rocas de formas cónicas agujereadas por viejas casas rupestres al igual que las que había visto en Yaprakishar y Selime. Regreso a Goreme con la impresión de que me quedan todavía muchos lugares por descubrir en esta tierra agreste que huele a campos de cereales, a polvo y a siglos de Historia.


Ya en Goreme me espera el atardecer. Aquí el ritual consiste en subir por las calles del pueblo hasta alcanzar lo más alto de una de las colinas que lo circundan. Reconoceréis la zona porque a esas horas siempre hay un montón de gente asomada al borde de los pequeños barrancos. Desde allí los turistas y curiosos esperan hasta ver caer los últimos rayos del sol por detrás del horizonte en un ambiente festivo decorado con los colores cálidos de este verano seco y tórrido y unas vistas de ensueño. Mientras el sol desciende en el cielo no puedo evitar sentir una gran pena por tener que marchar de este pueblecito con tanta personalidad y dejar atrás a sus amables habitantes que tan bien me ha acogido. Las luces de Goreme comienzan a encenderse mientras el último rayo de luz desaparece tras el castillo de Uçhisar. Desde luego Capadocia está superando mis expectativas.

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Cuando al día siguiente salgo de Goreme me detengo por última vez en uno de los miradores sobre el valle que se extiende a mis pies. Y sonrío porque estos días en Capadocia han supuesto un auténtico regalo y toda una increíble sucesión de imágenes y sensaciones inolvidables. Abandono esta tierra reseca y me dirijo de vuelta hacia Ankara no sin antes desviarme una buena cantidad de kilómetros por la carretera que va de Aksaray hacia Konya para visitar el famoso caravansarai de Sultanhani erigido en 1229. Su exterior amurallado y defendido con varias torres conducen a una puerta monumental. En su patio central porticado se conserva una pequeña mezquita y todos los laterales están formados por grandes almacenes donde se resguardaban la mercancía y los animales que circularon durante siglos por las rutas del Asia Central.

Quizás este sea uno de los caravansarai más impresionantes de todo el Asia Menor, una enormidad que ocupa 4.500 m. cuadrados. Pero su grandeza palidece ante las bellezas del paisaje de esa Capadocia que me ha hechizado y que no consigo borrar de mi memoria. Traqueteando por carreteras imposibles, esquivando baches, cráteres, tractores, burros y paisanos por un paisaje árido, llano, seco y duro me alejo de esta región única de la que acabo de irme y a la que ya quiero regresar.

Caravansarai de Sultanhani

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