Amanece en Noruega y subo al Preikestolen otra vez.

No son ni las 5 de la madrugada y ya ha amanecido en Noruega. Una luz suave entra por la ventana de mi habitación en el Preikestolen Fjellstue, el hotel de montaña a orillas de un precioso lago.

De aquí parte el sendero que sube hasta uno de los miradores más impresionantes del mundo: el Preikestolen, conocido como “el Púlpito”o  el “Pulpit Rock”. Al menos así lo calificaron en el año 2011 tanto la CNN Go como LonelyPlanet. Y no les voy a quitar un ápice de razón. Hace apenas unas horas lo pude comprobar con mis propios ojos en mi ascenso al Preikestolen al atardecer. Durante esa subida tuve la oportunidad de encontrarme totalmente a solas en un lugar visitado por unas 250.000 personas a lo largo del año. Os recomiendo leer este primer artículo ya que encontraréis gran parte de la información que podáis estar buscando acerca de cómo llegar hasta aquí, donde dormir y cómo subir al Preikestolen.

Tras ese primer ascenso un tanto acelerado, quería subir de nuevo para contaros cómo es la experiencia de hacer un ascenso normal. Y hacerlo de día, tal como lo hacen el 99,9% de las personas que llegan hasta este rincón de los fiordos noruegos situado muy cerca de Stavanger. Como ya conté anteriormente este artículo se enmarca dentro de una acción denominada #FiordosNoruegos en acuerdo con Region Stavanger y la Oficina de Turismo de Noruega en España.

Mi intención era subir con tranquilidad, sin prisas y con tiempo de sobra para disfrutar del fantástico entorno que rodea al fiordo Lysefjorden. Y de paso recorrer un poco más a fondo los alrededores del Preikestolen. En realidad creo que disfrutar del paisaje que muestra la imagen que abre este artículo justifica por sí misma este nuevo ascenso. Así que a las 7 me levanto y me calzo de nuevo las botas. La mañana es sencillamente magnífica. No puedo pedir más porque tener este día soleado es todo un privilegio en esta primavera noruega. Respiro hondo y después de un contundente desayuno a base de embutidos, ahumados, sardinas y arenques, salgo a tomar un café con estas vistas. Es imposible no sentir la fuerza de la Naturaleza mientras mi vista se pierde en los picos nevados de las montañas y respiro el aire fresco de la mañana. El silencio solo se rompe por el trinar de los pájaros y por los preparativos de algunos excursionistas que ya empiezan a subir. Es hora de ponerse en marcha.

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Subiendo por 2º vez en menos de 12 horas

Tras cargar en la mochila el equipo fotográfico, además de comida y bebida, inicio el camino ya conocido recordando las imágenes de mi ascenso al Preikestolen durante el atardecer de ayer. Hoy me lo tomaré con calma para ver cuánto puede tardar una persona con una forma física mediana en llegar hasta arriba. Y después bajar.

La primera diferencia es que ya desde las primeras rampas me adelantan algunas personas. Todavía no muchas, pero a medida que avance la mañana su número irá en aumento. Lo que está claro es que estos noruegos están en forma y que saben lo que es la montaña.  Es evidente que tienen una relación especial y muy cercana con su entorno natural porque es omnipresente y porque como me dijo uno de ellos, “la Naturaleza es lo único gratis que tenemos en este país”.

De nuevo me encuentro con las escalinatas de piedra, las pasarelas de madera y esos tramos de rocas por las que hay que subir casi apoyando las manos. Pero hoy no tengo prisa. Paro cada poco a tomar alguna fotografía y subo a un ritmo pausado. La luz del día me ayuda a descubrir nuevos detalles y paisajes, a ver nuevas marcas en forma de T mayúscula pintada de rojo señalando el camino correcto. Y a localizar nuevos indicadores de distancia que ayer me habían pasado desapercibidos.

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De todas formas cada vez hay más gente y hasta un grupo de jóvenes eritreos me sobrepasan corriendo y saltando como gacelas entre las rocas. Supe que eran eritreos porque puede hablar un rato con ellos después. Me contaron que Noruega estableció un programa de ayuda y acogida de refugiados de Etiopía y Eritrea, pero que ahora el gobierno se plantea devolver a su país a la mayoría de ellos. Y ellos no quieren regresar a un país donde sólo les espera la represión y la dictadura. Como me decían orgullosamente una y otra vez: “Now we are Norweians”, ahora somos noruegos.

Llego a la zona de los lagos y entonces se hace evidente la importancia que tiene la luz en la fotografía. La imagen que recordaba de hace apenas 10 horas con unos lagos desbordantes de reflejos y tonalidades moradas, no tenía nada que ver con la imagen que me ofrecían ahora de buena mañana. Ni los montículos de piedra que marcan el camino parecían los mismos. Aún así es un lugar estupendo para parar a descansar y comer algo.

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Cada vez llegaba más gente, entre ellos muchos orientales e hindús. También familias con niños pequeños que subían esforzadamente pero sin quejarse y parejas de noruegos con sus bebes colgados a la espalda. Y de nuevo, pero esta vez a plena luz el día, el Lysefjorden apareció ante mí con sus cumbres nevadas y el mar adentrándose 47 km. en la tierra.

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Ya casi estoy llegando pero esta vez me lo tomo con calma. Quiero apreciar de verdad por donde piso, fotografiar el estrecho camino al borde de los acantilados, disfrutar del increíble paisaje y cansarme de mirar uno de esos lugares por los que merece la pena hacer un viaje.

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Cómo jugarse la vida por una fotografía en el Preikestolen

Cuando tras dos horas y media de tranquila subida llego al Preikestolen ya hay bastante gente. Los eritreos ya llevan aquí un buen rato, sonrientes, alegres, felices…Y es entonces cuando la veo. Estoy llegando a uno de los miradores naturales más impresionantes del mundo en los fiordos noruegos cuando veo a una joven sentada al borde del Preikestolen balanceando las piernas sobre el abismo. Y de nuevo los sinsentidos de la naturaleza humana me hacen reflexionar acerca de lo temeraria y sorprendente que es.

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Creo que la vida es el regalo más importante que poseemos. Generaciones de nuestros antepasados han luchado sin descanso por trasmitir el don de la vida a sus descendientes. Y ahora mismo delante de mí algunos de estos seres humanos que se esfuerzan cada día por salir adelante, que tienen familia o que tienen sueños por cumplir, se la juegan por…una fotografía.

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El ritual consiste en viajar hasta Noruega, subir al Preikestolen y entonces en un ejercicio de temeridad, asomarse, sentarse, balancearse y hacer equilibrios sobre el mismísmo borde de un espolón de roca situado a 605 m. de altura. El objetivo final además del subidón de adrenalina, de jugar con la vida y la muerte o de sentir el vértigo del vacío, es hacerse una fotografía que inmortalice ese momento. Una fotografía en la que quede bien reflejado de lo que algunos son capaces de hacer con más o menos prudencia.

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Porque el objetivo de algunos parece que no es sólo disfrutar de la belleza brutal y primigenia de un entorno natural apenas alterado. Ni tampoco es demostrarse a uno mismo que es capaz de superar la prueba física del ascenso. Tampoco en sentir que uno es un privilegiado por poder estar en uno de los lugares más hermosos de este planeta. Y que conste que yo tengo fotos aquí mismo tomadas en mi anterior ascenso, pero a varios metros del borde y sin nadie cerca. Porque no es hacerse una foto lo que me parece irresponsable, sino la manera imprudente de hacerla.

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Y así me pasé un buen rato dándole vueltas a la cabeza sobre estas cosas mientras observaba cómo la gente llenaba la plataforma del Preikestolen. O cómo algunos se acercaban al borde reptando de espaldas para hacerse el inevitable selfie. Confieso que lo máximo que me acerqué al borde fue un par de metros y casi de rodillas. ¿Será que aprecio demasiado mi vida para ponerla en riesgo por una fotografía? A mi mente vino el dicho que dice: «más vale cobarde vivo que valiente muerto«. Y si es por un selfie, con más razón.

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Fue entonces cuando un señor mayor tropezó en uno de los rebordes de piedra y cayó de bruces al suelo. Si hubiera habido alguien cerca probablemente lo hubiera empujado al vacío. ¿Qué se siente cuando sólo unos centímetros separan tu vida de la nada y el olvido? ¿Qué empuja a algunas personas a asomarse al abismo para sentir que el vértigo les da la vuelta al estómago? El Preikestolen es uno de esos lugares donde puedes sorprenderte ante el aprecio que demuestran algunos por lo más precioso que tienen.

Afortunadamente son sólo unos pocos, pero maldita sea, cómo llaman la atención y cómo te hacen sentir angustia ajena. Y lo más curioso es que para disfrutar de las mejores vistas del Preikestolen y del fiordo Lysefjorden hay que poner un poco de distancia. Porque este es un espacio inmenso donde el adjetivo “espectacular” adquiere de verdad todo su sentido.

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Siempre hacia arriba y luego para abajo

Me encuentro con el joven noruego que me había encontrado la noche anterior subiendo a acampar con su perro. Está ocupado recogiendo la tienda y le pregunto si ha visto el amanecer desde ahí arriba. Con los ojos brillantes de emoción me lo confirma: “amazing”, increíble. Mientras tanto su perro descansa tumbado sobre la roca ajeno a toda inquietud, deseo o inconsciencia humana.

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Finalmente me acerco a una vía señalada en una pared de roca con las ya conocidas T. Esta es una segunda vía de acceso al Preikestolen desde la parte de arriba. Es evidente que es una zona menos trillada, con unos grandes roquedales y salpicada de praderas con barrizales donde hay que andarse con cuidado. Pero amigos, ¡qué vistas se tienen desde aquí!. El Preikestolen en todo su esplendor.

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Y decido seguir subiendo. Hacia la izquierda veo una serie de paredes y rocas por la que han subido unos pocos intrépidos. Y para allá que me voy. Finalmente descubro que hay una senda aunque no está señalizada que permite obtener otras vistas increíbles del fiordo. Y allí abajo, casi mimetizado en la pared de roca está el Preikestolen con cada vez más personas en su plataforma. Al fin y al cabo tiene todos los atributos para ser uno de los lugares más visitados de Noruega. Además hoy el tiempo acompaña y de qué manera.

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Cuando alcanzo la cota de nieve decido regresar. Son casi las 12 del mediodía y es un buen momento para despedirme de este maravilloso lugar. Retrocedo sobre mis pasos y alcanzo de nuevo la zona de acceso a la plataforma a donde cada vez llega más gente. Otro consejo: cuidado con las grietas que se abren en el suelo rocoso y que sólo ves cuando caminas por encima. O cuando ya has metido el pie, la pierna y parte del cuerpo o peor todavía, el cuerpo entero.

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Pasan de las 12 del mediodía y a medida que voy descendiendo me cruzo con una larga fila de personas de toda edad, origen y condiciones físicas que quieren llegar al Preikestolen. Muchos de ellos son turistas de los cruceros que atracan en Stavanger. Lo más sorprendente es que algunos suben en chancletas. Y también veo algunas chicas en zapatillas de deporte con su bolso al hombro o algún oriental con zapatos de calle. Y entre todos ellos destacan los noruegos perfectamente preparados para cualquier circunstancia. Lo que más me admiró fue cruzarme con tantas personas mayores, familias con bebés y niños trepando por las rocas como si tal cosa. Para los noruegos esto es como ir a dar una vuelta al parque un domingo.

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A medida que descendía, la hilera de gente que subía (o lo intentaba) era cada vez mayor. Me quedaba muy claro que si subes de día has de hacerlo a primeras horas de la mañana. O como te contaba en el anterior artículo, al atardecer. Finalmente tras una mañana de sol gloriosa y un par de horas de tranquila bajada ya tengo el Preikestolen Fjellstue a la vista.

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Una vez aquí puedes recargar fuerzas en su restaurante o tomar el autobús hasta Tau para subir al ferry que va a Stavanger. Y eso fue lo que hice. El puerto de Tau es un hervidero de mochileros, excursionistas derrotados por el cansancio y vecinos de la zona que van de compras o a darse una vuelta por la cuarta ciudad más importante de Noruega.

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Una hora más tarde estaba desembarcando en el puerto del animado centro de Stavanger donde me esperaba el Musikk Fest con sus 120 conciertos gratuitos, sus casas de madera y almacenes portuarios del Siglo XIX, sus terrazas al sol y su exquisita gastronomía. Pero esta es otra historia.

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Informaciones prácticas:

– El cambio de Euro a Coronas noruegas a junio del 2015 es 1,00 EUR = 8,78 NOK

– El Flybussen del aeropuerto al centro de Stavanger cuesta 110 Nok por 1 trayecto. Ida y vuelta sale por 160 Nok y el billete es válido por un año.

– El ferry Stavanger-Tau cuesta 49 Nok el trayecto. El billete se paga a cualquiera de los empleados que los venden en el interior del ferry.

– El autobús desde el puerto de Tau al inicio del camino de subida al Preikestollen cuesta 40 Nok u 85 según el autobús que te toque. Sus horarios todavía son un misterio para mi.

– Aunque la excursión al Preikestolen se puede hacer en un viaje de ida y vuelta desde Stavanger en el mismo día, te recomiendo pasar una noche aquí. La habitación en la parte más moderna del Preikestolen Fjellstue para una persona con baño incluido, wifi y desayuno cuesta 1.125 Nok. La habitación doble cuesta 1.425 Nok. En el Hostel una habitación pequeña para una persona sale por 520 Nok, y una doble por 760 Nok.  En el Vatnegården una cama en habitación compartida sale por 320 Nok por persona. De todas formas tenéis toda la información en la web.

– Llevar un buen calzado, algo de ropa de abrigo, comida y bebida. No es necesario cargar con más cosas de las necesarias. Entre ida y vuelta a paso tranquilo calcula 5-6 horas para toda la excursión.

– El camino está perfectamente señalizado con “T” rojas pintadas sobre las rocas en lugares estratégicos. También hay carteles que indican la distancia recorrida y la pendiente, además de marcadores kilométricos. Hay que ir muy despistado para perderse.

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– En el aspecto fotográfico, para paisajes tan inmensos es fundamental usar un gran angular. El equipo que he utilizado consiste en una cámara Nikon D7100 formato DX y dos objetivos: un Nikkor 18-200 f 3.5-5.6 y un Nikkor 12-24 1:4. Además de una cámara de bolsillo Canon G-12. Tampoco he utilizado filtros.

– Y lo más importante. No olvides tu espíritu de aventura y tus ganas de superación. Ambas cosas te pueden llevar muy lejos.

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