¿Y por qué Porto de Galinhas?

No había oído hablar de Porto de Galinhas hasta que pasé unos días en Recife, la capital de Pernambuco en el noreste de Brasil. Recife, sinceramente, no me estaba gustando mucho. Una ciudad como tantas otras de Sudamérica con un tráfico loco, feos edificios de apartamentos y una sensación de caos constante flotando en el ambiente.

La excepción a tanto feismo estaba en algunas calles del centro histórico y sobre todo en sus kilométricas playas.  Pero bañarme en sus playas suponía exponerme al ataque de los tiburones. O al menos así lo indicaban las decenas de carteles repartidos por el paseo que bordea las playas de la ciudad.

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No recuerdo cuando escuché por primera vez el curioso nombre de Porto de Galinhas, pero asociada venía la calificación de ser una de las mejores playas del nordeste de Brasil. Así que sin pensármelo mucho decidí acercarme hasta este supuesto edén playero. Tras subir a un autobús en la Rodoviaria de Recife que tomó dirección sur, viajaba hacia la que muchos aquí consideran una de las mejores playas no solo de Pernambuco, sino de todo Brasil. Si no queréis complicaros con el trasporte público hay excursiones organizadas que te facilitan el traslado.

Como siempre que me imagino el paraíso tropical las expectativas se disparan. Aunque después de conocer la desilusión en tantos «paraísos» destrozados esas expectativas se reducen al simple deseo de encontrar un lugar que por lo menos merezca la pena. En la Oficina de Turismo me habían dicho que hacia el norte hay estupendas playas como la de María Farinha a apenas 40 km. de Recife, o las de la isla de Itamaracá con sus arenales rodeados de cocoteros. Pero todas las guías señalaban como imprescindible, insuperable, magnífica, maravillosa y de obligatoria visita la playa de Porto de Galinhas. Lo cierto es que la carretera que lleva hacia el sur puede desanimar a cualquiera en su búsqueda del paraíso perdido en forma de playa. Las obras en la carretera, los interminables atascos y los desvíos entre fábricas y construcciones grises donde se aposentan todo tipo de negocios no ofrecen una imagen muy idílica. Superados los primeros 40 km. comienzan a aparecer algunos palmerales y, sobre todo, extensas plantaciones de caña de azúcar. Desde la distancia se puede distinguir el humo de las fábricas que transforman la caña para obtener la cachaça, el ingrediente fundamental de las famosas caipirinhas. Y ya en los últimos kilómetros las plantaciones de caña son sustituidas por extensos palmerales que crecen alrededor de unas pequeñas lagunas alegrando, por fin, la vista del viajero.

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Porto de Galinhas, como gran parte de Brasil, está inmersa también en un acelerado proceso de modernización de estructuras, construcción acelerada y asfaltado de nuevas carreteras y autopistas. Esta pequeña población debe su nombre a que los traficantes de esclavos descargaban ilegalmente a los esclavos traídos de África en la época de la abolición de la esclavitud. Cuando llegaba un barco de esclavos se decía que ya había galinhas en la playa y de ahí se le quedó el nombre. Hoy se ha convertido en un punto de referencia turístico y, por qué no decirlo desde ahora mismo, excesivamente turístico.

Las carreteras que rodean el pueblo están salpicadas de caminos de acceso a hoteles playeros y en el tráfico de la mañana se mezclan buggies, motos, bicicletas y furgonetas. Tras bajar del autobús comienzo a caminar hasta encontrar una calle sin asfaltar llena de baches buscando un acceso al mar que está ahí, lo huelo. Todo está un tanto desangelado, las casas bajas sin pintar entre palmeras, los techos de hojalata llenos de polvo… Pero por fin consigo ver, al final de un pequeño callejón, el azul intenso de un mar en calma y las sombrillas de colores que anuncian un prometedor día de playa.

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Nada más pisar la arena descubro un arenal entre cocoteros plagado de sillas plegables y grandes sombrillas. La playa está llena de gente que disfruta de las vacaciones y al instante soy “asaltado” por vendedores de cocos helados, piñas coladas, caipirinhas y pulseras. Pero los más pesados e insistentes son los que gestionan las tumbonas y sombrillas que discuten entre ellos a grito pelado por hacerse con los turistas recién llegados. Mientras busco un sitio en la playa escapo de unos vendedores y entre el griterío de otros me digo a mí mismo: «bienvenido a la maravillosa playa de Porto de Galinhas en plena temporada alta».

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Otra experiencia playera más en Brasil

Desde luego que la playa es bonita con su agua cristalina de color azul-verde claro y sus cocoteros a pie de arena. Pero nada que ver con muchas de las playas que se conservan casi vírgenes al asedio de la civilización en el extenso litoral brasileño. Por fin decido rendirme a la insistencia de uno los «vendedores» de sombra y me asiento en un lugar propicio bajo una inmensa sombrilla. Entonces se acaban los insistentes reclamos y la situación vuelve a la calma. Lo habitual en las playas brasileñas es no pagar nada por la sombra ni por las sillas plegables (aquí no hay tumbonas). A cambio has de pedir algo de beber y comer al responsable de esa zona de sombrillas. Él se encargará de satisfacer todos tus deseos en forma de cervezas, caipirinhas, piñas coladas hechas dentro de la propia fruta, pescado fresco, camarones, cafés….La verdad es que al final de la jornada me doy cuenta de que compensa, y de qué manera, dejarse llevar y relajarse. Una playa estupenda, la temperatura ideal, unas cervezas heladas a mano y que pase el tiempo mientras el mundo pasa ante tus ojos. Por la fina arena y caminando al borde del mar no dejan de pasar pausadamente vendedores ambulantes de música, bañadores, abalorios, bebidas, comida, helados…Unos sonríen mientras pasan y me saludan, otros se paran a preparar un cóctel en su bar portátil con música incorporada, las chicas pasean en tanga por la orilla sin ningún tipo de complejos acerca de sus generosos traseros, los niños chapotean en la orilla entre risas, las palmeras se mecen con una suave brisa… Por fin empiezo a encontrarme a gusto y considerar que estar aquí es todo un lujo.

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Porto de Galinhas está ubicado en un enclave privilegiado de la costa ya que está protegido de los embates del océano por una barrera de arrecifes que casi queda a ras de agua durante las mareas bajas. En esos arrecifes y con la marea baja se forman una especie de piscinas naturales donde se dirigen todas las mañanas unas pequeñas barcas llamadas jangadas. Por 15R por persona, unos 4€, nos llevan hasta allí para darnos un baño en un agua límpida y azul rodeados de una multitud de pequeños peces de colores. Podemos optar por las gafas y el tubo o por hacer una inmersión con botella en alguno de los clubs de buceo que se anuncian  en la playa.

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A diferencia de Recife aquí no hay carteles advirtiendo de la presencia de tiburones, pero está claro que pasan dos cosas cuando sube la marea: la primera es que el mar casi se come la idílica playa; y la segunda es que la gente de por aquí sólo se mete en el agua hasta la cintura…Por algo será ¿no?

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Aparte de la playa las calles de Porto de Galinhas no ofrecen mayor atractivo que estar llenas de restaurantes, terrazas al borde del mar, pequeñas y grandes pousadas y tiendas de recuerdos. Sin embargo las posibilidades de practicar submarinismo o de hacer excursiones en buggy a playas cercanas (entre 200 y 250 reales) como la de Maracaípe, Camboa o Muro Alto amplían el atractivo de Porto de Galinhas como centro de actividades en esta parte de la costa.

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El día de playa transcurre entre paseos, baños en un agua a una temperatura perfecta de 28º, más cervezas, caipirinhas y cocos helados. La primera impresión de lugar un tanto sucio y desangelado va dejando paso a una sensación de apacible satisfacción. Y a la idea irrenunciable de pasar unos días por aquí para disfrutar de nuevas playas desconocidas, atardeceres entre cocoteros y de la fiesta nocturna que se presiente muy animada.

Sí, tengo que reconocer que Porto de Galinhas cada vez me va gustando más y es que muchas veces la primera impresión, afortunadamente, no es la que queda en la memoria. Y bueno, es cierto que Porto de Galinhas no es el paraíso soñado, pero por momentos se acerca bastante..

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Información práctica:

– Porto de Galinhas se encuentra a unos 70 km al sur de Recife. La forma más sencilla y barata de llegar es tomando un autobús de la empresa Viação Cruzeiro con salidas desde el centro o desde el aeropuerto. El servicio «Executivo» es más rápido y un poco más caro que el normal, pero a cambio tiene aire acondicionado y tiene menos paradas. Uno cuesta 10 reales y el otro 6 reales. Hay autobuses cada hora aproximadamente desde las 5:45 de la mañana hasta las 21:45 de la noche. También en la misma estación de autobuses existe el servicio de taxis compartidos que sale un poco más caro, pero es más rápido. Y como ya queda dicho si no queréis complicaros la vida hay excursiones organizadas que te facilitan el traslado ida y vuelta desde tu hotel.

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– Hay un par de cosas que hay que saber acerca de cuándo ir a Porto de Galinhas. La primera son los horarios de las mareas ya que para visitar los arrecifes debemos ir con marea baja. Las mejores horas son las previas al mediodía. Y segundo, aunque las temperaturas son estupendas casi todo el año, os aconsejo evitar ir en temporada de lluvias entre junio y agosto. Y también evitar la temporada alta entre diciembre y marzo ya que Porto de Galinhas se abarrota de visitantes y los precios se disparan.

– Porto de Galinhas tiene una variada oferta hotelera para cualquier tipo de bolsillo, pero ten en cuenta que has de reservar con bastante antelación si vas en temporada alta y los precios son más caros.

– La comidas típicas de la zona son sencillas pero sabrosas y  se elaboran con pescado fresco, mariscos, camarones y también carnes. Eso sí, siempre acompañados de arroz y feijao (judías pintas). Y como en casi todo Brasil, no te pierdas los jugos de frutas tropicales recién hechos. Hay una amplia oferta gastronómica con restaurantes muy conocidos y conceptos gastronómicos diferenciados. Os puedo recomendar uno de comida casera sencilla y tradicional llamado A Cabidela da Natália.con precios asequibles. Sin embargo otro que figura en todas las guías turísticas pero que me gustó bastante menos es el Beijupirá especializado en platos más elaborados (y caros) a base sobre todo de pescado y mariscos.

– Una de las cosas que no os podéis perder en Porto de Galinhas son los paseos en buggy a las playas de los alrededores. Uno de los viajes más populares es el que incluye las playas de Muro Alto, Cupê, Vila de Porto y Maracaípe llegando hasta Pontal de Maracaípe. Esta excursión dura entre 3 y 4 horas y cuesta entre 200 y 250 reales en un buggy donde caben tres adultos aparte del conductor. Otras excursiones que llevan más tiempo son las que van a la playa de Carneiros, otra de esas playas consideradas de las  más bonitas de Brasil con un precio similar a la anterior; o las que van a las playas de Serrambí con arenales salpicados de piscinas naturales todavía poco conocidos por el turismo de masas.

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