Desde lo alto del Peñón de Guatapé.
Estoy en lo alto del Peñón de Guatapé en el oriente del departamento de Antioquia, en Colombia. Mientras intento recobrar el aliento no puedo dejar de admirar un paisaje único que se extiende hasta donde se pierde la vista. Lo menos que puedo decir es que este es un lugar fantástico.
Decenas de pequeños promontorios irregulares cubiertos de verde sobresalen de la superficie de un agua de color azulado. Los rayos de sol que se cuelan entre las nubes dibujan una paleta de luces y sombras que provocan un efecto de suave movimiento, resaltando tonalidades y aumentando los contrastes. Parece un decorado, pero esto es real. Desde luego la subida por los 659 escalones que llevan a lo alto de la roca de El Peñol a 220m. de altura ha merecido la pena. Pocas veces se puede disfrutar de un paisaje como este, un lugar que ha supuesto una auténtica sorpresa en este viaje que comencé en la ciudad de Medellín. Pero lo mejor es que lo veáis a vista de dron.
Apenas dos horas de ruta separan la capital de Antioquia y este lugar de tradiciones agrícolas y ganaderas. Por el camino plagado de subidas y bajadas han quedado campos de cultivo, ferias de ganado y pequeños pueblos donde se mantienen las tradiciones paisas. Hasta hace 20 años poca gente se adentraba por estas carreteras donde se encontraban varios puntos de control de la guerrilla de las FARC. Hoy día las FARC están desmovilizadas y en Antioquia se han convertido en un partido político dentro de los Acuerdos de Paz firmados con el Gobierno colombiano a finales de 2016.
El número de turistas y visitantes que se acercan hoy hasta Guatapé confirman que la situación de violencia vivida durante décadas en Colombia ha cambiado radicalmente. Afortunadamente. Aunque para una mayoría de colombianos es muy difícil aceptar que un grupo terrorista sea aceptado como partido político. Pero sobre todo que muchos de sus integrantes disfruten de libertad y ayudas estatales para su integración en la vida del país, sin haber sido juzgados por sus incontables crímenes. Podría decirse que es el precio de la paz, pero es un precio altísimo para aquellos que han sufrido los asesinatos, los secuestros, las extorsiones, el desplazamiento, los atentados…Colombia ha sufrido muchísimo, sí, pero se merece la paz.
Las conversaciones mantenidas con mis amigos colombianos me llevan a reflexionar sobre todo esto. Porque Colombia es un país que está saliendo de forma admirable de años y años de conflicto armado. Pero las heridas están todavía cicatrizando. Pienso en todo esto mientras recorro los paisajes salpicados de bosques y cultivos entre colinas cubiertas de hierba de un verde intenso. Cuanto más viajo a Colombia, más me sorprende la belleza de este país.
El lago que va quedando a un lado de la carretera no es un lago natural sino el embalse de Peñol-Guatapé cuya construcción finalizó en 1979. La antigua población de El Peñol quedó sumergida bajo las aguas del embalse y El Peñol actual es un pueblo que no conserva nada de la belleza del antiguo. Si queremos ver cómo era un pueblo típicamente paisa como lo era el antiguo El Peñol hay que desviarse a la réplica que se ha levantado sobre las orillas del lago. Allí se puede ver cómo eran la iglesia, la plaza del pueblo y algunas casas tradicionales de la zona. Es una parada obligada para los turistas y para hacernos una idea de cómo era El Peñol que permanece sumergido exactamente en el lugar donde se levanta una cruz metálica que sobresale del agua.
La carretera se ha estrechado y a lo lejos aparece sobresaliendo de entre el paisaje la roca oscura y pelada del Peñón de Guatapé. Al instante me recuerda al Pan de Azúcar de Río de Janeiro, pero sin teleférico. En la pared veréis pintadas una gigantesca G y el inicio de una U. En su momento se quiso escribir Guatapé sobre el Peñón. Aparte de la aberración estética, el Peñón está gestionado por el pueblo de El Peñol que reclamó sus derechos logrando así que se detuviera la gigantesca pintada.
A los pies del Peñón se ha creado toda una infraestructura de bares, restaurantes y tiendas de recuerdos. Aquí el trasiego de pequeñas motochivas (unos coloridos triciclos motorizados que son la versión en pequeño de las típicas chivas colombianas), coches de particulares y vendedores crean una animación especial. Pero mi objetivo está ahí, alzándose a más de 200 metros sobre mi cabeza. Una mole de roca oscura y lisa de cuarzo y granito de 66 millones de toneladas y 770 metros de perímetro. La taquilla para comprar la entrada se encuentra junto a la escalinata que conduce hacia la cima. 659 escalones de cemento me esperan.
La verdad es que la escalera es fea con ganas. La anterior era de madera y el acceso se limitaba a grupos de 20 personas que subían y bajaban de una vez. Mientras tanto el resto de visitantes debía ejercer el don de la paciencia hasta que les tocara el turno. A día de hoy se sube por unas escaleras y se baja por otras. Aunque aquí me dicen que se está estudiando la construcción de un teleférico que permita el acceso a personas con poca movilidad. Respirad hondo, y adelante. La subida es una sucesión de peldaños irregulares así que os aconsejo tomar las cosas con calma. Lo bueno es que hay zonas donde puedes parar a recuperar el aliento mientras disfrutas de las vistas que se extienden hasta el horizonte.
La recompensa final no tiene precio. Cuando llegas arriba y te asomas a los miradores sólo puedes permanecer boquiabierto ante este paisaje. ¡Vaya si merece la pena subir! Una vez aquí sólo queda disfrutar de las vistas en 360º y si quieres, tomarte algo para recuperar energías en alguno de los bares y terrazas.
La torre de ladrillos que se levanta sobre la cúspide del Peñón iba a ser un restaurante, pero finalmente no obtuvo la licencia de apertura por cuestiones de seguridad. Si algún día la tiran abajo el Peñón ganará mucho y recuperará gran parte de su perfil original. Hablando de restaurantes, los que están ubicados a los pies del Peñón no son nada excepcional y sus precios son más elevados de los que se encuentran en los restaurantes de Guatapé. La bajada hay que tomársela también con calma. Los escalones son estrechos y un resbalón puede ser muy peligroso.
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Guatapé, el pueblo de los zócalos
Guatapé es unos de esos pueblos paisas que ha sabido reinventarse en los últimos años. Ubicado a las orillas del lago, se ha convertido en el epicentro de una intensa actividad turística. Desde su embarcadero salen constantemente lanchas para recorrer el lago, hay tirolinas y se organizan excursiones a caballo, en bicicleta o a pié por los alrededores. Algo impensable hace un par de décadas. Además el pueblecito tiene su encanto porque ha sabido recuperar la tradición de decorar las bases de las cases con coloridos zócalos que retratan personajes, lugares, escenas cotidianas o motivos decorativos con animales y flores. Es esta una tradición que viene de antaño y se está recuperando con fuerza inusitada. El resultado es un pueblo lleno de color y de vida, con vecinos preocupados por la decoración de sus casas y unas calles llenas de turistas que vienen a comer aquí tras visitar El Peñón o a pasar el fin de semana.
Tras comer una típica bandeja paisa en la terraza de uno de los restaurantes que dan al lago, recorro las calles del pueblo para fotografiar sus zócalos. Pero también sus balconadas de madera, sus puertas y ventanas pintadas con un colorido que infunde optimismo y vitalidad.
No olvidéis acercaros hasta la Plaza Principal. Aquí se encuentra la Iglesia de Guatapé pintada de un blanco impoluto con motivos en color arcilla y su interior decorado en madera. Guatapé es un pueblo agradable, lleno de tiendas de recuerdos, terrazas, cafés y un agradable paseo a orillas del lago.
Y es precisamente desde uno de los muelles de madera del embarcadero desde donde me subo a una de las lanchas que hacen recorridos por el lago. La construcción del embalse del Peñol-Guatapé inundó pueblos y algunos de los valles más fértiles de Antioquia. Los islotes que sobresalen hoy del agua son la parte más elevada de las colinas que rodeaban esos valles. En ellas se levantan desde hace años las casas y mansiones de la gente adinerada de Medellín. Políticos, futbolistas y también narcos, como fue el caso de Pablo Escobar que tenía aquí una de sus más grandes fincas. Resulta extraño pasar ante la que fue una de sus casas preferidas, La Manuela, llamada así en honor a su hija. Escobar mandó construir túneles y paredes dobles para ocultar armas, cocaína y dinero. Una gran piscina, cancha de tenis, campo de fútbol y una discoteca completaban el complejo protegido por decenas de guardaespaldas. Además plantó árboles exóticos y la mansión fue decorada con materiales de lujo. Todo esto voló por los aires cuando «los Pepes» (Perseguidos por Pablo Escobar), sus enemigos del Cártel de Cali, reventaron la casa con más de 200 Kg. de explosivos. Fue en 1993 y ocho meses antes de que Pablo Escobar cayera abatido por las fuerzas de seguridad colombianas en la barriada de Los Olivos en Medellín. Hoy sólo quedan las ruinas quemadas del que fue el mayor imperio de la droga del continente. Un dato para los frikis de la serie «Narcos»: se pueden acercar hasta aquí para jugar al paintball entre las ruinas de la casa. Está totalmente arrasada y saqueada, así que no van a encontrar nada más que escombros, paredes derruidas y unas bonitas vistas al lago.
Regresamos al embarcadero de Guatapé y aprovecho para dar un último paseo por la Calle del Recuerdo. También para tomar un auténtico café de Colombia en la terraza de La Viña Toma Café, hecho al momento y exquisito por cierto. Los colores de la tarde empiezan a teñir el paisaje y me arrepiento de no haberme quedado a pasar la noche aquí para fotografiar el atardecer con el Peñón de fondo. Sí, es la forma que tengo de inventarme razones para regresar a los lugares que me gustan. Y este es uno de ellos.
Guatapé y sus alrededores son un ejemplo de cómo el turismo puede ayudar a levantar la economía de una zona deprimida por años de conflictos. Un turismo basado en el respeto al entorno natural y a la puesta en valor de las tradiciones, que a su vez fomenta el desarrollo de la economía local beneficiando directamente a gran parte de sus habitantes. Sólo el paso del tiempo dirá si este modelo de turismo es sostenible y soporta la presión de un número cada vez mayor de visitantes.
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Información práctica:
- En esta ocasión visité la zona acompañado de un amigo de Medellín. Pero también puedes acercarte a Guatapé desde la Terminal de Trasportes del Norte de esta ciudad. La parada de metro «Caribe» es la más cercana a la Terminal. Hay varias compañías de autobuses que hacen el trayecto y hay un par de frecuencias por hora. Ya en el autobús puedes pedir al conductor que te pare en El Peñol, o bien seguir hasta Guatapé y desde allí tomar alguna de las coloridas motochivas que te acercarán hasta El Peñón. El viaje lleva unas 2 horas. Para regresar a Medellín, sobre todo los domingos, es conveniente comprar por anticipado el billete de regreso.
- También puedes hacer una visita completa en un tour organizado desde Medellín que te incluye El Peñol, la visita a Guatapé y el paseo en barco por el lago.
- Es mejor visitar El Peñón primero y luego el pueblo de Guatapé, donde puedes aprovechar para comer. Por la tarde puedes darte un paseo por el lago y regresar a Medellín por la noche. O quedarte en Guatapé, lo que me parece una estupenda opción.
- El Peñón fue escalado por primera vez en 1954 por Luis Eduardo Villegas, un vecino de la zona tras 5 días de esfuerzos. Actualmente existen unas 40 rutas de escalada de diferente dificultad para los amantes de este deporte.
- Además de darte un paseo por el lago, puedes disfrutar de numerosas actividades acuáticas ya que se alquilan lanchas, motos de agua, canoas y veleros. El lugar ideal para pasar un fin de semana bien completo de actividades.
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