Peñíscola, asomada al Mediterráneo.

La primera imagen que me viene a la memoria de Peñiscola es en el blanco y negro de la inolvidable Calabuch (1955) de García Berlanga, película en la que un científico norteamericano se retira a un pequeño pueblo de la costa mediterránea española (Peñiscola).

La siguiente ya es en Technicolor con un Charlton Heston transformado en Cid Campeador cabalgando raudo con sus huestes cristianas por una inmensa playa hacia la conquista de Valencia (Peñíscola) en la película El Cid de 1961.

.Peñíscola

Peñíscola al atardecer.

Pasados los años he podido visitar varias veces esta población castellonense de la Costa del Azahar que esconde tras sus murallas una historia plagada de anécdotas, intrigas y batallas. Este artículo es un pequeño homenaje a este pueblo todavía marinero que guarda entre las estrechas calles de su casco antiguo rincones inolvidables. También a mis amigos con los que he compartido excursiones, noches de fiestas interminables en verano, baños en el Mediterráneo, tapeos y paellas, horas de charla entre copas de vino de la tierra, confidencias con el sonido de las chicharras de fondo y momentos siempre felices.

.Puerto pesquero de Peñíscola.

No hay una sola Peñíscola pues está la del verano, la más conocida y festiva con sus playas abarrotadas, sus apartamentos y hoteles llenos de turistas, y sus calles y paseos llenos de paseantes al anochecer. Pero para mí está la Peñiscola del resto del año cuando pasear por las estrechas calles de su casco amurallado en un día soleado se convierte en un placer solitario, o cuando los cinco Km. de la playa Norte te pertenecen. Y siempre con la vista en el horizonte ese peñón que se adentra en el mar rodeado por las viejas murallas y la fortaleza templaria que cobijaron al rebelde e irredento Papa Luna.

.Playa Norte de Peñíscola.

Está la Peñíscola de los pescadores que diariamente siguen saliendo a faenar ajenos al frenesí del turismo y siempre atentos al estado del mar. Y la Peñíscola que vive del turismo, la de los restaurantes y las tiendas de recuerdos que cubre con una fea capa de ladrillo y cemento las colinas circundantes y que como una muralla se levanta frente al mar hasta unirse con la población vecina de Benicarló. Y también está la Peñíscola de las huertas, de los olivares centenarios y de los viejos pozos de noria y de las acequias heredadas de los tiempos de dominio musulmán.

.Puerto pesquero de Peñíscola

Cemento y ladrillo cubriendo las sierras que rodean Peñíscola

Souvenirs de Peñíscola

Viejo pozo en la huerta de Peñíscola.

Cada una tiene sus atractivos pero aconsejo recorrerlas todas y en diferentes momentos para apreciar todo lo que puede ofrecer. Sin duda la primavera y el otoño son mis épocas preferidas para pasear por su casco histórico y recorrer en bicicleta su paseo marítimo que llega hasta el puerto de Benicarló. O mejor aún, acercarme hasta la Sierra de Irta y adentrarme a pié o en bici por sus caminos de tierra y piedra hasta llegar a la Torre Badúm para desde allí contemplar el azul infinito de ese mar Mediterráneo que se pierde más allá del horizonte.

.Torre Badum en la Sierra de Irta

En bicicleta por la Sierra de Irta con Peñíscola al fondo.

Durante julio y agosto es difícil reconocer al pueblo pesquero y tranquilo en sus playas  cubiertas de toallas, hamacas y sombrillas. Las terrazas de bares y restaurantes se llenan y su paseo es un frenesí de actividad, de mercadillos donde curiosean los turistas y de familias paseando. Y, cómo no, en las cálidas noches de verano la fiesta se prolonga hasta las tantas de la madrugada. Y para fiesta y diversión mi recomendación nº1 va para el Mandarina, un club-restaurante-terraza donde puedes pasarte horas charlando, bailando, escuchando buena música y siempre con el telón de fondo de la vieja Peñíscola iluminada reflejándose en el mar. Justo debajo se encuentra el Rojo Picota, un local especializado en vinos y cocina de tapas que se sale de lo común adentrándose en el mundo gourmet. No encontrarás nada igual en Peñíscola.

.El Mandarina con el Castillo de Peñíscoila de fondo.

El casco histórico de Peñíscola

He tenido la suerte de recorrer su casco histórico muchas veces y casi siempre en solitario en esos días alejados del verano. Es entonces cuando la tranquilidad de las estrechas y empinadas calles  apenas se ve alterada por la presencia ocasional de una excursión de jubilados o de algún grupo de escolares. Aquí podéis ver el peñasco rocoso sobre el que se levanta el centro histórico de Peñíscola a a vista de dron.

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El acceso al interior del recinto amurallado se puede realizar desde la Playa Norte por la fortificada Puerta de Santa María o por el Portal de Sant Pere colindante con el puerto pesquero y la Playa Sur. Al final, siempre se sale o se entra por alguno de estos accesos.

.Parque de Artillería desde la Puerta de Santa María

Ventanal en el casco antiguo de Peñiscola.

Las vistas del peñón fortificado desde el arenal de la Playa Norte, hoy convertido en una muralla de hoteles y apartamentos a los pies de la Avda. Papa Luna, es la postal más fotografiada de Peñíscola. Es un imán que atrae todas las miradas y que incita a adentrarse entre sus casas encaladas y sus callejuelas empedradas. El rincón de la Playa Norte más tranquilo en verano suele ser el más cercano a los restaurantes de la calle Porteta ubicados a los pies de la muralla. Es entonces cuando las terrazas del Casa Simó y del Porteta plantadas a un par de metros del mar y a la sombra de los toldos y de una solitaria higuera se llenan de gente dispuesta a comerse alguna de las especialidades locales a base de arroz y pescados. Un par de recomendaciones: el arroz meloso con espardeñas y el arroz negro con sepionet y alcachofas.

.Baluartes defensivos del Portal Fosc.

Desde aquí podemos acceder al interior de las murallas por el Portal de Santa María y girando a la izquierda, emprender la subida por el Portal Fosc. Aquí los baluartes defensivos con sus garitas y la cortina de la muralla alcanzan unas dimensiones realmente considerables. Las murallas y sus adarves de finales del S.XVI son accesibles en la Batería del Calvario y en los jardines de palmeras del Parque de Artillería desde donde las vistas a la bahía de Peñíscola se extienden hasta Benicarló. Esta parte del sistema de murallas pertenece a la época renacentista cuando Felipe II decidió ampliar los baluartes y baterías para facilitar el emplazamiento de las nuevas piezas de artillería de mayor calibre.

Desde aquí seguimos subiendo por el Carrer Santos Mártires pasando delante de Casa Vicent, otro de esos restaurantes que mantiene cierto renombre, hasta que alcanzamos la plaza donde se encuentra la ermita de la Virgen de la Ermitana. Su fachada lisa de piedra sin apenas decoración, se encuentra adosada a los muros del Castillo de Peñíscola a cuyos pies se encuentra la estatua sedente de bronce del Papa Luna.

.Estatua del Papa Luna.

La historia de Don Pedro Martínez de Luna y proclamado Papa como Benedicto XIII está en el origen de la expresión «mantenerse en sus trece» como símbolo de terquedad debido a su empeño en mantenerse como Papa en una época convulsa para el Cristianismo. Estamos a finales del S.XIV cuando se produce el Cisma de Avignon y se nombra a dos Papas. En pleno lío a las sedes papales de Avignon y Roma se sumó la de Peñíscola cuando Don Pedro fue elegido sucesor del fallecido Papa de Avignon con el nombre de Benedicto XIII. Tras varios concilios se decidió que los dos Papas renunciaran a su cargo para nombrar uno sólo que permitiera reunificar la Iglesia bajo la obediencia a Roma. Pero Benedicto XIII, el Papa Luna, resistió a todas las presiones y decidió no renunciar jamás a su cargo estableciendo su Sede Pontificia en el Castillo de Peñíscola. Encerrado entre los altos muros de la fortaleza templaria y convencido de su legitimidad, el Papa Luna resistió hasta su muerte las presiones de reyes y de legados de Roma, de mandatos y Concilios, con fe inquebrantable y con una obstinación tan firme que pasó a la Historia. Hoy el Papa Luna es todo un símbolo de Peñíscola y es fácil encontrar su escudo por toda la población.

Evidentemente el siguiente paso es conocer el interior del Castillo de Peñíscola.  Tras abonar la correspondiente entrada de 3,50€ me adentro en las distintas estancias de esta fortaleza que se eleva a casi 65 metros sobre el mar.

.El Mediterráneo desde el Castillo de Peñíscola.

Ocupado por el rey Jaime I a los musulmanes en 1234, fue sucesivamente ampliado, parcialmente destruido durante la Guerra de la Independencia en el XIX y reconstruido hasta su estado actual. Sobre su puerta de entrada se mantienen todavía el emblema de la cruz negra de la Orden del Temple ya que los caballeros templarios ocuparon Peñíscola de 1294 hasta 1307. En esos escasos trece años le dieron al castillo su estilo sobrio y claramente defensivo que se ha mantenido a lo largo de los siglos. El Papa Luna, Benedicto XIII, aprovechó su ubicación estratégica y sus potentes defensas para encerrarse en el hasta su muerte. Gracias a los pozos de agua y a una escalinata que bajaba por el acantilado que da al mar por donde recibía suministros, Benedicto XIII resistió al abandono del Reino de Aragón y a la exclusión de la Iglesia de Roma. Encerrado entre sus muros pasó sus últimos años estudiando en su biblioteca de casi 2.000 volúmenes, una de las más grandes de la época, en un encierro casi monástico.

Hoy las grandes estancias de piedra permanecen vacías y son utilizadas para exposiciones temporales, mientras que el gran Salón Gótico presidido por un estandarte con el blasón del Papa Luna se mantiene como salón de actos. Quizás por ello lo más destacado de la visita al Castillo son las vistas panorámicas al Mediterráneo, a la bahía de Peñíscola y al recinto amurallado que encierra el casco histórico de la población. En un día claro y soleado la vista se pierde en el horizonte entre el azul del mar y los ocres y verdes de la línea de costa al norte y al sur. Desde luego que este es un emplazamiento privilegiado.

.Vistas desde el Castillo de Peñiscola

Vistas desde el Castillo de Peñiscola.

A un lado de las murallas del Castillo se encuentra el faro todavía en funcionamiento. A las puertas de la fortaleza me esperan de nuevo las viejas calles empedradas, los puestos de recuerdos, las plazuelas con terrazas al sol y las casas encaladas de blanco o pintadas de azul con sus balconadas repletas de macetas con flores.

.Casco antiguo de Peñíscola.

Es hora de perderse por sus calles estrechas y escalinatas, por sus puestos de conchas y estrellas marinas, por las pequeñas tiendas de artesanía, de dulces típicos y de curiosos souvenirs. Y no os olvidéis de buscar la curiosa Casa de las Conchas, otro de los símbolos del pueblo, ni de localizar ese callejón plagado de tascas y restaurantes con sus mesas en pendiente que durante las noches de verano se llena de gente tapeando y bebiendo jarras de sangría.

.Tienda de artesanía en el casco antiguo de Peñíscola

Curiosos souvenirs

Casa de Las Conchas.

Entre los locales de esta calle os recomiendo el Ánfora, un lugar decorado con redes y motivos marineros cuyo dueño es un pescador que pesca lo que luego sirve como tapas marineras. Entre sus especialidades caseras os recomiendo su guiso de pulpo con patatas. Para chuparse los dedos. Luego hay que acercarse hasta el Baluarte del Príncipe donde se encuentra el Museu de la Mar de acceso gratuito. En este pequeño museo uno se puede hacer idea de la profunda relación de Peñíscola con el Mediterráneo a lo largo de su historia:  cañones, anclas, viejas fotografías, objetos rescatados del mar, paneles explicativos, artes de pesca… Una introducción a la Peñíscola más marinera.

.Casco antiguo de Peñíscola

Baluartes cerca del Fortín del Bonet.

Ya desde el cercano Fortín del Bonet el Mediterráneo se hace omnipresente al recorrer  estos baluartes de la muralla que rodea Peñíscola por el sur. Es momento de descender por la calle Atarazanas en busca de la Bajada al Bufador mientras contemplo a mi izquierda el mar y hacia el sur la Sierra de Irta. A la derecha quedan las casas encaladas con ventanas y puertas pintadas de añil, con los suelos de sus balcones decorados con cerámica multicolor.

El Bufador es una abertura en la roca por donde se oye el resoplar del mar y el batir de las olas unos metros más abajo, sonido relajante en verano cuando el mar está tranquilo. Pero en invierno las salpicaduras en forma de espuma brotan desde ese tenebroso túnel cuando el mar está bravo. Al lado se encuentra el Samarac, un local de aspecto chill-out donde tomar algo al anochecer mientras se escucha el resoplido del mar casi bajo los mismos pies.

.Balcones en el casco antiguo

Portal de Sant Pere.

Un poco más adelante aparece ya el arco del Portal de Sant Pere que marca el final de este trayecto por el casco histórico de Peñíscola. Ya desde el exterior se puede observar mejor el sistema de fortificaciones de la ciudadela amurallada hasta donde llegaba el mar hasta hace un siglo más o menos.

A los pies de la muralla se encuentra la Fuente de la Petxina del S. XVI y que fue utilizada como lavadero para la ropa y las redes de pesca durante siglos. De todo ello apenas queda un estanque que bordea un lado de la muralla con juncos por donde nadan algunos patos. Y es que toda esta zona fue remodelada completamente al ampliarse el puerto pesquero y crear un estacionamiento para vehículos que hizo perder mucho terreno al mar.

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El puerto pesquero de Peñíscola

Para mí la mejor hora para visitar el Puerto de Peñíscola es a primeras horas de la tarde cuando los barcos arrastreros llegan con el pescado obtenido durante la jornada. La descarga de cajas y más cajas chorreantes de agua y repletas de peces se hace en carros que luego son llevados hasta la Lonja donde no se permite la entrada de turistas. Siempre me han gustado estas escenas portuarias entre boyas, pescado,  banderolas, salitre, redes puestas a secar, barcos con olor a gasoil y aceite, cañas y sedales, botas de goma, cajones con hielo y pescadores de rostro adusto que apenas pronuncian una palabra.

.Descargando la pesca del día

Redes secándose al sol en el puerto pesquero.

A los pies del muelle se encuentra un bar con el original nombre de «Puerto Mar» junto a una especie de torre de ladrillo. Este es otro de esos lugares más que recomendables para tomar el aperitivo y comer algo acompañados de la brisa del mar siempre que la estridente música de las «golondrinas» atracadas justo delante lo permita. Estos barcos hacen paseos turísticos por la costa rodeando el peñón amurallado de Peñíscola hasta la Playa Norte, o bien hacen el trayecto hasta el Parque Natural de las Islas Columbretes ubicadas a unas 35 millas mar adentro, aunque estas islas rocosas sin playa son más recomendables para los aficionados al submarinismo. Tras el enorme espigón del puerto y en forma de arco se encuentra la Playa Sur, un arenal mucho más pequeño y tranquilo que la Playa Norte donde en verano es posible recibir cursos de deportes acuáticos. Fue aquí donde hice mis primeros pinitos con el windsurf.

.El Puerto Mar

 

Más cosas que ver en los alrededores

Desde la Playa Sur sale la carretera que bordeando la orilla del mar conduce hacia varias urbanizaciones y hacia uno de mis lugares preferidos cercanos a Peñíscola. El Parque Natural de la Sierra de Irta es una sucesión de acantilados, calas y collados donde crecen centenarios olivos que se extiende a lo largo de unos 15 kilómetros. Su punto más destacable es una vieja torre vigía, la Torre Badúm (1544), que formaba parte de una extensa red de vigilancia costera de la época (siglos XIV al XVII) en la que los piratas berberiscos asolaban las costas levantinas de la Península. ¿Os suena la expresión «no hay moros en la costa«? Pues desde los 50 m. de altura del acantilado  a los pies de la Torre Badúm comprenderéis perfectamente su significado. Sólo por disfrutar de las vistas del inmenso mar azul centelleante bajo el sol y de la línea de costa hasta Peñíscola merece la pena llegar hasta aquí.

.Vista de Peñíscola desde la Sierra de Irta.

Toda esta zona es una reserva de fauna y flora y es lo que queda casi sin alterar por los alrededores de una costa mediterránea asolada por la salvaje urbanización. El acceso se puede realizar en coche por un camino de tierra y piedras que tras dejar atrás la Torre Badúm desciende hasta una zona de pequeñas calas de aguas límpidas y trasparentes donde darse un baño es todo un placer. Y es que así debía ser el Mediterráneo hace unas pocas décadas.

.Concha de caracol en una de las playas de la Sierra de Irta.

Recomiendo recorrer la Sierra de Irta en bicicleta o a pie a pesar de que algunos de sus tramos son bastante duros, ya que con el coche no se puede acceder a muchos de sus rincones. Darse la paliza por sus caminos de piedra entre higueras, olivos y algunas zonas de huerta y campos cubiertos de flores es la única forma de apreciar la belleza casi salvaje de este enclave privilegiado. Hay varias rutas senderistas como la de Sant Antoni que bordea la costa, o las que  ascienden hasta lo alto del Más del Senyor, las Cimas de Irta o llegan hasta el Castillo de Pulpis. Algunos trechos son un auténtico «rompepiernas», pero el esfuerzo merece la pena.

.Por los caminos del Parque Natural de la Sierra de Irta.

De vuelta a Peñíscola pero en dirección norte no podéis dejar de recorrer la llamada Raya del Terme que marcan la separación entre Peñíscola y Benicarlo. Es este un paseo entre huertas bien demarcadas trabajadas desde tiempos de la conquista musulmana donde se pueden encontrar todavía algunos viejos molinos de extracción de agua. Las higueras, los olivos y los árboles frutales decoran este recorrido entre muros de piedra y casas de labranza por donde también te puedes perder en bicicleta.

.La alcachofa es uno de los productos estrella de la huerta peñiscolana

Viejos olivares.

Y otra sorpresa más se oculta tras la muralla de hoteles y apartamentos ubicados frente a la Playa Norte: el marjal de Peñíscola, el remanente de una extensa zona de humedales, cañas y estanques que se extendía tras la Playa Norte. Unas pasarelas de madera permiten pasear entre cañizos y juncales donde se reproducen patos y otras aves acuáticas entre el zumbido de los mosquitos y el croar de las ranas.

.Marjal de Peñíscola.

Acaba aquí este recorrido por esa Peñíscola que permanece desconocida para muchos de esos visitantes que pasan en esta población mediterránea sus vacaciones de verano. Volveré cuando se hayan ido los miles de veraneantes, las playas queden vacías y pueda recorrer sus estrechas calles casi en soledad, cruzándome con algún vecino que pinta sus muebles en la calle a la puerta de sus casa o con algún gato que toma tranquilamente el sol. Y a ti ¿cuál es la Peñíscola que te gusta?

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