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Chernóbil: el accidente nuclear más grave de la historia.

Tras una hora de ruta desde Kiev veo el primer control de acceso a la Zona de Exclusión de Chernóbil. Estoy a 30 Km. del lugar donde se produjo el accidente atómico conocido más grave de la historia. Es una mañana fría de finales de abril y la media hora empleada para superar los trámites burocráticos se hace interminable.

A día de hoy, marzo del 2022, Chernobyl vuelve a ser noticia. Desgraciadamente. Las fuerzas rusas bajo órdenes del presidente ruso Vladimir Putin han invadido Ucrania. Y la central nuclear en desuso de Chernobyl ha sido uno de los objetivos iniciales de esta invasión. A día de hoy, es imposible visitar Chernobyl y su zona de exclusión.

Mientras la Policía revisa papeles y pasaportes miro los carteles de peligro radioactivo y pienso en la nostalgia que deben sentir los habitantes de este lugar cuando regresan a lo que un día fue su hogar y el de sus antepasados. Han pasado 30 años y algunos de ellos, junto a una excursión de «liquidadores«, están esperando a mi lado con la mirada perdida y los rostros serios y pensativos. Quizás estén recordando aquel día en el que sus vidas cambiaron para siempre, aquella madrugada cuando…

A la 1:24 a.m. del 26 de abril de 1986 la bóveda de hormigón de 12.000 toneladas del reactor 4 de la central nuclear de Chernóbil en Ucrania saltó por los aires. La noche se iluminó de rojo sólo durante unos segundos, porque a continuación se produjo una segunda explosión y un fogonazo que precedió a una nube de fuego, vapor y escombros propia de una explosión térmica. La central de Chernóbil era una de las joyas de la industria nuclear soviética y con sus 6 reactores era una de las mayores del mundo. Ubicada a 120 km. de Kiev estaba dedicada a uso civil y a desarrollar el programa atómico del ejército soviético.

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Una serie de errores técnicos y humanos durante unas pruebas provocaron el sobrecalentamiento del combustible y la liberación explosiva del vapor de agua acumulado que arrancó de cuajo el techo del reactor. La consiguiente reacción de las barras de grafito fundido provocó la segunda explosión que liberó una nube de radiación. Esa nube se elevó a más de un Km. de altura y los vientos la esparcieron por territorio europeo en los días siguientes dejando un rastro masivo de contaminación atómica. A pesar de que no se produjo una explosión nuclear como tal, los efectos de esa contaminación perduran hasta hoy y lo seguirán haciendo durante muchos años más.

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La sala que albergaba el reactor permaneció en llamas durante varias horas hasta que el cuerpo de bomberos especialistas de la central nuclear y los refuerzos llegados desde la cercana Chernóbil consiguieron extinguirlo. Fueron horas de confusión total. En los primeros momentos no se sabía qué había causado la explosión y el incendio. Las altas dosis de radiación provocaron la muerte de 27 bomberos pocos días después de ser trasladados a un hospital en Moscú. Allí fueron enterrados en un cementerio cercano, cada uno de ellos en un ataúd de cemento con el objeto de mitigar la alta radiación que desprendían sus restos. Durante 15 años fueron las únicas víctimas del accidente reconocidas por las autoridades.

Tras la explosión al primer ministro soviético Gorvachov le comunicaron desde Chernóbil que el reactor era totalmente seguro. Durante los dos días siguientes desde Moscú demandaban información urgente, pero los técnicos eran incapaces de dársela. En esos momentos la gente en kilómetros a la redonda podía sentir el gusto de la radiactividad en la boca. Pripyat, la ciudad ubicada a 2 Km. de la central nuclear, recibió la radiación de lleno mientras sus habitantes veían como ardía el reactor desde sus casas. Poco después la radiación llegó a Kiev. En la prensa y en la televisión apenas se mencionó nada sobre el accidente y no se alertó a la población. El objetivo era evitar alterar las celebraciones programadas para la mayor festividad de la Unión Soviética: el 1 de mayo, Día del Trabajador.

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Finalmente, 30 horas después del accidente, los 45.000 residentes de Pripyat fueron evacuados sin ningún tipo de protección y mínima información. Las autoridades les dijeron que se llevaran lo mínimo porque pronto regresarían a sus casas en 3 días. Nunca pudieron hacerlo. Tampoco les dijeron que su exposición a la radiación había superado cualquier nivel admisible. Sólo quedaron los técnicos de la central que no tenían información acerca de qué hacer en caso de un accidente nuclear de estas características. Los técnicos de la central minimizaron la gravedad del accidente. Hasta que finalmente desde Suecia avisaron a Moscú de la presencia de una gran nube de radiación que cubría parte de Europa. Mirar para otro lado en este caso no era la mejor solución.

En esos momentos 1.200 toneladas de magma radioactivo seguían ardiendo en el núcleo del reactor. Allí la radiación era mortal, superior a 500 roentgens, y era imposible acercarse para extinguir el fuego y detener la nube radioactiva. Sólo entonces desde Moscú se decidió enviar a pilotos de helicópteros experimentados desde Afganistán. Su misión era volcar miles de toneladas de arena junto a una mezcla de materiales sólidos y químicos para sofocar el incendio del reactor. Hasta 600 pilotos recibieron de lleno la contaminación radioactiva aquellos días. Las primeras fotos tomadas desde los helicópteros aparecían casi veladas por la radiación. Pero la nube radioactiva se extendía imparable cubriendo Europa. Además en el corazón del reactor la mezcla de grafito y magma amenazaba con provocar una catástrofe todavía mayor: una posible explosión nuclear si llegaba a entrar en contacto con los depósitos de agua de refrigeración situados debajo del vaso de hormigón del reactor.

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Los pueblos abandonados: Zalyssia

La carretera que conduce a Chernóbil está rodeada de bosques y nada hace pensar que la radiación esté afectando a la vida natural. La primavera ha llegado y las ramas desnudas se visten de hojas de un verde intenso. Hay flores aquí y allá sobre montículos de tierra que marcan el lugar de casas y pueblos abandonados. La mayoría fueron demolidos y enterrados en los meses posteriores al accidente para que no fueron ocupados debido a sus altos niveles de radiación. La primera visita la hacemos a uno de los pocos pueblos que no fue destruido: Zalissya.

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Recorremos a pié la carretera que se adentra entre las casas abandonadas para sumergirnos de lleno en un pueblo fantasma. Aquí y allá aparecen desmantelados los establos, una tienda, un dispensario médico, las casas de sus moradores. Todo está arrasado, saqueado y sólo quedan los restos congelados en el tiempo de un momento que cambió la vida de esta apacible zona rural para siempre. La vegetación se ha apoderado de muchas casas, sin embargo todavía es posible entrar en algunas. Esto me provoca una extraña desazón interior, la incomodidad de adentrarme en un espacio privado que los visitantes violentamos un día tras otro.

En una de estas casas vivió hasta su muerte una señora, una de las 200 personas que regresaron o que nunca se fueron de la Zona de Exclusión. Esta era la tierra de sus antepasados y decidieron que aquí estaba su lugar. Casi todos son ya muy mayores y los que quedan mantienen un buen estado de salud a pesar de la miserables condiciones de vida en las que viven. Los que mueren lo hacen de viejos.

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Los héroes anónimos: había que hacer algo y alguien tenía que hacerlo 

Los helicópteros habían conseguido apagar el fuego de reactor en los días siguientes a la explosión, pero la radiación estaba por todas partes y era un enemigo invisible. Además las fisuras del vaso del reactor hacían muy urgente vaciar el agua de refrigeración los depósitos situados debajo para evitar una explosión nuclear. Era obligatorio acercarse al reactor, pero ¿cómo hacerlo? Por el exterior era imposible y los túneles construidos bajo la central estaban colapsados. Todo era un caos de escombros, radiactividad, impotencia y desinformación.

Finalmente el 12 de mayo desde el Ministerio de Industria se decidió enviar a mineros de Ucrania y Rusia para que construyeran un túnel contra reloj. Un túnel que debía llegar bajo los depósitos de agua del reactor para vaciarlos. Esos días cientos de mineros trabajaron a destajo en condiciones inverosímiles, a más de 50º, sin ventilación y jugándose la vida. Pero lograron terminar el túnel y vaciar el agua de refrigeración a tiempo de evitar la explosión nuclear.

Los llamados héroes de Chernóbil arriesgaron sus vidas para hacer un trabajo que debía ser hecho. Sólo seguían el camino trazado por los primeros bomberos y los pilotos de helicópteros. Y tras ellos llegaron muchos más. Hombres que arriesgaron todo lo que tenían, que contrajeron enfermedades que le acompañaron de por vida. Muchos de ellos murieron casi en el olvido antes de llegar a los 40 años. Sólo porque alguien tenía que hacerlo. Su heroica labor y sacrificios nunca han sido suficientemente reconocidos.

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A partir del 15 de mayo se inició la evacuación de las personas que vivían en la zona de exclusión, todas las situadas en 30 km. a la redonda de la central nuclear. Fue cuando Gorbachov se dirigió a los soviéticos para dar una explicación de lo que estaba pasando. Sólo entonces se emplearon todos los medios para intentar arreglar una situación a la que nunca antes había tenido que enfrentarse nadie. Era una batalla contra un enemigo invisible y sólo entonces el Ejercito soviético fue enviado a «liquidar» Chernóbil.

Miles de soldados, técnicos e ingenieros fueron enviados a limpiar cada casa, cada pueblo, los campos, a matar todos los animales, a evacuar las poblaciones y a limpiar, tapar, cubrir y aislar las zonas más contaminadas. Fueron los conocidos como «liquidadores«. Mientras tanto a la de Pripyat siguieron otras muchas evacuaciones tanto en Ucrania como en la cercana Bielorrusia, provocando una auténtica marea de desplazados entre la población civil.

Al mismo tiempo había que pensar en qué hacer con el reactor y cómo acabar con la pesadilla de la nube radioactiva que estaba afectando ya a millones de personas en la mayor parte de Europa. Finalmente se optó por construir un sarcófago de hormigón que cubriera por completo el reactor 4 y para ello se emplearon todos los medios disponibles. Pero ¿cómo hacerlo? Los hombres enfermaban al poco tiempo de acercarse, la electrónica de las máquinas pesadas robotizadas se estropeaban… Era preciso limpiar antes toda la zona de cascotes y basura radioactiva y para ellos se empleó a los llamados «bio-robots». Fueron miles los hombres que protegidos especialmente trabajaron durante 6 meses para limpiar a mano las toneladas de basura radiactiva y construir el sarcófago. Muchos no pudieron trabajar más que un minuto antes de recibir dosis casi letales de radiación.

Fue un trabajo de hormigas en el que recogieron a mano cada cascote y cada trozo de metal, limpiando todo el terreno alrededor del reactor incluida su parte superior, la más peligrosa. En las fotografías que se hicieron se veían las nubes de radiación velando la película desde la parte inferior de la imagen. Sólo entonces comenzó la titánica tarea de construir un sarcófago sobre el reactor que se calculó podría aguantar unos 20 años.

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Todavía hoy, más de 30 años después, no se conoce la cifra exacta de afectados directas e indirectas por el desastre. Pero se calcula en más de 600 mil. Casi la mitad fueron bomberos, policías o personal del ejército reclutados como «liquidadores«. Así se llamó a todos los que trabajaron en la extinción, limpieza y posterior obra de construcción del sarcófago en el reactor 4. El resto pertenece a la población civil de las zonas cercanas que quedaron totalmente contaminadas, así como de áreas de Bielorrusia y Rusia. Sin embargo a día de hoy se calcula que más de 5 millones de personas viven en áreas todavía contaminadas. Los estudios sobre la incidencia de enfermedades como el cáncer de tiroides y otras alteraciones genéticas sigue en marcha y hay miles de personas en Ucrania sometidas a un seguimiento médico especial..

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Cómo visitar Chernobyl

Han pasado más de 30 años y los niveles de radiación en los alrededores de la central de Chernóbil han disminuido considerablemente. Pero los isótopos radiactivos siguen ahí, enterrados a unos centímetros de la superficie o en los márgenes de las carreteras. Existe un cierto nivel de radiación gamma asumible por el cuerpo humano si no permanece expuesto mucho tiempo. Otro tema es la radiación beta muy dañina presente en el sarcófago del reactor 4. Esa es la razón por la que no es aconsejable acercarse. Y el motivo por el que el segundo sarcófago ya instalado se construyó a 300 metros de distancia. Todas las agencias de viaje consultadas aseguran que el nivel de radiación a la que se expone un visitante de Chernóbil es el equivalente al recibido en un vuelo intercontinental. Personalmente me pregunto quién hace los estudios en los que se basan estas agencias y cuántos intereses existen para no probar otra cosa.

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Lo que está claro es que Chernóbil es una de las mayores atracciones turísticas de Ucrania. En Kiev no hay hotel o agencia de viajes que no ofrezca un tour a la zona de exclusión y no es una excursión que se diga barata. Pero si no es de esta manera, apenas hay posibilidades de ir por cuenta propia ya que hay que gestionar permisos y autorizaciones con las autoridades. Tras estudiar diferentes opciones me decidí por el tour de un día que incluye traslado de ida y vuelta desde Kiev a la zona de exclusión y visita a los principales atractivos de la zona. Las empresas que realizan los tours están expresamente autorizadas por las autoridades y sus guías instruidos para llevar a los visitantes sólo a determinadas áreas para minimizar los riesgos. Son zonas descontaminadas, en teoría, aunque en algunos lugares como la guardería de Pripyat recomiendan no estar más de 10 minutos debido a los altos niveles de radiación. Si quieres «ver» cómo la radiación te rodea sólo tienes que alquilar uno de sus contadores Geiger y ver como los números suben y bajan según donde te encuentres.

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La central nuclear de Chernóbil no está muerta del todo. Para vuestra información en el momento del accidente había 4 reactores en funcionamiento y 2 en construcción que no se terminaron nunca. Tras el accidente el resto siguió funcionando hasta que las presiones de la Comunidad Europea forzaron su cierre en el año 2000. En la central todavía permanece un grupo de técnicos y personal adjunto encargados de su supervisión y vigilancia. Además la ciudad de Chernóbil sigue siendo el centro administrativo de la zona de exclusión y en ella viven unas 2.000 personas. Pero no pueden hacerlo de forma continuada y tiene que alternar su residencia aquí con otra en otro lugar.

Chernóbil se encuentra a unos 20 Km. de la central nuclear y se conserva casi en su estado original incluyendo la simbología soviética. La estatua de Lenin que uno se encuentra nada más llegar es una buena muestra de ello y es de las pocas que quedan en Ucrania. En Chernóbil se encuentra el hotel donde pasan noche los visitantes que hacen el tour de 2 días, y personalmente no le encontré ningún atractivo a la ciudad. Aquí no pueden vivir mujeres embarazadas ni niños. La radiación presente en el suelo es tal que las tuberías no pueden ir enterradas bajo tierra y van elevadas sobre el suelo y las carreteras. Además no se permite el acceso a la Zona de Exclusión a menores de 18 años.

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El gigantesco radar secreto DUGA-3

Tras pasar el 2º control de acceso a la Zona de Exclusión en Leliv recorremos una carretera totalmente vacía que lleva hacia Pripyat y la central nuclear. Sólo nos rodean campos verdes y bosques en plena efervescencia primaveral salpicados por las cada vez más numerosas señales de peligro radioactivo. Pero nuestra siguiente parada es un lugar que permaneció secreto durante mucho tiempo: el radar DUGA-3. Una estrecha carretera nos lleva hasta la puerta metálica de una base militar soviética abandonada. En su interior se encuentra uno de los mayores sistemas de radar para el seguimiento balístico de los misiles nucleares de la extinta URSS.

El radar DUGA-3 formaba parte del sistema de defensa y ataque nuclear de la URSS en plena Guerra Fría. La estructura del radar de 14.000 tn. de acero y con la altura de un edificio de 20 pisos sólo se puede calificar de titánica, gigantesca… Tales eran sus necesidades energéticas que un radar de este tipo debía construirse cerca de una central nuclear. Mirando a la complejísima estructura de metal sólo puedo pensar en el desperdicio de tiempo, esfuerzo, dinero y potencial humano dedicado a crear instalaciones como esta. Cuánta gente podría haber sido cuidada, educada y alimentada con los recursos que se emplearon aquí.

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En nuestro recorrido nos acompaña el sonido ululante del viento al correr entre las vigas y cables de acero que soportan la ciclópea estructura de varios cientos de metros de largo. Pero lo mejor llega cuando nuestro guía nos conduce al interior de los edificios donde trabajaban en secreto 2.000 personas. Allí se encuentra la sala de control y de seguimiento de los misiles intercontinentales. Los paneles con botones cuadriculados de colores así como las grandes consolas de seguimiento y comunicaciones están destrozadas.

Todo aquí es un amasijo hierros retorcidos, de paneles caídos y cristales rotos. En una pared todavía se puede ver una maqueta de 3 metros que representa una parte esférica del norte de la Tierra. Allí están el mapa de Norteamérica, de Europa y las fronteras de la URSS además de las cotas atmosféricas a las que debían dirigirse los misiles hacia Estados Unidos.

Este es un lugar donde todavía se puede sentir la Guerra Fría y el temor a la aniquilación nuclear mutua. Un absurdo de la Historia que quedó abandonado tras la caída de la URSS y la consecución de la independencia de Ucrania en 1991. Todavía se pueden ver las pintadas alegóricas soviéticas en los muros de la base miliatar mientras caminamos hacia la salida de este extraño lugar.

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Hacia la central nuclear

Dejamos atrás la mole de DUGA-3 para dirigirnos hacia la central nuclear de Chernóbil. Por el camino paramos junto a la casa casi escondida entre la vegetación que albergaba una guardería infantil. Aquí los niveles de radiación se disparan en algunas zonas y no podemos permanecer más de 10 minutos. Había visto imágenes de este lugar, y la verdad es que sobrecoge pensar en la radiación que recibieron los niños que estaban aquí el día siguiente de la explosión. Las literas y taquillas oxidadas, los juguetes de goma y los libros infantiles desparramados por el suelo conforman un paisaje desolador.

Un anticipo de lo que encontraremos por la tarde en Pripyat tras parar a comer en la cantina de la Central Nuclear. A la salida comprobamos que los niveles de radiación son superiores a 6 Microsieverts. En el exterior del Radar DUGA eran de 0.22, y al entrar en la Zona de Exclusión de 0.12.

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Al llegar al área de la central vemos las grandes chimeneas de refrigeración de los reactores 5 y 6 inacabadas. Las grúas de construcción permanecen sin retirar junto a los edificios sin terminar que albergan los reactores. A lo lejos vemos el grupo de los reactores 3 y 4. La aparición de grietas y fisuras ha forzado la construcción de una nueva estructura para cubrir el viejo sarcófago. En su interior  sólo quedan montañas de escombros, los restos del núcleo del reactor, además de productos químicos y radioactivos generados durante la explosión, el incendio y su posterior extinción. Una auténtica bomba que permanecerá activa por lo menos durante 20 mil años más.

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Sorprendentemente en la central nuclear hay mucha animación. Hay grupos de antiguos trabajadores que llegan a ser homenajeados que coinciden con los que ahora trabajan en el mantenimiento del nuevo sarcófago. Hay autobuses que viene y van, periodistas y gente que pasea por el puente desde donde dan de comer a las grandes carpas del río. Por cierto, son grandes pero no se han encontrado rastro de radiación en ellas a pesar de vivir junto a la central.

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A la cantina se accede tras pasar un control de radiación en unas máquinas similares a las que pasaremos al final de la jornada. La comida consiste en un menú sencillo y perjuran que la comida la traen de fuera de la Zona de Exclusión. Sin embargo todos estamos más interesados en llegar ya al reactor 4. Unos minutos más tarde me parece increíble estar ahí, parado a unos metros del sarcófago que cubre el reactor 4. Aquí está el epicentro del desastre, el lugar donde yace la masa de magma radiactivo que permanecerá activa durante al menos 20.000 años más. La radiactividad no se ve, pero es en lugares como este donde uno la siente más cercana. Los contadores Geiger empiezan a pitar a 300 metros del reactor y a uno le entran ganas de salir corriendo. Aún así la radiactividad a esta distancia es mucho menor que en la guardería que hemos visitado.

A día de hoy el nuevo hangar hecho a medida ya está encajado perfectamente sobre el viejo sarcófago para sellarlo por al menos 100 años más. Es una estructura metálica de tamaño descomunal. Y se ha tenido que construir a 300 m. para evitar a los trabajadores el efecto de la radiación latente en las cercanías del reactor 4. Una vez terminado se situó sobre el reactor a través de un sistema de vías y rieles. Más de 2.000 personas trabajaron en turnos semanales para rematar esta obra de ingeniería financiada en parte por la Unión Europea que no quiere ver más radiación de Chernobyl vagando sin control por el Continente. Hoy ya es imposible ver el reactor 4 y su sarcófago original. Me siento afortunado por haberlo visto tal como permaneció durante los últimos 30 años.

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Pripyat, bienvenidos al paraíso soviético

Dejamos atrás la central nuclear y hacemos una breve parada en el llamado «Red Forest«, o lo que queda de él ya que lo están talando. En este bosque se concentró una enorme cantidad de contaminación que es todavía evidente cuando te alejas unos pasos de la carretera. A cada paso que das, el nivel de radiación se dobla. Desde luego no merece la pena adentrarse ni un paso más, así que seguimos adelante hasta llegar al tercer control de seguridad que da acceso a Pripyat.

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Sin duda Pripyat es la estrella de la visita a Chernobyl. Recorrer sus calles es un viaje a un pasado y una época de la Historia que como sus habitantes, no volverá jamás. La ciudad de Pripyat fue levantada en 1970 para albergar a los trabajadores de la central nuclear y a sus familias. En plena guerra fría Prypiat se ideó como la ciudad ideal soviética y contaba con todos los servicios deseables: estación de tren, polideportivos, hospital, escuelas y guarderías, hoteles, supermercados, centros culturales y hasta un pequeño parque de atracciones que nunca llegó a inaugurarse.

Durante los años 80 Pripyat se convirtió en la ciudad «5 estrellas» soñada por todo científico soviético, sobre todo si era joven. La edad media era de 24 años y casi todos sus habitantes eran parejas jóvenes con hijos pequeños. Por eso en la ciudad llegó a haber 15 guarderías infantiles. Se calcula que en 1986 vivían en Pripyat casi 50 mil personas que no fueron evacuadas hasta un día después del accidente. A pesar de las promesas que las autoridades hicieron a la población acerca de regresar en unos días, Pripyat fue abandonada la tarde del 27 de abril de 1986 para siempre. En sólo 3 horas.

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Hoy Pripyat es una ciudad vacía que todavía guarda algunos de los recuerdos de sus habitantes. O por lo menos de los que no han sido saqueados durante estos años. Tras el hundimiento de la URSS cada casa y cada edificio fue visitado por amigos de lo ajeno que se llevaron cualquier objeto de valor. Pripyat puede parecer un decorado de película creado para dar la sensación de ciudad post-nuclear. Sin embargo es una ciudad que ha sido asaltada, robada y arrasada. Sólo hay que darse una vuelta para comprobarlo.

En el polideportivo han desaparecido hasta los aros de la cancha de baloncesto y no se han llevado los listones de madera del suelo de milagro. En otras dependencias el suelo está forrado de papeles, viejos documentos, fotografías y carteles publicitarios del período soviético comidos por el tiempo y la humedad. En su interior sólo queda la desolación. Esto es algo que también se puede ver en los edificios públicos que estaban abiertos hasta hace poco para su visita como el Palacio de la Cultura, el hospital o los colegios. Sin embargo ahora cuando entras en la Zona de Exclusión has de firmar un documento en el que te comprometes a no entrar en ningún edificio o vivienda. Qué lo hagas o no ya es otra cosa…Si quieres ver esas otras imágenes de Pripyat, te las enseño aquí: Las fotografías prohibidas de Chernóbil. Imágenes para no olvidar

Tras pasar la barrera del control de acceso nos adentramos por una estrecha carretera rodeada de un denso bosque. Mi sorpresa es mayúscula cuando el guía nos dice que estamos recorriendo la Avenida Lenin, la arteria principal de entrada a la ciudad. Es entonces cuando entre las copas de los árboles veo la silueta de los edificios de 10 plantas que bordeaban la avenida. la Naturaleza está recuperando lo que es suyo a marchas forzadas.

Hoy recorrer esta avenida es hacerlo por un silencioso bosquecillo que crece sobre el asfalto roto donde hace unas décadas circulaban ruidosos vehículos Lada. Hoy el silencio es casi total y sólo es apreciable el sonido del viento entre las hojas verdes de primavera. La sensación de caminar en este lugar es extraña, muy extraña. Me siento como en una película pero todo esto es muy real en este escenario post apocalíptico. No me puedo sacar esa palabra de la cabeza. A lo lejos veo la noria del parque de atracciones rodeada de árboles.

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La Plaza Principal está presidida por un gran edificio en cuya parte superior un gran escudo soviético con la hoz y el martillo se oxida irremediablemente. En otro edificio un rótulo que en su momento fue de neones reza un lema que ahora parece irónico: «Hagamos del átomo un trabajador y no un soldado«. Chernobyl, en definitiva, no deja de ser una metáfora del hombre jugando a ser Dios. También aquí se encuentra el Palacio de la Cultura, una gran edificación de estilo soviético que se viene abajo poco a poco.

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Poco después estoy rodeado de árboles y entre el follaje aparecen las gradas de madera de un estadio deportivo. Sí, estoy caminando sobre el campo de fútbol que se ha convertido en un frondoso bosquecillo. La pista de atletismo apenas si es visible bajo la hojarasca. Tras abandonar el estadio, llegamos a uno de los lugares más fotografiados de Prypiat. Entramos en el Parque de Atracciones que nunca funcionó porque no estaba terminado cuando explotó el reactor. Iba a ser inaugurado unos días después con ocasión de los festejos del 1º de mayo.

Los brazos que soportan la noria están completamente oxidados pero las pequeñas cabinas conservan su color amarillo original. Todavía se pueden ver los coches de choque y las típicas atracciones de feria recubiertas de hojas muertas y óxido. En la gran explanada del parque aterrizaban los helicópteros utilizados para diferentes labores tras la explosión. El continuo aterrizaje de los pesados aparatos dejó incrustadas partículas radiactivas en el suelo. Partículas que siguen ahí y que todavía hoy hacen saltar los pitidos de los contadores Geiger cuando te acercas.

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No nos hemos cruzado con nadie desde que hemos llegado. Las excursiones de la mañana se han ido y la ciudad es para nosotros. Pripyat se nos aparece en su abandono como el prototipo de una ciudad fantasma que la naturaleza va devorando lenta pero inexorablemente. Un cadáver urbano de hormigón radiactivo en lenta descomposición vigilado por guardias armados. Sólo puedo decir que no conozco un lugar parecido en el mundo.

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Finalmente hacemos una parada en el puerto de Pripyat desde donde en verano los barcos recorrían el trayecto hasta Kiev. Apenas quedan unas vidrieras de lo que era una elegante cafetería con vistas y una barco semi hundido en una orilla. Me reafirmo en la idea de que vivir aquí no debía estar nada, pero que nada mal.

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En el camino de regreso hablo con mis 2 compañeros de excursión de lo que hemos visto y de la situación actual de Ucrania, del conflicto con Rusia en el este del país y de la corrupción gubernamental. Durante todo el trayecto nos acompañan las imágenes de la jornada. Por momentos dejo volar la imaginación más de 30 años atrás cuando estalló el reactor y los habitantes de la región miraban asombrados como su mundo se venía abajo sin saberlo. Pienso en todas las personas olvidadas que sacrificaron sus vidas por evitar una catástrofe mayor, auténticos héroes sin apenas reconocimiento. Pienso en los millares de personas que de un día para otro lo perdieron todo y se fueron con lo puesto. Recuerdo el caso de una joven ucraniana, Alina Rudya que vivió aquí de pequeña. Cuando regresó ya mayor a Pripyat fue para descubrir las fotos familiares desparramadas por el suelo de la que había sido su casa. En ese momento la catástrofe de Chernobyl volvió a cambiar su vida y decidió escribir un libro «Prypyat Mon Amour«, publicado recientemente. Sólo es una más de las miles de historias personales que se llevó por delante la ineptitud de unos técnicos que una noche de abril se dedicaron a jugar con un reactor nuclear.

Pasamos de nuevo por el escaner de control de radiactividad a la salida de la Zona de Exclusión y una vez fuera me siento liberado. Sin embargo me sobrevuela la angustiosa sensación de que el monstruo nuclear que parece domesticado bajo ese armazón de hierro y cemento puede despertar de nuevo. Para rugir como no lo ha hecho todavía..

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¿Merece la pena visitar Chernóbil?

Esta es una buena pregunta. La verdad es que pagar 120 dólares de media por visitar una ciudad fantasma en un entorno radiactivo cubierto de ruinas parece bastante caro, sino totalmente excéntrico. Y más teniendo en cuenta que entre el viaje de ida y vuelta, la superación de los controles y el tiempo de parada para comer algo, sólo quedan unas 4 horas de visita real. Se nota que el guía del tour, en este caso en inglés, sabe de lo que está hablando. Aparte de la lección de Historia sobre los últimos años de la Unión Soviética, nos fue desgranando información detallada y exhaustiva de los hechos que provocaron el accidente. También de sus consecuencias, de los momentos posteriores al desastre, de las medidas adoptadas y de la situación actual de la central y de las personas que viven en sus cercanías. Durante el trayecto de ida nos pusieron en la pantalla de vídeo un magnífico documental titulado «The Battle of Chernobyl«. De lo mejor que he visto sobre el accidente de la central nuclear.

Mientras uno se va a cercando a la Zona de Exclusión resulta inevitable sentir la fascinación que despierta visitar una ciudad fantasma, una ciudad que además era el prototipo de modelo urbano soviético. La oportunidad de conocer in situ el lugar que sacó a la luz las vergüenzas del sistema soviético de producción nuclear me resultaba muy atrayente. Al llegar a Pripyat se abrió ante mis ojos un capítulo de la Historia reciente de la Humanidad. Un momento que fue uno más de los clavos en el ataúd que terminó por enterrar un régimen político que marcó la historia del Siglo XX. La historia de millones de personas que vivieron bajo el régimen soviético.

Al final llego a la conclusión de que es imposible ver un lugar así en ningún otro rincón del mundo. En realidad este es un viaje al pasado, a una cápsula del tiempo que no tiene parangón. Y también es un viaje probable y no deseable a un futuro de escenarios apocalípticos de los que el ser humano será el único culpable.

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Información práctica:

 – Casi todas las agencias de Kiev ofrecen viajes de uno o dos días a la Zona de Exclusión de Chernóbil. La mayoría organizan los viajes en pequeños grupos y unas cuantas organizan también viajes privados. Las diferencias estriban en que hay lugares que algunas no visitan como el radar DUGA-1. También encontrarás diferencias en el precio que oscila entre los 90 y los 160$ dependiendo de si el personal de la agencia te pasan a recoger al hotel, si incluyen la comida o no, o si la visita es con guía en inglés.

 – Es muy recomendable reservar la visita con antelación ya que las plazas son limitadas. Todas las agencias ofrecen esta posibilidad en sus páginas web. Cuando hagas tu reserva elegirás el tipo de tour que quieres hacer (de 1 o 2 días), alguna que otra opción y tendrás que rellenar un formulario poniendo muy claramente tus datos incluidos los del pasaporte. Te lo pedirán en el control de Dytyatky y es imprescindible presentarlo para entrar en la Zona de Exclusión. Si no lo llevas, no entras. Así de sencillo.

 – Todas las agencias instan a visitar Chernobyl vestidos de ropa cerrada y con botas o calzado resistente. Nada de pantalones cortos, zapatillas y camisetas. Al llegar a casa has de lavar la ropa y darte una buena ducha para eliminar cualquier partícula radiactiva adherida a la ropa o al cuerpo. Son medidas preventivas que se suman a la obligación de no apartarse del recorrido indicado en ningún momento. Tampoco se pueden recoger plantas, mover objetos ni llevarse a casa ningún recuerdo radiactivo. Tu salud está en juego.

 – La agencia con la que hice la visita ofrece un servicio bastante personalizado con la posibilidad de alquilar un detector de radiación. Y también comer algo en la ciudad de Chernóbil o en la central nuclear durante el tour. Te aseguran que toda la comida la traen de fuera de la zona de exclusión. De todas formas toma un buen desayuno y lleva agua y un par de buenos bocadillos para comer algo durante el día.

. – Durante la visita a Pripyat has de tener en cuenta que estás en una ciudad en ruinas. Las casas se caen, hay agujeros en las calles, las paredes están agrietadas y algunos techos ya se han desplomado. Cada año que pasa es más arriesgado acceder al interior de muchos edificios y se calcula que en unas décadas de Pripyat sólo quedarán ruinas cubiertas de vegetación.

 – Al finalizar la visita te harán pasar a una máquina en el primer control de la Zona de Exclusión que comprueba el nivel de radiación que has absorbido y tomar las medidas adecuadas en caso de contaminación.

 – Y recuerda que en un viaje de este tipo un buen Seguro de Viajes es obligatorio. Así que ni lo dudes. Desde aquí te recomiendo MONDO, el seguro de viaje inteligente para viajeros inteligentes.  Además contratando tu seguro desde esta página tienes un 5% de descuento.

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