Esos viejos cacharros que ruedan por Cuba.

Este artículo fotográfico es un homenaje a la inventiva y creatividad de aquellos cubanos que sin apenas medios ni dinero, ahogados por un embargo injusto, por una dictadura asfixiante y obligados por la necesidad, mantienen un legado que me hace viajar a una época que ya sólo existe aquí.

Caminar por La Habana es como hacer un viaje a un pasado cercano, a un lugar que permanece en nuestra memoria grabado en películas en blanco y negro. Y es que La Habana además de poseer una herencia histórica y cultural de primer orden conserva milagrosamente un parque automovilístico anclado en los años 60 del siglo pasado.

Las penurias provocadas por el embargo económico de los USA a la isla y la desastrosa gestión económica de la dictadura castrista impidieron durante décadas las renovación de gran parte de los automóviles presentes en Cuba tras la caída del régimen de Batista.

Pero las cosas poco a poco están cambiando en Cuba…afortunadamente. La época de aproximación a la URSS que llenó la isla de coches rusos como los Lada no hizo desaparecer de las calles y carreteras cubanas los vehículos de procedencia norteamericana más fiables que los soviéticos. Tras la caída de la URSS los viejos Ford, Chevrolet, Pontiac o Chrysler siguieron rodando a pesar de los años, el óxido, el embargo de repuestos, los huracanes, el clima tropical, el salitre y los baches.

Y hoy ya en pleno S.XXI estos viejos automóviles que han ido pasando de generación en generación como las joyas de la familia están siendo sustituidos por vehículos modernos. Pero a pesar de las evidentes ventajas para los sufridos cubanos, en cierta forma no deja de ser una pena para los que conocemos La Habana desde hace ya unos cuantos años: es inevitable sentir algo de nostalgia cuando vemos que esos viejos cacharros lentamente van desapareciendo de sus calles.

Y es que estos vehículos, algunos con más de 50 años sobre sus chasis, siguen dando un carácter único y reconocible a los pueblos y ciudades de la isla caribeña. Tanto es así que han terminado por convertirse en un símbolo identificativo más de La Habana, la ciudad donde su presencia es más llamativa, y en uno de los objetivos más fotografiados por los visitantes.

El elevado coste del combustible y las normativas anticontaminación han relegado a chatarra andante a muchos de estos vehículos. Pero muchos otros están cuidados de forma primorosa y a pesar de las dificultades económicas muchos propietarios no han escatimados esfuerzos y dinero en mantenerlos como si acabaran de salir del concesionario ya que para muchos es su única posesión… y también fuente de ingresos.

Y es que la normativa cubana ha dejado un cierto margen de maniobra para no enviar todos estos coches al desguace al permitir convertirlos en taxis conocidos aquí como «almendrones«.

Los mejor conservados son un auténtico reclamo para los turistas a los que se les pide precios abusivos por dar un paseo o por hacerse una foto, mientras que los que se encuentran en peor estado dan servicio a la población local casi siempre como taxi compartido.

En ellos se puede escuchar música, charlar animadamente con el conductor o con los pasajeros que nos informarán acerca de las últimas noticias y nos volverán a repetir por enésima vez que ellos también tuvieron un abuelo o un tatarabuelo español. Y también nos recomendarán «paladares» o lugares únicos y desconocidos para el turista habitual, nos ofrecerán Habanos, compañía, conversación… y a cambio nos pedirán unos CUC, pesos convertibles equivalentes a unos 25 Pesos Cubanos, para comprar pañales, leche o cualquier artículo de primera necesidad que no pueden adquirir con su cartilla de racionamiento.

Toda una experiencia que cualquier viajero no debe perderse entre agujeros en el suelo de chapa, asientos de plástico remendado, piezas oxidadas, ventanillas y puertas que no se abren o no se cierran y ausencia de aire acondicionado. Sin embargo no deja de ser sorprendente el estado de conservación rayano con la perfección de algunos de ellos en los que los faros, pilotos, cromados, relojes, mandos o tapicería parecen ser los originales.

Pero evidentemente la cosa cambia cuando hablamos del aspecto mecánico. He hablado con algunos de sus propietarios y claro está, me cuentan que los ineficientes y contaminantes motores han sido sustituidos por otros más modernos, que muchas otras piezas se troquelan artesanalmente porque no hay repuestos. Y que se aprovecha hasta el último tornillo de todo vehículo destinado a chatarra para revender las piezas, cambiarlas o modificarlas para volver a usarlas.

Y es que la sociedad cubana tiene una larga, demasiado larga, experiencia en reciclar, aprovechar, modificar y reinventar cualquier cosa que tenga a mano. El ingenio que demuestran muchos de los cubanos que trabajan en almacenes, talleres, garajes o en la misma calle para aprovechar los escasos recursos disponibles daría para escribir muchos libros.

A veces cuando camino por las destartaladas calles del Centro Histórico de La Habana, por el Malecón o me paro a fotografiarlos frente al Capitolio, la presencia de estos vehículos que todavía circulan animosamente me trasportan a otra época.

Los llamativos colores con los que muchos están pintados se suman al colorido de las fachadas y soportales circundantes aportando una nota de alegría y belleza visual al día a día de los cubanos.

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Y para cualquier amante de la fotografía son un reclamo irresistible. Porque en La Habana tanto el avanzar renqueante de estos coches de chapas agujereadas, como los viejos edificios que se desmoronan lentamente, como sus sufridos habitantes, conforman un lugar especial y único de un atractivo inigualable.

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Por eso os recomiendo viajar a Cuba antes de que todo cambie, que cambiará, y la globalización acabe devorando con su apetito uniformador uno de esos pocos rincones del mundo donde la imaginación, la improvisación y el ingenio todavía viven a pié de calle.

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