Katmandú y su mezcla de caos organizado, espiritualidad y vida cotidiana.
Visitar Katmandú es asomarse a un mundo que se resiste a ser domesticado por la globalización total. Un lugar donde el pasado convive con el presente sin pedir permiso en un torbellino de olores, colores, cláxones, templos, mercados y gente. Lo mejor es que esta mezcla desconcertante y a veces agotadora es, precisamente, su mayor encanto.
Sí, el tráfico en Katmandú es una locura. Sí, el polvo es parte del paisaje, y sí, la electricidad va y viene como quien juega al escondite. Pero también hay espiritualidad, una historia milenaria, una energía cultural inagotable y la cálida hospitalidad nepalí que, de algún modo, lo equilibra todo. Katmandú es imperfecta, llena de vida y profundamente auténtica. No se maquilla para el turista; se muestra tal como es. Y por eso mismo resulta fascinante.




Katmandú: el corazón histórico de Nepal y puerta al Himalaya
Hablar de Katmandú es hablar de la historia de Nepal, profundamente ligada a la ruta de comercio entre la India y el Tíbet. Este trasiego comercial llenó la región de influencias hinduistas, budistas, tibetanas, newar y mogolas. Esa mezcla, que podría haber sido un desastre en cualquier otro lugar, se convirtió aquí en una convivencia de culturas tan equilibrada que ha dado origen a una identidad visual, cultural y religiosa única en el mundo.
Hoy Nepal es una mezcla única de hinduismo y budismo, donde las fronteras entre ambas se difuminan con naturalidad. Por eso en Katmandú podrás ver templos compartidos, símbolos mezclados y celebraciones mixtas.







A lo largo de los siglos, las tres ciudades-estado del valle, Katmandú, Patan y Bhaktapur, compitieron en riqueza, poder y belleza. De esa competencia nacieron palacios fastuosos, templos espléndidos y plazas monumentales. Hoy las tres ciudades forman parte de la gran área metropolitana del Valle de Katmandú. Pero cada una sigue conservando su identidad y su particular legado arquitectónico.
Un legado que nos habla de artesanos excepcionales, arquitectos brillantes y comerciantes incansables. Gente que construyó la base cultural y artística que aún define la estética del valle de Katmandú. Una herencia que atrae a Nepal a millones de visitantes de todo el mundo y que ha sido golpeada por varios terremotos a lo largo de su historia. Especialmente el devastador de 2015, que dañó muchos de sus tesoros arquitectónicos. Pero tras años de reconstrucción Katmandú, Patan y Bhaktapur, como un Ave Fénix, han vuelto a levantarse de sus ruinas. Como siempre han hecho.





A pie por Katmandú: el caos que te abraza
Me gusta caminar por las ciudades. Recorrerlas a pie es la mejor forma de sumergirse en ellas para sentirlas en toda su intensidad. No tardé ni cinco minutos en descubrir que en Katmandú caminar por sus calles es todo un acto de fe. Una mezcla entre aventura, coreografías improvisadas y ejercicio de supervivencia urbana. Las motos, como en Hanoi, te esquivan en el último segundo. Los cláxones, como en Nueva Delhi o Jaipur, no significan “cuidado”, significan “aquí estoy, y voy a pasar”. Mientras, ves como los peatones andan y cruzan por las calles como si tuvieran la bendición de todos los dioses hinduistas juntos.
Mi primer contacto con Katmandú lo hice en el barrio de Thamel. Thamel me recibió con su ambiente caótico, bullicioso y lleno de vendedores que parecían saber exactamente que era mi primer día en Nepal. En cinco minutos me ofrecieron todo tipo de trekking al Everest, marihuana my friend, paquetes de incienso, transporte en taxi, cuencos tibetanos de exquisita sonoridad…y todo a good price.



Thamel, el barrio con la mayor parte de la oferta hotelera para los turistas, me pareció un experimento social. Por aquí se mezclan viejos hippies trasnochados, viajeros espirituales, rudos montañeros, mochileros que van y vienen preparando trekkings por los Himalayas en busca de buenos precios, vendedores optimistas, bares y restaurantes, tiendas de souvenirs o de artículos para los más aventureros, y un tráfico alocado. Estos ingredientes se mezclan, se agitan… y de ahí sale un cóctel llamado Thamel.
Vale, Thamel no tiene un ningún atractivo formal. Sinceramente, es un barrio turístico bastante feo. Pero fotográficamente es una fiesta. Durante los días que estuve en Katmandú recorrí Thamel con los ojos bien abiertos tratando de absorber aquella sinfonía urbana de colores saturados, letreros antiguos, cables eléctricos que parecen una maraña de espaguetis, rostros amables, puestos de frutas o de especias, motos que aparecen de repente… Todo un caos, pero un caos profundamente fotogénico.




Cambio de planes: revuelta popular en Katmandú y caída del gobierno corrupto de Nepal
Viajar a Nepal no es sólo conocer Katmandú. Nepal es el país de los Himalayas, de los trekking de montaña en una naturaleza desbordante de paisajes únicos. Y hacer una de esas rutas era mi intención al hacer este viaje, combinándolo con una semana para conocer el Tíbet.

Pero al día siguiente de mi llegada a Katmandú estalló una revuelta popular contra el gobierno comunista de Nepal. Gobierno denunciado por autoritarismo y por una corrupción endémica que estaba arruinando al país. Los jóvenes salieron a la calle y la policía actuó con una dureza impensable que se saldó con decenas de muertos.
Durante 3 días de septiembre de 2025 Nepal se sumió en el caos. El gobierno decretó el estado de emergencia, pero el pueblo nepalí se lanzó a las calles. Katmandú (y otras ciudades de Nepal) se llenó de manifestaciones, barricadas y enfrentamientos que acabaron con muchos edificios gubernamentales, como el Parlamento y dependencias policiales, en llamas. Ardieron también las residencias y negocios de ministros corruptos y del primer ministro, que acabó dimitiendo junto a todo su gobierno y huyendo del país.

El Ejército no intervino durante las revueltas. Pero tras varias reuniones entre representantes de la sociedad civil y de los manifestantes, se decidió que saliera a las calles para controlar que la situación no fuera a más. Nepal cerró las fronteras y se decretó el toque de queda en Katmandú y otras ciudades del país. Se cerraron las fronteras, así como el aeropuerto y se cancelaron todos los vuelos.


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El único extranjero en las calles de Katmandú
Y mientras todo esto pasaba, allí estaba yo. ¿Qué hacer en una situación así? A los extranjeros nos decían que no saliéramos del hotel. Pero ¿cómo quedarme encerrado mientras en las calles todo un país intentaba cambiar su destino?
Así que durante esos días me lancé a recorrer Katmandú a pie. Sin taxis, ni ricksaws, ni autobuses, con los negocios cerrados, bajo el toque de queda y con las calles ardiendo. Supongo que esta es la diferencia entre un turista que viene a disfrutar, y un viajero que viene también a conocer la realidad social, política y económica del país que visita. Los nepalíes, sobre todo la llamada Generación Z, estaban liderando un cambio histórico. Una revuelta popular que en apenas 3 días consiguió derribar al gobierno.
Así, escapando de los controles del Ejército, pude conocer una Katmandú que no sale en las guías turísticas. Una Katmandú de callejones oscuros, de barrios pobres, de gente amable que me preguntaba qué hacía un extranjero metiéndose por allí y si entendía lo que estaba pasando. Así fue como pude conocer de primera mano la realidad social y política más desconocida de este país.


En esos días vi manifestaciones multitudinarias, jóvenes montando barrricadas y edificios ardiendo. Me adentré en cuarteles de la policía quemados y me acerqué hasta la sede del Parlamento totalmente arrasado. Caminé kilómetros a pie por avenidas vacías (algo nunca visto en Katmandú) y al atardecer, antes del toque de queda, regresaba agotado a mi hotel. Allí los recepcionistas me saludaban con el tradicional namasté. Mientras, los turistas que pasaban las horas muertas en el lobby, me miraban con expresiones cargadas de curiosidad.



En esos días pude reorganizar mi viaje al Tíbet y comprar un billete de avión a Lhasa para salir de Nepal en cuanto reabriera el aeropuerto. Mi idea era regresar una semana despuésa Nepal y, por lo menos, conocer el lado más amable y turístico de una Katmandú que me recibió con un estallido social totalmente inesperado.
Unos días en los que me pareció ser el único extranjero que caminaba por las calles de Katmandú.

La amabilidad nepalí
Durante esos turbulentos días en Nepal y después, a mi regreso del Tíbet, los nepalíes me recibieron con una amabilidad capaz de emocionar al viajero más bregado. Sonreían, ayudaban, preguntaban, conversaban, y me hacían sentir bienvenido. Incluso durante los peores momentos de las revueltas, se ofrecían para acompañarme a mi hotel para que no me pasara nada. O me decían que no me adentrara por determinadas zonas para evitar cualquier problema.
Una amabilidad genuina, auténtica y desinteresada que no me cansaré de agradecer.

Descubriendo la Katmandú más turística
Katmandú no es una ciudad perfecta. No es ordenada, ni limpia, ni tranquila. Pero es una ciudad vibrante, intensa, profundamente espiritual y llena de humanidad. Es un lugar que se mete bajo la piel y que, cuando te marchas, sientes que te llevas un pedazo de ella contigo.
Además, el Valle de Katmandú cuenta con un patrimonio histórico, religioso y cultural de tal potencia y belleza que acaba imponiéndose sobre otras consideraciones. En la segunda parte de este artículo te enseño lo que no te puedes perder en una visita al Valle de Katmandú. Una vez que conozcas su riqueza patrimonial y cultual comprenderás las razones por las que esta zona del mundo es un destino mítico desde hace generaciones.




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