Un día en las Islas del Rosario.

Amanece en Cartagena de Indias a las 6 de la mañana como en cualquier país del trópico que se precie. La animación diurna de la calle con sus ruidos acaba por despertarme. Hoy me voy a conocer las turísticas islas del Rosario e isla Barú. Esta es un viaje que podéis contratar en cualquier lugar de la ciudad o con una excursión organizada.

Incluso puede que una chiva pintada de colores pase a buscaros. La excursión organizada de todo el día incluye el almuerzo. También podéis dirigiros directamente al Muelle Turístico donde se pueden comprar los tickets para las islas y una vez allí cada uno que se busque la vida.

Desde el puerto veo como la cúpula y las torres de la iglesia de San Pedro Claver sobresalen sobre los tejados de la ciudad. Son las nueve de la mañana y el muelle es un hervidero de gente: vendedores gritando, niños gritando, madres gritando, guías gritando buscando a sus clientes y lanchas poniéndose en marcha.

Tengo suerte porque justo ahí al lado está atracado el “Gloria”, el buque escuela de la Marina colombiana con su magnífico porte de velero de tres palos. Bajo su estampa embarco en una lancha con capacidad para unas 30-40 personas que nos llevará por la bahía de Cartagena dejando atrás la fea modernidad de Bocagrande hasta la salida a mar abierto por el paso de Bocachica. Aquí se ubican enfrentados otros dos baluartes fortificados que los españoles utilizaron para cerrar el paso a todo navío enemigo que pasara por aquí. Uno disparaba a la línea de flotación y otro a la cubierta y los mástiles.

Antes de salir a mar abierto dos chavales remando como desaforados sobre una canoa de madera se acercan al barco. Piden monedas a los turistas. Algunos les tiran unas cuantas y ellos se arrojan al agua para recogerlas buceando y nadando como delfines. Me parece un espectáculo penoso. Aunque los chavales se lo han trabajado y se han llevado un dinero que les ayuda a sobrevivir. Es la otra cara de la colorida, renovada y monumental Cartagena de Indias: la pobreza en la que viven todavía muchos de sus habitantes.

El viaje a las Islas del Rosario lleva una hora y cuarto más o menos. En conjunto estas 23 islas forman un parque nacional y reserva marina. En algunas islas está vedado el acceso para facilitar el desove de las tortugas marinas. Otras son islas privadas donde podemos encontrar alojamiento. Nosotros nos dirigimos hacia la llamada Isla Grande desde donde podremos realizar distintas actividades. También allí se asienta una comunidad de pescadores procedentes de la Isla Barú.

El agua va pasando del color oscuro a tonalidades más verdosa y azuladas, casi turquesas. Con suerte veremos algunos delfines que durante un rato nadan junto a nuestra lancha. Casi sin darnos cuenta llegamos y desembarcamos en un pequeño muelle de madera junto a una pequeña playa de aguas límpidas y blanca arena de coral. En la isla hay sendas ecológicas, hotelitos y una vegetación de palmeras, cocoteros, tamarindos y manglares bajo un constante piar de pájaros.

Rápidamente se organizan grupos, unos para quedarse en la playa todo el día tomando el sol y bañándose en la playa. Esta es la opción económica. Otros deciden ir a visitar el Oceanario pagando un poco más y otros van a hacer snorkel. O realizan un rápido curso de iniciación al submarinismo con botella. Por desgracia las actividades son excluyentes, es decir, o haces una u otra. Me decido por el snorkel que me permite ver la vida marina en libertad, bañarme en el mar y tomar el sol, todo al mismo tiempo. Si echas de menos las multitudes, visita el Oceanario. Si no es así, anímate a perderte por otras islas donde encontrarás desde exclusivos hoteles isla hasta pequeñas playas escondidas. Arena blanca, cálidas aguas turquesas, un sol de justicia y multitud de turistas… Así son las islas del Rosario.


La temperatura del agua es perfecta. Pero los fondos marinos están bastante deteriorados con mucho coral muerto. Aún así veo hermosos ejemplares de esponjas de tubo, de corales cerebro y de peces tropicales con su riqueza de colores típicos de estas aguas junto a pepinos de mar y caracolas bastante grandes. No está mal para darse un chapuzón y perseguir a algún pez trompeta o a un pez cirujano. De regreso a Isla Grande nos sirven una comida con 2 opciones a elegir, aunque si pagas 40.000 pesos más te servirán una hermosa langosta. No está mal, aunque las langostas del trópico siempre me han sabido un poco insulsas.

Otra opción es viajar en lancha hasta la playa de isla Barú. Personalmente esta playa me pareció demasiado masificada, pero es cierto que tiene más opciones para comer y tomarse un trago tropical al borde del mar. Aprovecha para comprar unas cocadas a alguna de las vendedoras que se pasean por la playa. Están buenísimas.

Tras el café, el trago de ron y unos bañitos en la playa inicio el regreso hacia Cartagena por un camino distinto al de la venida. Esta vez atravesamos una zona de canales con cañizos, manglares, cocoteros y palmeras que llegan hasta el borde del agua. Es el llamado Canal del Dique de 115 km. de longitud que comunica el río Magdalena con el mar Caribe y Cartagena de Indias.

Lo más impresionante es que fue una obra realizada en la época colonial. Se comenzó en 1650 uniendo las distintas ciénagas excavando canales de hasta 50 m. de anchura. Fue así como se consiguió abrir esta vía de comunicación más extensa que el Canal de Panamá. A día de hoy todavía resulta vital para el transporte de mercancías por la costa caribeña de Colombia permitiendo el paso de barcos de hasta 1.000 toneladas.

En sus orillas se desarrolla una intensa vida vegetal y animal de gran riqueza ecológica. Pero a medida que nos acercamos a Cartagena van apareciendo chamizos y barracones aislados donde vive gente como hace siglos, sin luz ni agua corriente. Más adelante aparece algún muelle, pontones, algún barco. El paisaje se afea a medida que se humaniza. Aquí una refinería, allá un barco semihundido, un muelle de atraque venido abajo…

El sol comienza su camino descendente hacia el horizonte. Finalmente llegamos a Cartagena mientras cae la tarde con el «Gloria» atracado junto a los baluartes. Arribamos igual que durante siglos llegaron los colonos europeos, los esclavos negros de África, los piratas, corsarios, bucaneros y las flotas enemigas dispuestas a conquistar, iniciar una nueva vida o destruir la ciudad. La luz vuelve a hacerse especial anunciando la noche que llega y el fin de un día completo. Cartagena de Indias vuelve a animarse y me sumerjo de nuevo entre terrazas, restaurantes, bares, gente y sobre todo, mucha vida. Así es Cartagena de Indias y que siga así por muchos años.

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