La vida es dura en Angola.

Me siento frente al ordenador recién llegado de Luanda, la capital de Angola, con los ojos secos, el cuerpo todavía cansado tras un vuelo en el que apenas he podido dormir y el alma conmocionada.

Todavía no sé como titular esta entrada al blog sin que parezca demasiado tétrica o fúnebre, y sin querer asociar el nombre de Luanda con el de asesinatos de extranjeros en sus calles. Pero lo que en principio iba a ser un pequeño artículo introductorio a esta capital africana con fotos a pie de calle se ha de convertir necesariamente en un alegato contra las muertes gratuitas, sin sentido ni razón. También contra la cada vez más intimidatoria presencia de armas en las calles de muchas ciudades y denunciar el escaso aprecio por la vida en determinados países de África y América. Al mismo tiempo, resaltar el valor y el arrojo de muchos jóvenes españoles que se lanzan a emprender negocios o a buscarse la vida lejos de sus casas jugándosela al mismo tiempo.

Todo esto viene al caso porque durante mi estancia en Luanda por cuestiones de trabajo se produjo el asesinato de un joven empresario español, asesinato del que me enteré por la prensa española. Al parecer en un intento de robo nocturno un grupo de jóvenes angoleños, casi adolescentes, le pegaron un tiro en la cabeza provocándole la muerte.

Bienvenidos a Luanda

El Presidente Dos Santos, 34 años en el poder.

Curiosamente en los informativos locales no escuché ninguna referencia al tema centrados en hablar del nuevo gobierno del nuevamente reelegido Presidente Dos Santos (y ya lleva 33 en el poder), de la plaga de insectos que asolaba una zona de cultivos en el este del país, o de esa niña de un año que sobrevivió al accidente de tráfico en el que había fallecido su madre que iba sin documentación de ningún tipo. Todo el país se preguntaba dónde estaba la familia de esa niña ahora huérfana y sin nombre. Sin embargo absolutamente nada sobre la muerte de un joven empresario extranjero en las calles de Luanda.

Vendedor de prensa

La verdad, reconozco que este suceso no me conmocionó más que muchos otros que oímos en las noticias. Luanda no se estaba mostrando como una ciudad amable en la que apeteciera quedarse mucho tiempo. Antes de iniciar el viaje a Angola me informé como siempre en foros y blogs de viajeros sobre las posibilidades turísticas de su capital. Me sorprendió encontrar muy poca información sobre esta ciudad y la poca que encontré era de viajeros en ruta por África que estaban de paso. Sin referencias a cosas interesantes que hacer, a no ser ir a pasar el día en las playas de la cercana isla de Mussulo, me propuse descubrir alguno de esos atractivos que todo lugar atesora: restos de la época colonial portuguesa, iglesias decoradas con azulejos, museos, plazas llenas de vida, calles arboladas, mercados locales…

Manteniendo a resguardo el triángulo de seguridad

Sin embargo Luanda en estos días carentes de sol y bajo un cielo que amenazaba con lluvias no me ofrecía más que las imágenes propias de una gran capital africana. Una ciudad sin especiales atractivos en un proceso de expansión brutal y crecimiento desmedido donde ha decidido irse a vivir el 60% de los 19 millones de habitantes del país.

Vendedora en el centro de Luanda

Los atascos son eternos en sus calles con nombres de reyes portugueses como Joao II, pensadores como Frederic Engels o revolucionarios como Ho Chi Minh, en las que están asfaltadas porque el resto son de tierra y se convierten en barrizales en cuanto caen cuatro gotas. Los mercadillos están formados por pequeños puestos dedicados a mantener una economía de supervivencia donde cada cual vende lo poco que tiene.

Vendidendo patatas en las calles de Luanda

En Luanda las construcciones más destacables son los grandes edificios de los nuevos hoteles o las torres en construcción de bancos, muchos bancos. Y de compañías como la nacional Sonangol dedicadas a la extracción de petróleo y cuyos ingresos suponen el 85% del PIB del país.

Los efectos del boom económico del petróleo

La combinación de ser uno de los países más pobres de África debido al sufrimiento provocado por 27 años de una guerra civil que asoló el país se suma a una «democracia» con pocos años de existencia. Un país que además se vuelve de la noche a la mañana en uno de los mayores productores de petróleo del mundo, lo que ha convertido a Angola en un paradigma de la desigualdad en cuanto el reparto de la riqueza. Y Luanda es su máxima expresión.

Niños jugando con unas latas

Entre vehículos todo terrenos de lujo caminan mujeres cargando cubos de agua sobre sus cabezas porque el suministro de agua potable deja mucho que desear (me dicen que es un servicio cedido en exclusiva a los cubanos por su apoyo en la guerra civil). Los yates anclados en la bahía de Luanda tienen su contrapeso en los cayucos de madera que flotan entre toneladas de basura del otro lado, en la Ilha do Cabo. Al lado mismo de los hoteles y restaurantes de lujo donde se citan los afortunados, vive un 50% de la población en la pobreza más absoluta con problemas graves de desnutrición infantil.

Transportando agua por el centro de Luanda

Desde la distancia que da la altura de la Fortaleza de Sâo Miguel se puede ver el frente de la ciudad que da al mar y las instalaciones portuarias con la refinería de petróleo al fondo. Un residente extranjero me comentó no sin cierta ironía que esa vista de Luanda era como disfrutar de Bombay de día y Manhattan de noche. El paseo que bordea la bahía está en obras como muchas partes de la ciudad. Se está terminando la ampliación de la Avenida 4 de Fevereiro y plantando cientos de palmeras en el paseo peatonal que bordea el mar.

Palmeras recién plantadas con la Fortaleza de Sao Miguel al fondo.

Banco de Angola

Por detrás de la primera línea de edificios construidos en la época de la colonia, donde destaca el del Banco de Angola, se están levantando nuevas y modernas construcciones. Se ve que hay dinero, mucho dinero, pero concentrado en pocas manos. Entre barrios de chabolas se levanta el nuevo edifico de la Cámara de Representantes de la nación que más bien parece un gran centro comercial.

Atascos y más atascos en el centro de Luanda

Pero lo que se ve en las calles de Luanda, además de un tráfico imposible plagado de camionetas azules que hacen de transporte público, es mucha miseria y basura. Y mucha gente que sobrevive como puede al infortunio que le ha tocado vivir a base de puestos de venta en calles, aceras, gasolineras y mercadillos.

Esperando en la acera

No me rindo y me digo que tiene que haber algún rincón atractivo. Pregunto en el hotel y se quedan con la boca abierta sin saber qué responderme. Al final me dicen que no, que en Luanda no hay sitios así.

Mujer esperando

Pregunto por dónde se va al centro para ir paseando y horrorizados me dicen que ni se me ocurra, que un blanco no puede ir solo por ahí. Aún así insisto y pido un taxi para dar una vuelta y que tarda 45 minutos en llegar porque en Luanda apenas hay taxis y suelen estar en el Aeropuerto esperando clientes.

Desde luego no me lo están poniendo fácil pero por lugares más extraños he viajado. La negociación con el taxista es complicada. Primero no entiende por qué no voy a algún sitio concreto y que quiera dar una vuelta por la ciudad. Nadie da paseos por Luanda.

A sorte ê uma attitude. En Africa es mucho más que eso.

Luego llega la negociación económica que deriva en la utilización del taxímetro o en darme una tarifa fija que decide es de 75 dólares por hora. Durante el trayecto intento hacer alguna foto por la ventanilla y el taxista me advierte muy alterado que no puedo hacer fotografías por varias razones. La primera es que al gobierno no le gusta que los extranjeros fotografíen una realidad de miseria para luego mostrarla en el extranjero por lo que es necesario pedir una autorización específica.

Cruzando al barrio de chabolas de la Ilha de Luanda

Después porque a la gente no le gusta en absoluto que la fotografíen pero este es un problema con el que ya he bregado en otras ocasiones. Y la tercera razón es por propia seguridad y es que soy carne de cañón para un atraco: una cámara fotográfica en manos de un blanquito asomando por la ventanilla de un taxi parado en un atasco. El hombre está muy inquieto con el tema de la cámara y las fotos y no deja de mirarme con aspecto reprobatorio así que decido guardármela en el bolsillo y quedarme con las ganas.

El tráfico es una auténtica locura por la mañana, al mediodía, por la tarde y hasta bien entrada la noche. El taxista llamado Felipe me recomienda dejar mi aventura urbana para otra ocasión y le invito a tomar un «cafecinho» para que se relaje en algún sito majo con terraza o vistas al mar alejado de la jungla. No se lo piensa y dejamos atrás el caos del barrio de Ingombota enfilando hacia la llamada Ilha de Luanda o Ilha de Cabo donde se encuentra el Club Náutico y algunos restaurantes de renombre como el Cais de Quatro. Tras preguntar a unos vendedores callejeros de langostas llegamos al restaurante churrasquería Kapitolio.

Lancha en la bahía de Luanda

En ese momento se acerca una lancha a motor tripulada por dos marineros y con un pasajero elegantemente vestido cargado de joyas de oro que desembarca directamente en la terraza entre los saludos de otros comensales. Mientras tomamos un café buenísimo rodeados de angoleños que no se privan de nada, Felipe me comenta que hay mucha gente cercana al partido del Gobierno que están ganando mucho dinero con las concesiones petrolíferas a franceses y sobre todo a chinos. Unos minutos más tarde atravesamos en taxi las calles del barrio de Chicala entre chabolas y basura.

Viviendo entre basura en el barrio de Chicala

Casualidades de la vida en el vuelo de vuelta a España coincido con los amigos de Roque Bergareche, el joven español asesinado. Regresan con su cadáver en la bodega del avión y con gesto abrumado acceden a duras penas a comentar lo sucedido. Uno de ellos es el socio y amigo español que le acompañaba y los otros tres son amigos angoleños de la familia, uno de ellos hijo de un alto cargo del Gobierno que junto a las gestiones de la Embajada española ha conseguido que se repatríe el cadáver en menos de 24 horas. El joven empresario asesinado tenía que regresar a España este mismo día en este mismo vuelo.

Los dos españoles decidieron después de cenar irse a tomar algo cuando un grupo de adolescentes les rodeo, les increpó y les golpeó. Tras tenerlos abatidos en el suelo uno de ellos le descerrajó un tiro en la cabeza al fallecido y acto seguido desaparecieron tras quitarles un movil. El joven Roque de 29 años que se iba a casar en unos meses murió en brazos de su amigo que, apesadumbrado, apenas acierta a hablar sobrellevando con gran dignidad su dolor y pensando en la familia destrozada que le espera en Barajas.

Sin duda Angola tiene mucho más que ofrecer que los contrastes nacidos de la miseria y de las condiciones de desigualdad que pueden estar en la base de la sinrazón del asesinato de Roque. Los angoleños con los que pude hablar se mostraron avergonzados de lo poco que podían ofrecer a un extranjero, pero siempre fueron amables y sonrientes.

Belleza africana

Por ello no puedo evitar pensar en la suerte que tenemos, en las injusticias de la vida, en tanta violencia inútil, en las sinrazones del destino y en la fragilidad de nuestra existencia. El caso de Roque ha saltado a la prensa porque es hijo de una conocida familia de empresarios, pero me pregunto cuántos casos similares no serán nunca noticia. Y entonces es cuando aprecio en toda su dimensión el valor, el arrojo y la fuerza de tantos jóvenes emprendedores que se ven empujados a dejar su país para labrarse un futuro en lugares donde la distancia entre la vida y la muerte se acorta de forma brutal.

 

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