Quebec: aventura urbana bajo cero.

En Quebec hace un frío polar que llega a -30ºC por las noches. La capital de la provincia canadiense del mismo nombre está cubierta por un manto blanco de hielo y nieve. Y me siento como si estuviera en un congelador gigante. Pero si me preguntas si es una locura visitar la capital del Canadá más francófono en pleno invierno, te diré que sí. ¡Pero bendita locura!

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Estoy a finales de febrero, época en la que a casi nadie se le ocurre hacer turismo en Canadá. Además, los precios de los vuelos desde Europa están por los suelos. ¿Por qué no aprovechar el momento para practicar mi francés mientras disfruto de una aventura urbana en condiciones extremas?

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Eso fue lo que pensé antes de embarcarme en un viaje que me llevó a conocer las ciudades de Montreal y Quebec. Y a descubrir que sí, que se puede hacer una vida relativamente normal a temperaturas que nunca antes había experimentado.

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Quebec: la huella de Francia en Norteamérica

Para empezar os voy a mostrar una de las mejores panorámicas de Quebec: la que se tiene desde la terraza Pierre-Dugua-de-Mons, en el Parc des Champs de Bataille. A mi espalda se levantan las murallas de la imponente fortaleza de La Citadelle. Justo enfrente tengo el centro histórico de la ciudad de Quebec dominada por la mole de ladrillo del hotel Château Frontenac. A sus pies, el río San Lorenzo avanza congelado en su camino hacia el Atlántico. Desde la distancia veo a los ferrys que unen Quebec con la ciudad de Nevis en la otra orilla del río rompiendo los témpanos de hielo.

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Aquí la nieve me llega hasta las rodillas. He venido antes de que caiga la noche esperando un bonito atardecer. Pero mientras espero, la temperatura cae a -20ºC y el atardecer resulta de un frío azulado y gélido. Llevo ropa de alta montaña, capas y capas, guantes, botas de nieve, gorra y todo lo que se puede llevar para aguantar el frío sin terminar congelado en unos minutos. Lo más peligroso es dejar las orejas o la nariz al descubierto. Se te congelan sin darte cuenta. Y se terminan cayendo a trozos.

Mientras esperaba el colorido atardecer que no llegó, me preguntaba cómo aguantaron estas condiciones los franceses que llegaron aquí hace 4 siglos. Desde luego debían tener muy poderosas razones para enfrentarse a estos inviernos polares.

La ciudad de Quebec fue fundada en este lugar estratégico por Samuel de Champlain en 1608. Su emplazamiento elevado sobre unos acantilados en la orilla norte del río San Lorenzo les permitía controlar el acceso desde el Atlántico a la región de los grandes lagos.

Un año antes los ingleses habían fundado Jamestown, su primer asentamiento colonial en las costas de la actual Virginia. Recordemos que por estas fechas todos los intentos franceses e ingleses de establecer colonias en el continente americano habían sido desbaratados por los españoles. Pero el norte del continente era territorio inexplorado. Así que Francia e Inglaterra iniciaron una carrera para controlar costas, ríos y todos los lugares estratégicos que dieran acceso al interior y sus riquezas. Era cuestión de tiempo que ambos países llegaran al enfrentamiento total.

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Monumento a Samuel de Champlain frente al Château Frontenac

Este choque sucedió entre 1758 y 1763, en lo que los ingleses llamaron The Conquest, La Conquista. En 1759 las tropas inglesas llegan hasta las murallas de Quebec y la conquistaron en unos pocos días. En pocos años el resto de la llamada «Nueva Francia» fue cayendo en manos inglesas. Finalmente por el Tratado de París de 1763 Francia cedía sus posesiones en Canadá a Gran Bretaña a cambio de la devolución de la isla de Guadalupe. Además se garantizaba a los franco-canadienses su derecho a permanecer en Canadá manteniendo sus propiedades y la religión católica. Era el fin de las aspiraciones coloniales de Francia en el continente americano a excepción de Haití y algunas islas en las Antillas.

Por una vez, los ingleses cumplieron lo firmado
. Esto explica que el francés sea la lengua más utilizada en la provincia de Quebec. Y que en la capital, la ciudad de Quebec, la población sea mayoritariamente francófona con más del 95%. Eso sí, el particular acento francés, las expresiones locales y la influencia del inglés, convierten el hecho de hablar la lengua de Moliere, Flaubet o Balzac en toda una experiencia.
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Cosas que tienes que saber antes de ir

Viajar en pleno invierno a Canadá puede resultar una experiencia maravillosa. O un auténtico desastre. Eso depende de ti, de tu actitud y sobre todo, de lo que lleves en la maleta. Vas a un lugar donde las temperaturas son gélidas. Donde el hielo, la nieve, el frío son lo más habitual.  Si tienes esto en cuenta a la hora de preparar tu equipaje, no tendrás mayores problemas.

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  • Lo mejor es acercarte a una buena tienda de ropa deportiva de montaña y allí te podrán aconsejar sobre el equipo más adecuado. Además de ropa térmica, lo que no puede faltar son unas buenas botas. Han de ser confortables, con suela antideslizante, impermeables y que resistan temperaturas de hasta -20ºC o inferiores.
  • Tampoco puede faltar unos pantalones gruesos de nieve. Y un buen abrigo impermeable con capucha que lo aguante todo. Además de un par de guantes que aíslen totalmente del frío, pero que te permitan la movilidad de los dedos. Ya se venden con sistema de calefacción integrado alimentado por baterías recargables.
  • Unos crampones ajustables de goma con clavos que puedes acoplar a tus botas. Me facilitaron muchísimo el poder caminar sin miedo a resbalones y evitando accidentes en el hielo:
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  • También vas a necesitar gafas de sol para la nieve, cuello tubular para el cuello o bataclava, jerseys, gorros y calcetines térmicos.
  • Tus pies y manos son muy importantes. Pero sobre todo no te olvides de cubrir las orejas y la nariz.
  • Ni se te ocurra viajar a Canadá con estas condiciones invernales sin el mejor seguro de viaje. En Canadá las facturas hospitalarias son como las de los USA: te pueden llevar a la ruina.

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Cómo llegar a Quebec

Montreal, la capital financiera de la provincia de Quebec, está conectada por vía aérea con muchas capitales europeas. En pleno invierno, y sin los problemas ocasionados por la pandemia de Covid, se pueden encontrar tarifas muy apetecibles desde 300€ i/v por persona. Por ejemplo con la compañía Air Transat. Por ese precio no te esperes un vuelo ni siquiera cómodo, pero por lo menos te llevan y te traen. Lo mejor es llevarte algo de comer al avión, encajarte en el mini-asiento e intentar dormir durante el vuelo.

Una vez en Montreal tienes varias opciones para ir hasta Quebec. Puedes tomar un vuelo entre las 2 ciudades, pero lo más seguro es que también quieras visitar Montreal. Algo que te recomiendo totalmente desde aquí. En pleno invierno tampoco te aconsejo alquilar un auto. A los problemas ocasionados por la nieve y el hielo, se añade el hecho de que aparcar en el centro de Quebec no es nada fácil o barato. Así que nos quedan lo más práctico: los trenes y los autobuses que conectan ambas ciudades.

En situación normal, ambos medios tardan casi lo mismo, aunque los billetes de tren suelen ser más caros. Además, los autobuses de la compañía Orléans Express conectan el aeropuerto de Montreal con la ciudad de Quebec en poco más de 3 horas y media. Su precio tampoco es barato, pero al final, compensa si compras los billetes por Internet con días de antelación. Esta compañía también conecta la estación central de autobuses de Montreal con la de Quebec ubicada junto a la estación de trenes, la Gare du Palais. Lo mejor es que compares las tarifas entre tren y autobús para el día que quieras viajar. La estación no tiene pérdida: sólo tienes que buscar su inconfundible tejado verde.

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Y si llegas hambriento del viaje, muy cerca de la estación encontrarás uno de los restaurantes más recomendables de Quebec: Chez Victor Burguer. Como habrás adivinado por el nombre su especialidad son las hamburguesas. Pero de las buenas.

Dónde dormir en Quebec

Para conocer lo más interesante de la ciudad de Quebec basta con unos 3 días bien aprovechados. Y sin ninguna duda, la mejor zona para quedarse es la parte alta del Vieux Québec. Si pudiera escoger elegiría una de las suites del majestuoso, gótico y victoriano hotel Château Frontenac. Pero esta vez me contenté con un estupendo apartamento ubicado frente al Hotel de Ville de Québec. En otras palabras, el Ayuntamiento. Desde esta zona estarás muy cerca de todo lo que te puede interesar visitar en la ciudad. Y podrás hacerlo casi todo a pie.

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La Haute Ville con el Parlamento de Quebec, el Château Frontenac y La Citadelle sobre el río San Lorenzo

El Vieux-Québec, Patrimonio de la Humanidad

La ciudad de Quebec no es muy grande. Todo el centro histórico, el Vieux-Québec, así como la parte más próxima de la ciudad moderna se pueden recorrer a pie. No es fácil encontrar en Norteamérica una ciudad que conserve casi intacto su trazado colonial rodeados de murallas. Y menos que conserve sus viejos edificios de piedra de estilo francés del siglo XVIII. Por esto la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad al Vieux-Québec en 1985.

La estructura urbana del casco histórico parezca confusa con sus cuestas, callejones y escalinatas. Pero bastan unas horas para hacerse un plano mental de sus calles adoquinadas. Es un decir, porque casi todas están cubiertas por una capa de nieve.

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Lo que queda claro es que la zona más antigua de la ciudad se encuentra en la Basse Ville, la parte baja a orillas del río San Lorenzo. Es la más comercial y turística, con calles peatonales, restaurantes típicos y tiendas de recuerdos. La Haute Ville, la parte alta, es más residencial. Aquí se encuentran los edificios oficiales, los mejores hoteles como el Château Frontenac, además de muchos restaurantes, tiendas, teatros… Y el acceso a las murallas, parques y bastiones que forman parte de la Citadelle, la zona fortificada que levantaron los franceses para defender la ciudad.

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Las dos partes, la alta y la baja, se encuentran unidas por escalinatas, calles en rampa y hasta un funicular. Por cierto, ya sé por qué las escalinatas más antiguas de la ciudad se llaman «casse-cou«, rompe cuellos. Si visitas Quebec en invierno, tu también sabrás la razón.

Para ubicarte lo mejor es iniciar tu visita desde el hotel Château Frontenac. Esta mole de ladrillo en forma de castillo construido a finales del XIX define el perfil de la ciudad de Quebec. Aquí, en 1943, fue donde el primer ministro inglés Winston Churchill, el presidente norteamericano Franklyn D. Roosevelt y el primer ministro canadiense Mackenzie King decidieron la invasión de Francia, el Día-D, durante la II Guerra Mundial.

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A sus pies la Terraza Dufferin se extiende desde el monumento a Samuel de Champlain hasta el inicio de la Promenade des des Governeurs. Un poco más arriba se encuentra la terraza Pierre-Dugua-De Mons. Desde estos miradores disfrutarás de algunas de las mejores vistas de Quebec sobre el río San Lorenzo. Cada día pasarás por aquí unas cuantas veces, te lo aseguro.

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En invierno toda esta explanada está cubierta de nieve ofreciendo todo un espectáculo visual sobre el río congelado. Además, aquí se instala desde 1884 un tobogán para trineos de madera que hace las delicias de los más jóvenes. Por supuesto, es de pago.

La Promenade des Governeurs es un paseo sobre el acantilado en el que se levantan las murallas de La Citadelle. Las vistas del San Lorenzo congelado te acompañarán hasta que llegues a las Llanuras de Abraham. Aquí se celebró la batalla en la que los ingleses derrotaron a los franceses cuando tomaron Quebec tras 3 meses de asedio.

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Esta gran planicie de suaves ondulaciones es ahora el mayor parque de la ciudad. Tiene 2 km. y medio de largo por 800 m. de ancho y la parte más moderna de la ciudad se extiende a lo largo del lateral de este parque. Debe ser un sitio muy agradable en verano y con buen tiempo. Pero en pleno invierno es una llanura cubierta de un grueso manto de nieve por el que resulta casi imposible caminar.

La Citadelle es el conjunto de edificaciones militares más antiguo de Canadá y la única de este estilo en el país. Una parte de sus instalaciones todavía siguen ocupadas por el ejército canadiense, además de ser la residencia oficial del Gobernador General de Canadá. Aunque parte de sus instalaciones son visitables, en invierno no podrás hacerlo ya que permanecen cerradas al público. Tendrás que contentarte con recorrer sus murallas desde el exterior. Durante el verano parte de sus instalaciones abren al público para celebrar los cambios de guardia y otras ceremonias oficiales.

Desde La Citadelle podemos acercarnos a visitar el gran edifico del Parlamento de Quebec construido a finales del XIX ubicado frente al Parc de l´Esplanade. Su visita es gratuita y aunque tampoco sea algo excepcional, por lo menos dentro se está calentito. Lo más reseñable son sus dos salas principales y algunas grandes vidrieras. Por cierto, algunos de los cuadros de políticos que cuelgan de sus paredes son…horrorosos.

Quebec a vista de pájaro

Detrás del edificio del Parlamento se encuentra el mirador más alto de la ciudad. Se llama Observatoire de la Capital y se encuentra en la planta 31 del moderno edificio Marie-Guyart. Tras pagar la entrada podrás acceder a este mirador acristalado que ofrece las mejores vistas en 360º de la ciudad. Es una visita que te recomiendo porque las panorámicas son únicas y te ayudarán a visualizar las dimensiones, emplazamiento y algunos de los lugares más señalados de Quebec.

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Desde aquí podrás regresar hacia el centro histórico por la rue St. Louis y sus coloridas fachadas de piedra y ladrillo. O por la rue Saint-Jean. Esta es una calle muy comercial repleta de tiendas, cafeterías, pubs y restaurantes donde no se come nada mal para lo que es la gastronomía canadiense. En Les Trois Garçons hay menús muy interesantes. Y el Pub St-Patrick fue toda una agradable sorpresa.

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Ascendiendo por la rue Saint-Jean (cuidado con el hielo) te encontrarás con la Basílica-Catedral de Notre-Dame de Québec. Construida en 1647, es la más antigua de Canadá. Lo que vemos hoy es el resultado de varias reconstrucciones debido a 2 incendios, de ahí su estilo neoclásico más propio del S.XIX.

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Recorriendo el Petit Champlain

Desde aquí estamos muy cerca del Chateau Frontenac y de la Plaza de Armas en la rue du Fort. Es el momento de ir a conocer Petit Champlain, el barrio más antiguo y con más encanto del Vieux-Québec. Para descender puedes optar por tomar el Funicular de pago o bajar por las escaleras Frontenac que te llevan a la Côte de la Montagne.  Un poco más abajo te encontrarás con las escaleras Casse-Cou y una vista de la peatonal rue du Petit Champlain desde lo alto.

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La verdad es que este barrio tiene un encanto muy especial. Sobre todo cuando anochece y el reflejo de las luces en la nieve ilumina las viejas casas de piedra. En esos momentos ofrece imágenes de postal. Casi todas las calles de Petit Champlain son peatonales y resulta una auténtica delicia callejear entre sus tiendas de antigüedades y restaurantes. Este es el lugar para venir a comprar ropa, souvenirs o el típico jarabe de arce.

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Pero es que además durante el mes de febrero se celebra en Quebec el Carnaval de Invierno. En 1894 los habitantes de Quebec pensaron que ya que vivían en un lugar gélido durante el invierno, por lo menos que hubiera algo de fiesta. Y desde entonces se celebran carreras de canoas de hielo en el río San Lorenzo, se hacen desfiles por sus calles, hay carreras de trineos, se levantan esculturas de hielo, se celebran bailes en el Palacio de Hielo…Y se come y se bebe mucho.

En los puestos de comida nunca faltan el pastel de carne o las típicas poutine, la «especialidad gastronómica» de Quebec. Una poutine es una mezcla de patatas fritas, quesos y salsa de carne caliente que lo funde y lo reblandece todo. Es una bomba calórica rebosante de colesterol y triglicéridos que me resultó de todo, menos refinada. La probé en sitios distintos porque pensé que la primera que comí eran sobras recalentadas recogidas de un cubo de la basura. Desgraciadamente comprobé que las poutines eran todas parecidas.

Como tragarse una poutine entera resultaba complicado, la gente de Quebec inventó el caribú: una mezcla de vino tinto, jarabe de arce y brandy local aderezado con canela. Brebaje que, además, ayuda a mantener el calor corporal.

Y para rematar no puede faltar el postre: el maple taffy o Tire d´erable en francés. Es el helado local elaborado vertiendo jarabe de arce caliente directamente sobre la nieve. Antes de helarse totalmente se le pone un palito, y listo.

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En Petit Champlain podrás disfrutar de todas estas delicias en los puestos que se montan en la calle. Afortunadamente la influencia francesa se ha mantenido en muchos de los restaurantes de este barrio y se puede disfrutar de una gastronomía algo más refinada. Eso sí, este es un lugar muy turístico y los precios no son aptos para todos los bolsillos.

Cuando paseas por Petit Champlain puedes olvidar que te encuentras en una ciudad de Norteamerica con más de medio millón de habitantes. Sus casas de piedra con los marcos de las ventanas de madera pintados de colores ofrecen una estampa más propia del norte de Francia. Algunas de estas casas y edificaciones tienen más de 300 años. Como la iglesia de Notre Dame des Victoires del S.XVII que preside la Place Royal, una de las más bonitas de Quebec.

Además de visitar sus tiendas y disfrutar de los pintorescos detalles decorativos, no te olvides de mirar de vez en cuando hacia arriba. Desde algunas de estas calles se tienen unas estupendas vistas del imponente Château Frontenac elevándose sobre la ciudad. También te sorprenderás con grandes murales decorando algunas fachadas, como el Fresque des Québécois o los frescos de Petit Champlain. Además encontrarás parte de antiguos bastiones y fortificaciones con sus cañones apuntando hacia el río, como la Batterie Royale.

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En rompehielos hasta Lévis para fotografiar el atardecer

Justo enfrente de la Batterie Royale se encuentra la Gare fluviale de Québec. Desde aquí salen los trasbordadores que cruzan hasta la ciudad de Lévis en la otra orilla del San Lorenzo. Desde el puerto la visión del río cubierto de témpanos de hielo es hermosa e inquietante al mismo tiempo.

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Había leído que una de las mejores panorámicas de Quebec se tienen desde la orilla opuesta y decidí ir a comprobarlo. Los ferrys que cruzan el río cada media hora ofrecen servicio todo el año y están preparados para cruzar el río cubierto de hielo como si fueran rompehielos polares. Por menos de 7 dólares canadienses i/v puedes disfrutar de este paseo en el que te sentirás como un explorador ártico. Aunque la verdad, esa sensación te acompaña en Quebec casi todo el día. Si soportas el frío, te recomiendo hacer el trayecto de unos 12 minutos en cubierta. Toda una experiencia extrema.

Durante el verano mucha gente cruza a Lévis con sus bicicletas para recorrer el Parcours des Anses que transcurre a lo largo del río. Pero en invierno, no te alejarás mucho del puerto.

Desde Lévis la luz invernal del atardecer y los bloques de hielo que flotan en el río sirven de marco incomparable a los edificios iluminados de Quebec. Es una visión fantástica y unas imágenes que recordaré siempre porque las tome a -20ºC mientras sentía que me congelaba. Pero mereció la pena.

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Las cascadas congeladas de Montmorency

Esta es una visita que tienes que hacer sí o sí en una visita a la ciudad de Quebec. Las cascadas de Montmorency con sus 83 m. de altura son todo un espectáculo en cualquier época del año. Y en invierno, todavía más. Os recuerdo que las famosas cataratas del Niágara tienen «solamente» 51 m. de altura. Así os podéis hacer una idea de las dimensiones de este salto de agua que se encuentra en el Parc de la Chute Montmorency, a unos pocos km. de Quebec.

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Llegar es muy fácil porque hay un autobús, el nº 800 hacia Beauport, que tiene una parada muy cerca de la entrada al parque. Las paradas más convenientes para tomar el bus en Quebec son las de la Gare du Palais y la de la Avenue Honoré-Mercier. Antes de subir al autobús tendrás que comprar una tarjeta de trasportes en cualquier tienda de bebidas y alimentación.

Visitar al Parc de la Chute Montmorency cuesta unos 7$. Desde la parada de bus podrás entrar por el sector de Boischatel o el de Manoir. Te recomiendo entrar por uno y salir por el otro para hacer todo el recorrido sin tener que retroceder lo andado. Y más, teniendo en cuenta que lo vas a hacer por lugares cubiertos de hielo y nieve.

También tienes que saber que en invierno y por razones de seguridad, la parte baja de las cataratas incluido el paseo y la escalera panorámica, no son accesibles. No tengo ni que decirte que a campo abierto la sensación térmica de frío se incrementa de manera notable. Así que abrígate todavía más. Y no te olvides de traer tus crampones para evitar resbalones, patinazos y accidentes.

En mi caso accedí por la entrada de Boischatel. Siguiendo las indicaciones conseguí llegar con la nieve hasta las rodillas al primer mirador de la escalera panorámica que desciende hasta la cascada. La escalera permanece cerrada y casi oculta por la nieve. De todas formas, la panorámica general de la cascada congelada y del puente colgante desde aquí es fantástica.

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Para acceder al otro lado del parque hay que tomar la Promenade de la Falaise. Un paseo acondicionado incluso en invierno que va ofreciendo distintas panorámicas de la cascada, del río San Lorenzo y de la isla de Orleans. El paseo te lleva hasta el puente colgante que permite cruzar sobre el mismo borde de la cascada. Desde aquí se observa perfectamente el llamado Pain de Sucre, una especie de montaña de nieve originada por la acumulación del agua vaporizada y congelada a los pies de la cascada. Todo un espectáculo que se produce solamente cuando hace mucho, mucho frío.

Una pena que toda esta belleza se vea estropeada por la instalación de los cables de acero de la tirolina que cruza la cascada.

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Tras cruzar el puente colgante llegarás al Manoir Montmorency, una antigua villa habilitada para su uso como restaurante, tienda y centro de interpretación del parque. Te aseguro que vas a agradecer entrar a su cálido interior para tomarte un café o una bebida bien caliente.

Un poco más adelante está el Teleférico que lleva hasta la parte inferior de la cascada. Cuando fui estaba cerrado por el intenso frío, pero debe ofrecer unas vistas increíbles. Casi helado pero feliz, regreso a Quebec. Una ciudad que tiene que ser otra totalmente diferente en verano.

Quebec, para volver

Esa impresión me acompañó durante los días de mi visita. Y no es porque en invierno no ofrezca una estampa magnífica. Bien al contrario. Si no porque algunos de sus principales espacios y atractivos sólo son accesibles o se pueden visitar con buen tiempo. Me quedé con las ganas de recorrer los muelles y el mercado del Vieux Port en un día soleado, de visitar el interior de La Citadelle, o de recorrer a pie la parte inferior de las cascadas de Montmorency. En realidad todo esto es una excusa para plantearme hacer un viaje durante el verano. Y de paso, recorrer los espacios naturales cercanos como la isla de Orleans o el Parque Nacional de Jacques-Cartier.

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Visitar Quebec en invierno ha sito toda una experiencia. Eso está claro. Y si alguien me pregunta si volvería a repetir, le diría que sí sin dudarlo ni un instante. Porque me gustan los viajes diferentes, conocer nuevos destinos, sentir la fuerza de la Naturaleza y buscar experiencias que para mí no son habituales. Además, es una forma de vivir condiciones extremas con una seguridad casi completa. Al fin y al cabo este es un entorno urbano. En cualquier momento puedes buscar refugio en una cafetería, una tienda, o regresar a la comodidad de tu hotel o apartamento. 

Si yo he conseguido sobrevivir al invierno canadiense, tú también puedes hacerlo.

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