la Iglesia de la Compañía de Quito, el Barroco americano en su máxima expresión.

La Iglesia de la Compañía de Quito es de esos lugares que desde la primera vez que se ven, sorprenden, entusiasman y acaban instalándose en la memoria con derecho propio. Eso me pasó la primera vez que atravesé la puerta principal de acceso a esta iglesia y supe que había entrado en otro mundo. Estaba frente a una obra maestra del barroco hispano en América.

Hasta ese momento no sabía absolutamente nada de este lugar. Desconocía que tras aquella fachada de piedra gris ricamente decorada con columnas salomónicas, ángeles, flores e imágenes de santos y fundadores de la Orden Jesuita se encontraba la obra más sobresaliente del Barroco quiteño. Y por extensión del Barroco americano. Una joya del Arte con mayúsculas donde la arquitectura, la escultura y la pintura alcanzaron una de sus más altas cotas de armonía y expresividad.

Ese día también supe que nunca podría expresar con palabras el asombro, ni definir con exactitud la recargada belleza y la dorada luminosidad de este lugar. Y me preguntaba cómo era posible que no hubiera oído nada acerca de esta obra de arte. «Esto hay que fotografiarlo y enseñarlo para darlo a conocer» me dije. La prohibición absoluta de tomar fotografías acrecentó la necesidad que tenía de mostrar tanta belleza y se convirtió en el acicate que me llevó a contactar primero con Quito Turismo y luego con la Fundación Iglesia de La Compañía.

Finalmente la Fundación tuvo la gentileza de concederme la ansiada autorización para poder fotografiar el interior de la Iglesia, una auténtica maravilla digna de ser conocida. Y mostrada. Por lo tanto las imágenes que ilustran este artículo son únicas y por eso adquieren un valor especial. Y es que a no ser que viajéis a Quito, cosa que os recomiendo vivamente, no la podréis ver de otra manera. Por cierto, si queréis conocer a fondo lo que ofrece esta ciudad y no tenéis mucho tiempo, podéis hacerlo en un tour organizado.

La puerta de la fachada abierta a la animada Calle de Las Cruces da paso a la recargada decoración barroca de la mampara de madera que separa simbólicamente el mundo real del mundo espiritual. De pronto se entra en un universo de refulgentes dorados donde cada rincón del techo, paredes, columnas o cúpula está ricamente decorado a base de complejas decoraciones geométricas.

Un lugar donde el horror vacui deja paso a la luminosidad que se apodera de los espacios recubiertos de pinturas, de volutas, de querubines y de santos. Ni un rincón queda sin decorar como demuestra la utilización de todo tipo de artimañas decorativas como se ve en el trampantojo de la escalera de caracol que asciende al coro. ¿Cuál es la de verdad y cuál la de mentira?

La primera impresión es abrumadora por no decir cegadora. Y sí, os lo confirmo: casi todo lo que reluce en esta iglesia es oro. Unos 50-60 Kg en finísimas láminas de pan de oro que recubre gran parte de la iglesia. Precisamente por monumentos como este el Centro Histórico de Quito fue declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1978. Lugares nacidos de la suma de los conocimientos técnicos traídos por los españoles durante la época colonial y del buen hacer, perfeccionismo y expresividad de los trabajadores y artistas locales. La conjugación de las diferentes concepciones artísticas con un mismo objetivo espiritual terminó por convertir a esta iglesia jesuita en el máximo exponente del Barroco en todo el continente americano.

 

Un poco de Historia

Cuando los jesuitas llegaron a Quito en 1586 las órdenes religiosas de los franciscanos, agustinos o dominicos ya se habían establecido en la ciudad. A partir de 1605 los jesuitas iniciaron la construcción de este templo de cruz latina inspirándose en las iglesias Il Gesú y San Ignacio de la ciudad de Roma. La complejidad de los trabajos hizo que las obras se prolongaran durante más de 150 años, hasta que la iglesia se dio por terminada en 1765. Desde entonces la Iglesia ha sufrido los efectos de los terremotos de 1859 y 1868 que derrumbaron la torre campanario, una de las más altas de Quito. Hoy permanece como tronchada casi oculta tras la gran cúpula central de 26 metros de diámetro.

Pero el terremoto que sufrió Quito en 1987 fue el que más afectó al patrimonio religioso y artístico heredado de la época colonial. Fue entonces, viendo los daños provocados por el paso del tiempo y los terremotos, cuando se decidió establecer un plan integral de restauración. Este fue el origen de la Fundación Iglesia de la Compañía que es la que hasta hoy se encarga de la gestión y  mantenimiento del conjunto histórico jesuita. Entre 1987 y 2005 se procedió a una restauración total de la iglesia que le devolvió su perdido esplendor.

Pero las desgracias continuaron con un incendio que se declaró en 1996 y destruyo una gran parte del retablo de San Francisco Xavier. Aun así fue reconstruido y por eso hoy se puede apreciar que esta obra maestra del barroco quiteño brilla con renovada intensidad. El humo afectó también a parte del techo y como recuerdo de dicho incendio se dejó uno de  los querubines de la cúpula sin restaurar. Os reto a encontrar su rostro renegrido.

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La Iglesia de la Compañía: una obra de arte con mensaje

Desde la misma fachada labrada en piedra volcánica presidida por las esculturas de San Ignacio de Loyola, Fundador de la Compañía de Jesús, y una María Inmaculada, la Iglesia de la Compañía se convierte en un vehículo de trasmisión de la fe católica.

Nada más entrar nos encontramos con una nave central de 58 m. de largo cuya bóveda a 26 m. de altura está decorada totalmente con motivos geométricos al estilo mudéjar revestidos de pan de oro. Este es el momento de quedarse boquiabierto y frotarse los ojos.

A la izquierda en el ala sur nos encontramos con un cuadro representando el Juicio Final. Y justo enfrente mirando a la derecha desde la entrada, en el ala norte, se encuentra el cuadro que representa el Infierno. Ambas fueron pintadas originalmente en 1620 por el jesuita Hernando de la Cruz aunque lo que vemos hoy son copias de Alejandro Salas realizadas en el S.XIX. Os recomiendo que en el cuadro del Infierno busquéis los curiosos personajes condenados a la furia de los demonios y del fuego eterno observados por el Lucifer ubicado en el centro superior: usurero, registrador, adúltera, borracho, hechiceras, perzosos, bailarines, murmuradores…

Todavía se cuenta que hasta mediados del S.XX era habitual que muchas madres trajeran a sus hijos ante el cuadro del Infierno para que vieran los efectos de llevar una vida no acorde a los preceptos cristianos. Volviendo a la nave central vemos que las columnas que soportan los transeptos norte y sur están decoradas con una serie de 16 pinturas de profetas pintados por Nicolás Javier de Goribar en el S. XVIII.

Pero lo más sorprendente es la profusión de rostros de santos y querubines, florituras y volutas doradas que cubren cada rincón. Hasta los confesionarios de oscura madera maciza están decorados con rostros de querubines de ojos azules.

Repartidas por las naves laterales de encuentran 6 grandes retablos que muestran el estilo recargado y florido de la escuela quiteña del siglo XVIII. A su vez las naves laterales están separados de la nave central por arcos de medio punto ricamente decorados con diferentes escenas y personajes bíblicos.

Y a medida que uno avanza entre tal profusión de motivos se da cuenta de que está contemplando algo único en el mundo, una escenografía de la fe que alcanza su cota máxima cuando uno se detiene bajo la cúpula central.

Porque enfrente se encuentra el magnífico retablo mayor tallado en madera por Bernardo de Legarda y repleto de motivos y figuras bíblicas es una obra maestra de la escultura y pintura quiteña. Aquí destaca con luz propia la talla central de la sagrada familia. Sobre ella flota en una nube de querubines la imagen de un Dios Padre de rostro serio y densa barba blanca que abraza el orbe con su mano izquierda.

A la izquierda vemos el recargado retablo presidido por la figura de San Ignacio y a la derecha el retablo de San Francisco Xavier, ambos máximos representantes de la Orden Jesuita. El autor de los dos retablos, Marcos Guerra llevó la abundancia de dorados, florituras, columnas salomónicas y motivos ornamentales hasta sus máximos niveles. Tampoco hay que olvidarse de mirar hacia lo alto. La decoración del techo y de las columnas que soportan la cúpula obliga a mirar hacia arriba donde nos encontramos con los cuatro evangelistas.

Y con la decoración de la cúpula que se observa mucho mejor si te asomas al espejo circular colocado justo debajo para apreciar cada mínimo detalle sin tener que sufrir tortícolis.

Todo el conjunto se muestra ahora monumental, armonioso, simétrico y brillante. Las diferentes intensidades de la luz que entran por los altos ventanales provoca cambios en las sombras que otorgan dinamismo al conjunto, como si cada detalle pudiera adquirir movimiento. Cuanto más tiempo paso admirando el conjunto, más clara me queda la intencionalidad de cada cuadro, de cada escultura y de cada retablo revestido de dorado.

Si hoy en el S.XXI la Iglesia de la Compañía produce admiración, no puedo ni imaginar el efecto que tuvo que provocar en las gentes del S.XVII y XVIII. Los jesuitas crearon en el interior de la iglesia un libro abierto donde las Sagradas Escrituras y la palabra de Dios se representaban a través de la pintura y la plétora de rostros y figuras esculpidas en su interior. Hoy ese libro sigue abierto para las más de 120.000 personas que cada año visitan la Iglesia de la Compañía.

 

Fotografiando la Iglesia de la Compañía

Para empezar, todas las imágenes que ilustran este artículo han sido reducidas en su tamaño y calidad para evitar su copia. Originalmente el archivo RAW de cualquiera de ellas ocupa unos 30 megas y el JPEG correspondiente entre 18 y 20 megas. Fotografiar el interior de una iglesia donde abundan los contrastes lumínicos ha sido todo un reto. Mientras que unas zonas se encontraban casi a oscuras, en otras los reflejos dorados del pan de oro quedaban intensificados por la luz de los focos que iluminaban el interior de la iglesia. Al mismo tiempo la luz natural que entraba por los ventanales provocó la sobre-exposición en zonas concretas de algunas fotografías al usar tiempos de exposición altos. Esto se ve por ejemplo en el caso de la ventana de la imagen inferior.

Una dificultad añadida fue la escasez de tiempo ya que conté con apenas una hora para tomar las fotografías. Por eso visité la iglesia anteriormente para planificar las tomas dibujando un croquis del interior y marcando los lugares más destacados. Llegado el momento opté por realiza algunas tomas generales para ir pasando a tomas donde la luz dorada cobraba toda su intensidad. Luego busqué encuadres más arriesgados utilizando paredes y arcos con la intención de resaltar la simetría y los volúmenes de la iglesia. Como en toda iglesia o catedral presté especial atención a las tomas verticales con la mirada puesta en lo alto.

Apenas tuve tiempo para hacer algunas series de imágenes para realizar panorámicas como esta:

Y para terminar acabé fotografiando algunos detalles.

El equipo utilizado fue muy básico:

Cámara Nikon D7100+Objetivo Nikkor 18-200 mm f/3.5-5.6 ED-IF AF-S VR DX

Cámara Canon G-15

Trípode

Disparador remoto Wireless

Ya que utilizaba trípode opté por un ISO lo más bajo posible para evitar la aparición de ruido y obtener la máxima calidad en el detalle. Luego use el modo de disparo con prioridad a la apertura buscando un valor f. intermedio y dejando que la cámara ajustara el tiempo de exposición. Según las tomas este osciló entre 1 y 6 segundos. Por supuesto no utilicé flash ni otra iluminación que no fuera la propia de la iglesia

Debido a los contrastes de luz en el interior opté por hacer algunas series con braketing de 2 y 3 fotos con variaciones de la exposición de +1 y -1 para luego fusionarlas con un editor de fotografía. Y el resultado es que habéis visto.

Ahora ya conocéis una de las muchas razones por la qué la ciudad de Quito es Patrimonio de la Humanidad. Sin duda se lo merece.

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Información práctica:

La Iglesia de la Compañía de Quito se encuentra entre las calles García Moreno y Sucre  en el Centro Histórico de Quito y abre todos los días con los siguientes horarios:

De Lunes a Jueves de 9h30 a 18h30
Viernes de 9h30 a 17h30
Sábados y Feriados de 9h30 a 16h15
Domingos de 12h30 a 16h15

El primer domingo de cada mes el acceso es gratuito.

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