Semana Santa en Quito.

Es Miércoles Santo y me encuentro en la Catedral de Quito a punto de presenciar una ceremonia cuyo origen se remonta a tiempos de la antigua Roma. Desde una hora antes del mediodía ya casi no se puede entrar a la Catedral.

La gran construcción colonial pintada de un blanco impoluto ocupa uno de los laterales de la Plaza Grande del centro histórico de Quito. Porque es aquí, en las plazas, calles e iglesias del centro colonial donde se desarrollan la mayor parte de los actos y celebraciones relacionados con la Semana Santa quiteña. Y eso se nota en el ambiente y en la decoración con denarios florales de las cruces situadas en las fachadas de las iglesias.

Denario floral en Quito

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El Arrastre de Caudas en la Catedral de Quito

Dentro de la catedral el presbiterio se muestra casi vacío de adornos frente a los bancos donde se sientan autoridades, fieles, devotos, religiosos, curiosos y turistas. Periodistas, fotógrafos y cámaras de televisión se arremolinan como pueden luchando por unos centímetros de espacio.

Interior de la Catedral de Quito 1

Interior de la Catedral de Quito 2

Es evidente que lo que va a suceder en unos minutos es un acontecimiento que despierta gran interés mediático. Porque lo que estamos a punto de presenciar es la ceremonia de El Paso de la Reseña, más conocida como el Arrastre de Caudas. Y el único lugar del mundo donde se celebra es aquí, en la Catedral de Quito.

Gracias a las gestiones de Turismo de Quito ocupo un asiento frente al presbiterio y el altar. Unos minutos antes de las 12 en punto la expectación es máxima y desde el atril uno de los oficiantes nos recuerda que lo que vamos a presenciar no es una fiesta turística, sino una celebración litúrgica. Frente a mí seis cojines de terciopelo rojo ordenados en dos hileras esperan en el suelo enmoquetado.

Interior de la Catedral de Quito 3

Esta es una ceremonia muy particular cargada de dramatismo y con un simbolismo muy potente nacida en el seno del ejército romano. Cuando un general romano moría, sobre su cuerpo se hacía ondear un estandarte para recoger todo sus cualidades y su valor. Luego la bandera se hacía ondear sobre las tropas para trasmitirles así la valentía del fallecido.

El Cristianismo adoptó este ritual convirtiéndolo en el Arrastre de Caudas que formaba parte de la Semana Santa de la Catedral de Sevilla. Con la colonización española de América esta celebración se trasmitió a América, en concreto a Lima y Quito, diócesis subsidiarias de la de Sevilla. Desde entonces han pasado cuatro siglos y el Arrastre de Caudas ya sólo se mantiene en la Catedral de Quito. Por eso las autoridades locales están haciendo un esfuerzo de reconocimiento patrimonial, cultural e histórico que ponga en valor esta celebración única.

A las 12 en punto comienza la ceremonia y desde el coro resuenan los primeros cánticos. Un poco antes la bandera negra con la cruz roja ha quedado desenrollada sobre el altar cubriéndolo casi por completo.

Arrastre de Caudas 1

Primero entran los seminaristas vestidos de blanco y sacerdotes que se sitúan bajo el retablo de la Catedral. Posteriormente entran en fila los canónigos vestidos de un negro de luto por la muerte de Jesús, tan negro que intimida: sotana, capa pequeña y la cabeza cubierta con una capucha. Caminan despacio y en sus manos portan la cauda, una larga pieza de tela negra de varios metros de largo que arrastrarán en procesión por la catedral como penitencia simbolizando el arrastre de los pecados. Los canónigos son primados, es decir, elegidos cada año como reconocimiento a toda una vida dedicada a la Iglesia. Este año son sólo cinco.

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Arrastre de Caudas 4

Tras ellos entra el Arzobispo de la Diócesis de Quito, Fausto Trávez,  acompañado de dos obispos eméritos. El Arzobispo, vestido de impecable púrpura, porta en sus manos una pequeña cruz dorada cubierta de piedras preciosas. Es el Lignum Crucis, un crucifijo de oro que se dice lleva incrustados en su interior fragmentos de la verdadera cruz.

Arrastre de Caudas 5

La primera media hora trascurre entre cánticos, lectura de salmos y oraciones. Y entonces comienza con lentitud la ceremonia del Arrastre de Caudas. Desde el coro resuena una marcha fúnebre que pone los pelos de punta y uno a uno los canónigos comienzan su lento y ceremonioso caminar por el interior de la Catedral.

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Desde el Altar Mayor cada uno camina acompañado de dos seminaristas portando cirios encendidos. Un tercero es el encargado de llevar entre sus manos la cauda y desplegarla en el suelo marchando detrás.

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Intercalado entre los canónigos marcha un miembro de la orden portando la bandera negra con la cruz roja que representan el luto y la sangre de Jesucristo. Cerrando la procesión marcha el arzobispo caminando bajo palio y portando la reliquia del Lignum Crucis entre sus manos casi pegada a su rostro. Previamente los incensarios han levantado un leve velo de humo y han perfumado la catedral del suave y dulzón olor del incienso.

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Toda la catedral se ha puesto en pie para observar en silencio la fúnebre procesión que termina cuando el arzobispo regresa al Altar Mayor. Allí deposita el Lignum Crucis y toma la bandera negra entres sus manos. Entonces la hace ondear sobre el Altar Mayor que simboliza el cuerpo de Cristo y en homenaje a él. Mientras tanto los canónigos permanecen arrodillados en el Presbiterio acompañados de dos seminaristas en actitud orante.

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El punto álgido de la ceremonia se produce cuando el arzobispo da media vuelta y tras ondear nuevamente y con energía la bandera, se acerca a los canónigos que se postran en el suelo boca abajo como soldados muertos en el campo de batalla.

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Su cabeza se apoya sobre los cojines rojos. Entonces el arzobispo hace ondear la bandera negra primero sobre ellos y luego sobre los fieles presentes.

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Para los canónigos el contacto con la bandera supone el contacto directo con la fe y las virtudes de Jesucristo, aunque en los últimos años corren algunas supersticiones al respecto. Se dice que el afortunado canónigo que es tocado primero por la bandera, abandona con rapidez este mundo. Cosa por cierto no muy extraña teniendo en cuenta la edad media de estos santos varones que ronda los 80 años.

Tras hacer ondear la bandera una y otra vez, el arzobispo se gira hacia el Altar Mayor, pliega la bandera y golpea con el mástil tres veces en el suelo. Es la representación de la resurrección, del triunfo de la vida sobre la muerte. En ese momento los canónigos envueltos en sus pesados y negros ropajes se levantan, alguno a duras penas, del suelo.

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Un año más se ha producido el milagro de la resurrección representado en la Catedral de Quito tal cual se hacía siglos atrás en la de Sevilla. La música coral acompaña el momento en el que el arzobispo toma de nuevo el Lignum Crucis entre sus manos y bendice a los presentes finalizando la ceremonia.

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Un año más se ha cumplido con el ritual y con esta antiquísima tradición, tal como se hacía en la Catedral de Sevilla hace siglos. Y con una vitalidad que no deja de de ser admirable. Una celebración que sorprende por su cuidada estética y su profunda simbología que se está convirtiendo en uno de los principales atractivos turísticos de Quito durante la Semana Santa. Y con toda razón.

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