Baroña: rocas, el océano y un castro celta.

Estoy frente al castro de Baroña y el Atlántico se extiende hasta el infinito. Junto al de Santa Tecla en A Guarda, este es el yacimiento arqueológico mejor conservado de un castro costero en Galicia. Y es así, desde la distancia, como se obtiene la mejor perspectiva de un lugar cargado de fuerza y belleza todavía salvaje.

Un espolón de rocas abruptas que se adentra en el océano sacudido por la fuerza de las olas y el viento.

El estrecho camino entre pinos que conduce hasta el mar acaba abriéndose en una explanada descendente y desnuda de árboles. Entonces sólo quedan las rocas, el mar y las flores entre los  arbustos. Con el promontorio rocoso ya a la vista camino sobre una arena blanca y fina hacia la primera muralla que ocupa la parte del istmo más cercana a tierra firme. Es cuando me doy cuenta de que este promontorio de roca debió ser hace tiempo un islote aislado por las mareas.


Los arqueólogos hablan de un foso entre esta muralla y la siguiente que rodeaba el recinto habitado. Una perfecta estructura defensiva que debió ser impresionante, pero que no paró el avance implacable de los romanos hacia el Finis Terrae, hacia el Fin del Mundo. Siento la misma emoción que tuve al pisar por primera vez la excavación de un palacio micénico en Chipre. El mismo estremecimiento que tuve al adentrarme en el pozo que conducía a uno de los asentamientos humanos más antiguos de Israel. Y la misma ansiedad por verlo todo que me asaltó en la ciudad maya de Cobá. Por entonces sus pirámides estaban todavía sin desbrozar y me sentí como Indiana Jones buscando el Templo Maldito.

Fue en 1933 cuando se localizaron los primeros restos arqueológicos de este asentamiento celta. Se supone que ya estaba habitado desde finales de la Edad de Hierro y se cree que apenas sobrevivió un siglo a la romanización. Además del sistema de murallas el castro está formado por las típicas estructuras circulares y ovaladas de viviendas, talleres de artesanía y fundiciones de metal. Es este un lugar de belleza todavía salvaje que los diferentes trabajos de limpieza, asentamiento y conservación han sabido respetar. El último fue llevado a cabo en el año 2012,.

Superada la primera muralla asentada sobre grandes bloques de roca tallada, se cruza el pequeño istmo arenoso hacia el recinto amurallado. El acceso al interior se hace a través de una estrecha entrada con escalinata. Una vez dentro los distintos niveles del promontorio configuran su ocupación en tres niveles con una treintena de viviendas y talleres. Una vez dentro resulta inevitable rodear el promontorio para subir a su parte más elevada. Desde aquí las vistas al yacimiento y la ría de Muros son magníficas. La vista se pierde hacia el norte hasta alcanzar Finisterre. Es este un lugar para sentarse entre las rocas y dejar volar la imaginación arrullados por el oleaje del Atlántico.

Algunas gaviotas revolotean ruidosas junto a las rocas. El olor a mar impregna cada partícula de aire. Mirando al sur observo que las playas de Baroña y Caveiro están vacías en pleno verano. El agua trasparente y limpia es casi de color esmeralda en sus orillas. ¿Quién no puede quedar prendado de un paisaje así? Un paisaje tan grandioso sólo puedo puede ser admirado en su conjunto desde otra prospectiva para ver en su totalidad el yacimiento arqueológico y la ubicación estratégica que ocupa. Es así como de verdad se puede admirar y disfrutar de este lugar tan especial.

La vida aquí no tuvo que ser nada fácil. Además de la agricultura y ganadería, los restos de los concheros (yacimientos de conchas) indican que gran parte del suministro de alimentos del castro procedía del mar. Las condiciones de frío, viento y humedad, sobre todo en invierno, debían ser espantosas. Pero aún así el castro se mantuvo habitado por un periodo de tiempo relativamente largo. Hay que recordar que bastante antes que los romanos, los griegos comerciaban con el estaño procedente de lo que ellos llamaban las Casitérides. A los griegos les llegaba parte del estaño que necesitaban a través de su colonia de Gadir, la Cádiz actual. Pero poco más sabían de su origen. Posteriormente los romanos identificaron a las Casitérides con las zonas más occidentales del continente europeo que iban desde Galicia a Bretaña. Lugares donde se encontraba el metal que acababa en manos griegas. Quizás este fuera el primitivo origen de los castros costeros en los que se han localizado restos de hornos para la fundición de metales. Además tenían buen acceso a las rutas comerciales y eran fácilmente defendibles gracias a estar ubicados en posiciones estratégicas. Con el paso del tiempo los castros siguieron construyéndose en lugares con estas características. Como este de Baroña que se encuentra en un punto intermedio entre las Rías Altas y Bajas y a la entrada de la Ría de Muros y Noia.



Información práctica:

 – Desde Santiago de Compostela al Castro de Baroña hay 52 Km tomando la AG-56 hacia Noia y luego a Porto do Son. Desde aquí sólo te quedarán 6 Km. más por la carretera de la costa AC-550. Desde Vigo hay 110 Km. tomando la AP-9, y luego desviándonos hacia Catoira y Pobra de Caramiñal por la AG-11. Desde A Coruña hay 125 Km. y la ruta más fácil pasa por tomar la AP-9 hacia Santiago y desde aquí seguir la ruta antes indicada. Cuando estemos en la AC-550 encontraremos carteles indicando la proximidad al Castro de Baroña. Al llegar tenemos que tomar una pequeña desviación hacia el puesto de información y el bar «O Castro» y estacionar aquí el vehículo.

– Además de los folletos informativos que te darán en la caseta ubicado a la entrada del yacimiento, en el centro de Porto do Son se encuentra el Centro de Interpretación del Castro de Baroña. Aquí, a través de varios paneles explicativos, es posible hacerse una idea de la forma de vivir de los habitantes de estos castros costeros.

 – El acceso al castro es gratuito y desde el estacionamiento hasta el yacimiento hay unos 500 metros de caminata a través de un pinar. El camino está señalado y hay paneles explicativos.

 – El castro de Baroña es un lugar relativamente aislado. Si no queréis moveros mucho la única opción para comer o tomarse algo es el bar «O Castro» ubicado en el estacionamiento del yacimiento. Es uno de esos locales familiares donde se prepara una comida casera con productos de primera, aunque a precios un tanto elevados. Para otras opciones ya hay que moverse hasta Porto do Son o a la más lejana Corrubedo. Si llegáis hasta aquí no os podéis perder el sistema de dunas más grande de Galicia con su kilométrica playa.

 – Y recuerda que un buen Seguro de Viajes te puede ahorrar preocupaciones y resolver muchos problemas. Así que ni lo dudes. Desde aquí te recomiendo MONDO, el seguro de viaje inteligente para viajeros inteligentes.

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