Valparaíso y su colorida realidad caótica.

Llegar a Valparaíso es darse de bruces con una ciudad que se despliega entre altos cerros plagados de casitas de colores, anti estéticos edificios modernos y largas avenidas portuarias. Además de todo un laberinto de callejuelas reviradas, cuestas y laderas que hacen inútil cualquier plano.

Si hay alguna ciudad en la que es obligado olvidar la formalidad de una ruta, de un camino a seguir, esa es Valparaíso. Cualquier idea preconcebida sobre lo que nos espera aquí queda desechada al recorrer esta ciudad de extraño dinamismo moldeada entre sus cerros y las aguas del Pacífico. Todo aquí parece asentarse en un permanente desequilibrio de contrastes en el que se entremezclan, sin ningún orden urbanístico, lo antiguo y lo moderno, lo horizontal y lo vertical. Sí, Valparaiso no es una ciudad fácil.

Valparaíso es una ciudad a la que se accede a sus barrios en ascensores y funiculares, donde los trolebuses eléctricos todavía funcionan. Y donde barcos de todo el mundo anclan en su bahía en el que es el mayor puerto de Chile. Valparaíso nos sorprenderá primero desagradablemente: por su suciedad, su caos, sus edificios ruinosos, sus perros callejeros y sus gentes de rostros adustos y portuarios. Pero su cara más amable surge a medida que recorremos sus colinas, subimos y bajamos por sus ascensores, nos perdemos entre reviradas escaleras y descubrimos sus rincones secretos con las vistas desde sus balconadas en precario equilibrio.

A Valparaíso no se le puede negar el carácter y una acusada personalidad nacida de la necesidad de reconstruir una ciudad arrasada tras el terremoto de 1906. Casi nada queda de la época colonial, sólo la Iglesia Matriz reconstruida varias veces, así que el Valparaíso caótico que se despliega ante nosotros es fruto de la urgencia de su reconstrucción. Ya en el S.XIX la llegada de inmigrantes de todo el mundo fue conformando el espacio natural de esta bahía rodeada de cerros descubierta por el español Juan de Saavedra en 1536. Pero tras el terremoto la ciudad tuvo que reinventarse a sí misma y de ahí esa arquitectura espontánea de calles laberínticas. En ellas acabó por aposentarse la modernidad del S.XX en forma de feos edificios grises plantados aquí y allá en medio de las zonas cercanas al área portuaria.

La de Valparaíso es una arquitectura surgida de la necesidad. En ella destacan esas casas que crecen y trepan inusitadamente por cerros y laderas. Casas que se aferran a los desniveles entre barrios caóticos repletos de endebles construcciones de madera, chapa, latones y calaminas. Es esa arquitectura de la necesidad la que le valió el título de Patrimonio de la Humanidad en el año 2003. Pero sus habitantes me comentan que el dinero otorgado por la Unesco para mejorar la ciudad y rehabilitar sus calles, infraestructuras y monumentos se perdió por el camino. Aunque se ven algunas calles levantadas y viejos edificios rodeados de andamios, nada da la impresión de encontrarnos en una ciudad en renovación.

Recientemente Valparaíso sufrió una nueva catástrofe: el gran incendio de abril de 2014. El mayor incendio urbano de la historia de la ciudad destruyó casi 3.000 viviendas en los cerros más pobres como La Pólvora. Además afectó a otros barrios y dejó a más de 12.000 personas sin hogar. A pesar de las múltiples promesas gubernamentales de ayuda, el Valparaíso que recorro apenas ha notado cambios.

Perderse en este caos puede llevar un par de días de intensas caminatas, subidas y bajadas, vueltas y revueltas entre perros, gatos y basuras. Por el camino encontrarás elegantes palacetes, miradores, calles adoquinadas con muros llenos de grafitis y viejas casas, unas desconchadas y otras renovadas pintadas en vivos colores. A la vuelta de cualquier esquina te puede sorprender un escenario imposible de casas sustentadas sobre pilotes aferradas a una ladera; o un cementerio ubicado en lo más alto de un cerro. Desde esta atalaya los muertos disfrutan de las mejores vistas al vasto océano. También descubrirás alguna maravillosa terraza como la del Hotel Brighton donde tomar un café o un pisco sour mientras atardece. El momento mágico en el que el cielo se tiñe de colores rosados mientras las laderas de Valparaíso se llenan de puntos de luz.

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Por los cerros de Valparaíso

La ruta 68 que une la capital Santiago con Valparaíso es una sucesión de valles y colinas resecas salpicadas por los afamados viñedos chilenos. La cercanía del mar se intuye cuando aparecen bosquecillos de eucaliptos y pinos que alegran un poco la aridez del paisaje. Tras apenas dos horas de viaje entro a Valparaíso por la Avenida Argentina donde los fines de semana se instala el principal mercado al aire libre de la ciudad. Girando a la izquierda por la calle Colón o más adelante por la Avenida Brasil de llega a la Plaza Victoria donde está la Catedral de Valparaíso. Aquí comienza la zona comercial plagadas de tiendas, comercios y negocios de todo tipo que se extiende por las calles Condell, Salvador Donoso y Bellavista.

Esta es la zona llana de la ciudad que se extiende por las anodinas calles Esmeralda y Prat hacia la otra gran plaza de Valparaíso, la Plaza Sotomayor.  El lugar está presidido  por el viejo edificio de la Intendencia, hoy sede de la Armada chilena, y por la estatua a los Héroes de la batalla de Iquique. De aquí al puerto hay un paso. Allí amarradas se encuentran decenas de lanchas de pescadores y otras de paseo para aquellos turistas que quieran ver la ciudad desde la bahía. A la izquierda están los muelles donde atracan los enormes cargueros que transportan miles de contenedores llenos de mercancías de Asia y Norteamérica.

Desde aquí descubro una perspectiva de la original geografía de los cerros que forman un anfiteatro natural sobre la bahía. Sin duda su mayor atractivo lo conforma el panorama de las casas de chapa y calamina de múltiples colores colgando sobre las laderas que rodean el puerto. Son precisamente esas colinas salpicadas de color las que atraen como un imán al visitante, invitándole a acercarse para descubrir los secretos más escondidos de esta ciudad.

Os aconsejo llevar calzado cómodo y los bolsillos llenos de monedas para pagar los distintos ascensores. También una buena cámara fotográfica y espíritu intrépido para adentrarse por esos callejones destartalados. En general los cerros que rodean el centro como Artillería, Concepción, Santo Domingo y Bellavista son tranquilos y se pueden recorrer sin problema. Pero hay otros, en general más altos o alejados del centro como los de Barón, Larrain o Polanco a los que es mejor no acercarse con vuestra maravillosa réflex colgada del cuello.

Situándonos en la Plaza Sotomayor con el mar a nuestras espaldas y mirando hacia la derecha veremos el Cerro Artillería, reconocible por el ascensor adosado en una de sus laderas. Hacía allí me dirijo por la calle Serrano dejando atrás el abandonado Ascensor Cordillera y la Iglesia Matriz, la más antigua de Valparaíso, situada cerca del Mercado del Puerto. Aquí, sobre las viejas casonas y pequeñas tiendas de barrio, flota el intenso olor del pescado que se vende en los puestos de la calle y por donde una multitud de perros callejeros campa a sus anchas. En unos minutos llego a la plaza situada a los pies del Edificio Aduana.

Al lado los coloridos vagones del funicular del Ascensor Artillería suben y bajan sin descanso ofreciendo una de las estampas más pintorescas de la ciudad. Una vez arriba la casa azul del Restaurante Calfulafquen domina las vistas sobre el puerto de Valparaíso desde el Cerro Artillería.

Al acceder al interior de madera del Ascensor Artillería todo parece un tanto destartalado. Más adelante veré otros que harán parecer a este casi de lujo. El lento ascenso parece un viaje en el tiempo que lleva hacia lo desconocido. Tras pagar en el pequeño puesto de salida y pasar por un torniquete metálico con más de un siglo a sus espaldas salgo a una explanada con un gran mirador sobre la bahía. Este debe ser uno de los puntos más visitados de la ciudad. Además de las pequeñas tiendas de recuerdos y artesanía a la izquierda aparece el monumental edificio encalado del Museo Naval y Marítimo dedicado a la historia de la Armada de Chile.

 

Los ascensores de Valparaíso
La historia de estos ascensores, casi todos funiculares propiamente hablando, se remonta a los últimos años del S.XIX. La llegada masiva de inmigrantes llevó a la ocupación permanente de los cerros de Valparaíso y la necesidad de comunicación con el puerto inspiró la construcción de los diferentes ascensores entre 1883 y 1925. Entre esos años los diferentes ascensores se fueron instalando en distintos puntos de Valparaíso. En su momento álgido llegaron a ser unos 30, de los cuales la mitad se encuentran hoy activos, en teoría.

La triste realidad es que de éstos sólo unos pocos mantienen la antigua utilidad para la cual fueron construidos, además de haberse convertido en importantes hitos turísticos de la ciudad. El resto se encuentran abandonados o en estado casi de ruina a pesar de que fueron declarados Monumentos Nacionales en 2010. En el año 2012 nueve ascensores fueron adquiridos por el Estado para iniciar su restauración, pero las cosas van muy despacio y sólo unos pocos han sido licitados para su puesta en marcha como el de Espíritu Santo.

En el 2015 los de Barón y Reina Victoria entraron a formar parte del sistema de pago integrado de transporte público. Así los usuarios del Metro y de los Trolebuses pueden pagar con la tarjeta de viajes de Metroval. Los ascensores que funcionan lo hacen todos los días entre las 07:00 y las 23:00 horas. A día de hoy, tanto la Municipalidad como muchos vecinos, esperan del gobierno chileno las ayudas necesarias para restaurar las estructuras abandonadas. Ello permitiría recuperar una parte muy importante de la historia de Valparaíso. Su precio de subida o de bajada está entre 100 y 300 pesos y los utilizaremos frecuentemente durante nuestro recorrido por la ciudad.

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Desde el mirador se puede ir a pie por la calle Artillería desde donde podremos ver el sube y baja del ascensor Artillería. Además de unas estupendas vistas del puerto y de las destartaladas casa que cuelgan de los cerros Arrayán y Carretas situados justo enfrente. La calle acaba convirtiéndose en una escalinata que serpentea entre la ladera y pequeñas casas que desemboca al lado del edificio de la Aduana. De nuevo en el llano atravieso la zona del Mercado hacia la Plaza Sotomayor. Aquí, enfilando hacia el Palacio de Justicia, se encuentra semioculta la entrada al Ascensor El Peral entre las fachadas de los edificios de la izquierda. El vetusto cartel que anuncia su emplazamiento se sitúa sobre un oscuro y estrecho portal que lleva hasta la base de este ascensor construido en 1902 y que salva los 50 m. de desnivel sobre el Cerro Alegre. Desde luego hay que tener los ojos bien abiertos para encontrar los emplazamientos casi secretos de estos ascensores.

En el estrecho cajón de madera del funicular que sube lánguidamente apenas cabemos 5 o 6 personas. Ya en lo alto del cerro unos cuantos perros me dan la bienvenida con sus ladridos mientras las casitas de techos metálicos parecen querer esconder su vejez entre la vegetación. Estoy en Cerro Alegre donde podemos encontrar algunos de los mejores ejemplos de casas y edificios construidos en lo que aquí llaman el estilo inglés. Entre ellos sobresale la imponente estampa del Palacio Baburizza de estilo Art Nouveau que alberga el Museo Municipal de Bellas Artes.

También aquí está el mirador del Paseo Yugoslavo desde el que se tiene una de las mejores vistas de Valparaíso y donde se ubica uno de sus restaurantes más conocidos: la Colombina. Os aconsejo subir por la calle Miramar y seguir un poco más arriba para encontrar algunos de los mejores ejemplos de arquitectura porteña de la ciudad al borde de cerros y quebradas. Antes hay una casa que es como la proa de un barco. A su izquierda una calle baja hacia el llano pero podemos acortar el trayecto por un estrecho callejón, el Pasaje Bavestrello, cuyas escalinatas descienden bordeando las ventanas de los patios interiores de casas y viviendas. Finalmente llego a la calle Urriola.

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El Cerro Concepción. El lugar donde alojarte

Entro en el Cerro Concepción rodeado por los altos muros de sus viejas casas. Cuando alcancemos el Pasaje Gálvez con sus adoquinadas calles, estaremos en el barrio mejor ubicado para buscar alojamiento si vamos a pasar la noche en Valparaíso. Aquí abundan los Bed&Breakfast, los hotelitos con encanto y las pensiones baratas para mochileros, además de restaurantes, cafeterías, museos y tiendas de artesanía. Sin duda es el mejor lugar de la ciudad para quedarnos gracias también a su cercanía al centro. Aquí se mezclan modernidad y tradición en un ambiente un tanto bohemio y alternativo que atrapa al visitante. Quizás es el barrio donde más se está cuidando la imagen de ciudad en renovación. Aunque el bosque de cables eléctricos, los perros y gatos callejeros y la basura están ahí para recordarnos que todavía queda mucho por hacer en esta ciudad.

En el Cerro Concepción lus calles empedradas suben y bajan enredándose sobre sí mismas. Aquí se alternan escalinatas como las del Pasaje Templeman, con callejones estrechos y otros peatonales como el del Paseo Atkinson. La influencia inglesa en la arquitectura de la ciudad es aquí muy clara: casas de fachadas forradas en planchas de metal y tejados a dos aguas. Y también iglesias como la Luterana con su alta torre que se eleva sobre los tejados del resto de edificios del cerro. O la Anglicana casi invisible en su discreción.

Otro mirador imprescindible es el situado en el Paseo Gervasoni donde se encuentra la Fundación y Museo Lukas, un destacado artista local. Al lado está el Gran Hotel Gervasoni con su fachada de color amarillo del S.XIX y el acceso al Ascensor Concepción, el primero instalado en Valparaíso en 1883. Aquí mismo, en una gran casona blanca, está el Restaurant Café Turri donde se puede cenar con unas privilegiadas vistas a la bahía desde su terraza.

El Ascensor Concepción baja desde aquí a la calle Prat hasta el Reloj Turri, otro de los iconos de la ciudad. Inaugurado en 1883 el funicular permite salvar los 50 metros de desnivel desde el puerto hasta el cerro en sus pequeños vagones de madera donde apenas entran 7 personas. Tanto en la zona baja como en Cerro Concepción abundan los cafés, restaurantes y terrazas donde parar a tomar algo o disfrutar de la gastronomía chilena en un ambiente distendido y cosmopolita. Las especialidades locales son los ceviches, los pescados y los mariscos acompañados con algún vino chileno. Y mejor mientras atardece lentamente con las luces de la bahía de telón de fondo.

Ascensor Concepcion 2

Las calles y vericuetos de Cerro Concepción son como un laberinto que hay que recorrer. Aquí la sorpresa aparece en cualquier muro pintado con algún espectacular grafiti, porque en Valparaíso el grafiti es un arte usado por artistas locales. Eso sí, con desigual fortuna. El encanto de Valparaíso se encuentra en las fachadas de colores, en los pequeños cafés y en esas casas que cuelgan sobre laderas imposibles en precario equilibrio. A pesar de las aceras rotas, las calles levantadas y cierta sensación de abandono, permanece la sensación de estar en un lugar único anclado en algún momento del tiempo. Es este carácter el que atrae a grupos de amigos y familias que vienen hasta aquí a disfrutar de sus miradores, a tomar una copa en una terraza, o a pasear por los rincones secretos de sus laberínticas calles.

La Municipalidad de Valparaíso promueve una serie de rutas a pié que animan a los visitantes a recorrer la ciudad en una especie de aventura urbana. En los Puntos de Información Turística situados en la Plaza Sotomayor y en el Muelle Prat nos darán toda la información que necesitemos. Quizás la ruta más interesante sea la que cubre el centro con los cerros Alegre y Concepción para dar a conocer la importancia de las olas de inmigrantes que se instalaron aquí en el S.XIX. Ellos crearon en Valparaíso una sociedad multicultural cuyo legado llega hasta nosotros..

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El Cerro Bellavista, desde donde Neruda se perdía en el Pacífico

Pero hay otro recorrido imprescindible que transcurre por el Cerro Bellavista llamado del Arte y la Poesía. Incluye las visitas a La Sebastiana, la Casa Museo de Pablo Neruda, al Museo Organológico donde se exponen más de 600 instrumentos musicales. También las estrechas callejuelas que conforman el llamado Museo a Cielo Abierto donde artistas locales pintaron los muros y fachadas de numerosas casas.

Comienzo la visita al Cerro de Bellavista desde su parte alta dirigiéndome a La Sebastiana, la residencia que Pablo Neruda eligió en Valparaíso en la calle Ferrari 692. Neruda, cansado de la agitación de la vida en Santiago, decidió buscar un lugar más tranquilo para escribir. En 1961 se instaló en Valparaíso en esta casa ubicada en lo alto del cerro desde donde tenía unas vistas privilegiadas de la bahía y el mar. Compró la casa a medias con una pareja de amigos y se quedó con los pisos superiores que decoró a su gusto con motivos marineros. Aquí pasó los últimos momentos de su vida con su tercera esposa, Matilde Urrutia, hasta su muerte en 1973.

 

¡El Océano Pacífico se salía del mapa! No había donde ponerlo. Era tan grande, desordenado y azul que no cabía en ninguna parte. Por eso lo dejaron frente a mi ventana.

(Fragmento “Una casa en la Arena” P. Neruda)

La casa fue saqueada por los militares tras el golpe de estado de Pinochet ese mismo año y no fue restaurada hasta 1991 con sucesivas ampliaciones que incluyen un centro cultural. Los fines de semana se forman largas colas para visitar esta casa de estrechas escalinatas, ocultos rincones y grandes ventanales. Desde aquí los tejados del Cerro de Bellavista descienden hasta el puerto a los pies del Pacífico. En su interior los diferentes espacios están decorados de manera irrepetible y por ello es una pena que esté prohibido hacer fotografías. De todas formas si de verdad queréis descubrir la esencia de ese marinero en tierra que fue Pablo Neruda debéis ir a ese lugar único, mágico y sorprendente que es su casa de Isla Negra ubicada a una hora de viaje desde Valparaíso. Y por supuesto a «La Chascona», su nido de amor y hogar en las colinas del barrio de Bellavista en Santiago de Chile.

El descenso hacia el centro de la ciudad lo hago por la calle Héctor Calvo. En Valparaíso el mar es la esencia del paisaje y en el paseo por Bellavista encontramos casas decoradas con imágenes alegóricas a la esencia portuaria de la ciudad. Otras tienen en su fachada placas de azulejos con versos de García Lorca donadas por el Ayuntamiento de Granada. En este descenso entre casas de madera y chapa me desvío hacia la paralela calle Ferrari donde se encuentra el Museo Organológico con su curiosa colección de instrumentos musicales.

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El Museo a Cielo Abierto

Tras volver a Héctor Calvo encuentro el estrecho pasaje de la calle Pasteur que me lleva hacia uno de esos rincones que sólo se pueden encontrar en Valparaíso. Entre unas estrechas callejuelas a las que se accede por una serie de escalinatas descubro un espacio de colores único a los pies del Ascensor Espíritu Santo.

Estoy en el llamado Museo a Cielo Abierto, un espacio urbano de casas pintadas de colores, fachadas decoradas, vericuetos imposibles y edificios desvencijados de otras épocas. El conjunto ejerce una extraña atracción entre el caos de ruinas y vegetación que crece entre los muros de los descampados. Este rincón es como la esencia de Valparaíso, donde la belleza decadente aparece como un regalo en medio del abandono y el olvido.

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Por ascensores y cerros que no quede

Después de dos días recorriendo Valparaíso me parecía imposible seguir descubriendo rincones especiales. Pero esta ciudad que casi espanta cuando llegas te acaba atrapando en ese desorden de otros tiempos. Siguiendo el Paseo Colón en dirección hacia la Avenida Argentina me dirijo hacia otra zona de cerros en los que no es muy recomendable adentrarse llegado el anochecer. Pero es que entre el Cerro Molino y el Cerro Barón se encuentran algunos de esos viejos ascensores de la ciudad todavía en funcionamiento. Atrás he dejado el Ascensor Monjas y enfilo directamente hacia el Ascensor Polanco, uno de los iconos indiscutibles de Valparaíso. Llego a la calle Simpson y encuentro casi de casualidad la entrada a un oscuro túnel. El Polanco es el único ascensor vertical propiamente dicho de todos los construidos en la ciudad. El túnel se adentra en las húmedas entrañas del cerro durante unos 50 metros hasta finalizar delante de unas puertas metálicas.

El único ascensorista de la ciudad abre las puertas y ascendemos en este espacio claustrofóbico hasta una primera parada en una de las calles del cerro. Luego hasta la segunda parada ubicada en una especie de torreón que sobresale a 80 m. sobre el nivel del mar entre las casuchas del barrio. A la mente me viene el elevador de Santa Justa en la renovada Lisboa. Las espectaculares vistas sobre la ciudad atraen a muchos visitantes hasta aquí a pesar del paisaje desolador de las depauperadas barriadas de alrededor. El torreón se conecta a través de un paso elevado de casi 50 m. con las calles del Cerro Polanco. Pero un pequeño paseo entre patios llenos de chatarra, niños jugando entre basuras y calles de cuestas imposibles me hacen desistir de internarme sólo en unas calles donde empieza a caer el sol.

Retrocedo sobre mis pasos para asomarme de nuevo al mirador y tomar algunas fotos. Desciendo en este ascensor construido en 1915, el primero en ser declarado Monumento Histórico en Valparaíso, hacia el túnel que me devuelve a la agitación del mercado al aire libre instalado en la Avenida Argentina. Los ascensores acaban por ser adictivos porque permiten pasar de un entorno urbano a otro sin solución de continuidad en unos instantes. Son la mejor forma de viajar entre mundos paralelos que marchan a ritmos diferentes dentro de un mismo lugar.

Quizás esa sea parte de la magia de Valparaiso que decido dejar para completar en otro viaje mientras me dirijo hacia un nuevo destino, la casa de Pablo Neruda en Isla Negra. Valparaíso y sus extraños rincones van quedando atrás. Pero la sensación de haber visitado un lugar especial, extraño en su desaliñada belleza, en su organizado desorden y en su caos de derribo, permanece como los colores de sus casas en mi retina. Curiosa ciudad.

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