Un tesoro hundido en el Golfo de México.

Este podría ser el tema para elaborar el guión de una película, pero no, ésta es una historia real y es que cuando a uno le interesan ciertos temas surgen a veces sorpresas que dejan un sabor agridulce en la conciencia.

Y es que el hecho de adquirir a la protagonista de esta historia, una vieja moneda de plata, suscitó en mi interior un dilema moral que he terminado por resolver. El caso es que la desaparición de «El Cazador« y de su tesoro en aguas cercanas a la Lousiana bien pudiera haber cambiado el curso de la Historia tal como la conocemos en caso de haber llegado a puerto. Pero ésto son meras elucubraciones porque la realidad fue otra.

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La historia de un naufragio misterioso

En el año de 1762 España recibió la Luisiana de manos de Francia a resultas de los tratados firmados tras la Guerra de los Siete Años. De aquellas este enorme territorio iba desde el Golfo de México hasta la frontera con Canadá dejando al río Mississippi como frontera natural entre los territorios de las colonias inglesas y los de la Corona española en la Nueva España. Veinte años después, a finales de 1783, el rey Carlos III ordenó al Capitán Gabriel de Campos navegar hacia Veracruz para hacerse cargo de un navío de guerra, «El Cazador«, que debía transportar desde el puerto mexicano 4.500.000 de pesos reales de plata hasta la ciudad de Nueva Orleans. Ese dinero era imprescindible para que la Corona española pudiera estabilizar el débil sistema monetario heredado en la Lousiana y asentarse definitivamente en la región.

.Aunque os parezca increíble, así era el mapa de Norteamérica en 1787

El 11 de enero de 1784 «El Cazador» partió de Veracruz con su valioso cargamento de monedas, pero el barco nunca llegó a su destino dándose finalmente por desaparecido. Nunca se supo qué sucedió, no hubo supervivientes que dejaran testimonio y no se localizó ningún resto del navío. Mientras tanto y acabada la Guerra de la Independencia la Lousiana se convertía en el territorio fronterizo entre los nacientes Estados Unidos de América y los territorios españoles en el norte del continente. Ante las dificultades para rentabilizar las inversiones puestas en marcha en la Lousiana y la debilidad de la Monarquía española por las presiones francesas en pleno avance napoleónico por Europa, en 1800 el rey español Carlos IV restituyó el territorio de la Lousiana a Francia. Y mira por donde, en 1803 un Napoleón necesitado de dinero para financiar sus aventuras bélicas vendió la Lousiana a los Estados Unidos que, de golpe y porrazo en una jugada maestra de su presidente Jefferson, conseguía doblar su territorio en Norteamerica por unos 15 millones de dólares.

¿Qué hubiera pasado si esos 4 millones y medio de pesos de plata acuñados en la ceca de la Ciudad de México hubiera llegado al puerto de Nueva Orleans? Nadie lo sabe pero se puede especular pensando en que quizás la historia de los Estados Unidos hubiera sido escrita de forma diferente.

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La moneda

Esta moneda, la que véis en estas imágenes, es una de las llamadas «peso fuerte», «peso duro» o «Real de a 8» y curiosamente fue la primera moneda de curso legal en Estados Unidos hasta que en 1857 una ley desautorizó su uso. El «Real de a 8» se había convertido durante el Siglo XVIII en la moneda de circulación por excelencia en todo el continente americano, parte de Europa y Asia y fue la referencia utilizada para crear el dolar de plata de los Estados Unidos. Allí se le llamó «Spanish Dollar» y por si no lo sabéis el símbolo del dólar ($) proviene de esas columnas envueltas por unas cintas, las columnas de Hércules, existentes en el reverso de los pesos españoles. Curioso ¿verdad?

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El rescate

El 2 de agosto de 1993 el pesquero «The Mistake» salió a faenar y ninguno de los miembros de su tripulación pudo imaginar que ese día sus redes iban a enredarse con algo en el fondo del mar. Al recoger las redes centenares de monedas de plata fechadas en 1783 cayeron sobre la cubierta… Acababan de encontrar el pecio de «El Cazador» que había permanecido allí hundido durante más de 200 años a unos 100 metros de profundidad y a unas 50 millas de Nueva Orleans.

Tras dar noticia del descubrimiento a las autoridades, se inició una serie de reclamaciones y peticiones que terminaron con una concesión a la empresa norteamericana Marex para comenzar la exploración del pecio. La verdad todavía no entiendo cómo es posible que las autoridades españolas no hicieran absolutamente nada al respecto y más tratándose de un buque de guerra protegido por la legislación internacional. Pero teniendo en cuenta que nunca se ha hecho nada hasta el caso del expolio de «La Mercedes» por parte de la empresa cazatesoros Oddisey, pues tampoco debería extrañar. De hecho en España la Ley 16/1985 del Patrimonio Histórico Español establece que el hallazgo de este tipo de bienes tiene una regulación exhaustiva, ley que se ha incumplido una y otra vez por parte de todas las administraciones. Y así fue como en unos meses y con la ayuda de robots submarinos, Marex extrajo miles de monedas de plata y otros objetos del pecio de «El Cazador«.

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Cómo un «Real de a 8» casi intacto acaba en mis manos

Y ahí aparezco yo en esta historia, haciendo un viaje de un par de semanas por el estado de Florida que me había llevado a Miami, los Everglades, Orlando, Cabo Cañaveral y finalmente hacia los Cayos de Florida con destino final en Cayo Hueso o Key West.

.Cayo Largo John Pennekamp.

Tras un par de días conociendo los Cayos llegué por fin al último y más famoso de ellos, Cayo Hueso o Key West que es en realidad una pequeña ciudad abigarrada de casas bajas, calles tranquilas y arboladas y un ambiente curioso, rompedor y animado al atardecer que se puede recorrer a pie o en bicicleta, o haciendo uso de los tranvías turísticos que recorren los puntos más señalados de esta ciudad donde han recalado todo tipo de buscavidas, aventureros, escritores, artistas, buscadores de tesoros, borrachos… y en los últimos años cruceros de lujo y un gran número de homosexuales.

.Calles de Key West.

Hasta aquí llegan hordas de turistas norteamericanos ansiosos de vivir esa mezcla de historia, extravagancia y exquisito encanto aquí tan mitificado creado por tantos personajes que decidieron establecerse aquí como Tennesse Williams o Ernest Hemingway. Y es que el recorrido entre el mojón que marca el punto más meridional de los USA, la South Street hasta llegar a la Duval St., y de aquí al muelle de Mallory Square es una sucesión de sorpresas.

.Cayo Hueso 0000012.

Una de las visitas imprescindibles en Cayo Hueso es la Casa Museo de Ernest Hemingway. Ubicada en la Whitehead St. justo enfrente del faro de Key West, la Hemingway Home es lo que aquí se denomina un National Historic Landmark, algo así como un tesoro nacional. Este viejo caserón con sus jardines fue la residencia del escritor entre 1931 y 1939 y pasear por sus habitaciones llenas de objetos personales y recuerdos es una experiencia única. Cuadros, fotografías y mobiliario nos trasladan a un período del pasado del que Cayo Hueso sigue viviendo hoy día.

.Cayo Hueso 0000007

Cayo Hueso Hemingway Home 0000001.

El siguiente lugar que tenía marcado con una cruz en Cayo Hueso era el Mel Fisher Maritime Museum en el 200 de Greene Street. Mel Fisher fue todo un personaje, un soñador, un aventurero carismático, uno de los pioneros del buceo, un buscador de tesoros con una fe inquebrantable y el descubridor de uno de los mayores tesoros encontrados bajo el mar. Decidió establecerse en Key West para dedicarse a la búsqueda de barcos hundidos en las costas de Florida. Allí comenzó a buscar el pecio del Nuestra Señora de Atocha en 1967 y durante los 16 años siguientes dedicó su vida y su fortuna a localizarlo. Siempre mantuvo la moral, y cada día que salía de casa a la búsqueda del Atocha repetía: «Today is de Day». Hasta que después de muchos años, desventuras y fracasos, incluida la pérdida de su hijo mayor y su esposa, lo encontró en 1985.

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Cayo Hueso Mel Fisher 0000001.

Mel Fisher, consciente no sólo del valor económico sino también del valor arqueológico de lo encontrado, fundó la Mel Fisher Maritime Heritage Society dedicada a la investigación y donó al museo de la institución tesoros y objetos históricos por un valor de unos 20 millones de dólares recopilados a lo largo de su vida de buscador de tesoros.

Pero lo más sorprendente del museo, además de la colección donde se pueden tocar cañones, comprobar el peso de un lingote de oro o ver joyas de valor incalculable, es que en su tienda podemos adquirir objetos provenientes de los naufragios. La verdad es que, como dije antes, no me quedó muy claro cómo es posible y legal la venta de objetos, monedas y joyas procedentes de un barco hundido. Por un lado te dicen que es potestad del museo vender algunas piezas, pero por lo que allí vi la venta de las monedas de oro y plata de los siglos XVII y XVIII, de las esmeraldas y demás joyas supone todo un boyante negocio.

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Todo aquello me resultaba sencillamente alucinante y me preguntaba si de verdad existían las leyes de protección del Patrimonio Arqueológico…hasta que ví la sección dedicada a las monedas de «El Cazador» con sus «Reales de a 8» casi perfectos con la efigie de Carlos III y su prominente nariz borbónica. En ese momento todos mis escrúpulos legales se vinieron abajo y me pregunté por qué yo no podía poseer un ejemplar de aquellas monedas que en su época fueron divisa universal. Cuando la vendedora dejó caer en mi mano esa pequeña parte de la Historia de España en América en forma de moneda de plata, sucumbí definitivamente a poseer un fragmento de Historia.

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Había monedas más asequibles pero mucho más deterioradas por los siglos pasados bajo el mar y el proceso del amalgamiento de la plata. Pero el ejemplar que brillaba en mi mano, pesado, denso, hermoso en la perfección antigua de sus grabados con las dos caras casi en perfecto estado me obligó, casi hipnotizado, a sacar la cartera y pagar 250$ de esos dólares con las dos barras y la cinta alrededor que son todavía hoy día el símbolo del dinero, de la riqueza y del poder…exactamente igual que hace más de dos siglos. Y es que hay cosas que apenas cambian con el paso del tiempo.

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