Sí, estoy en el desierto y no es un sueño

Abro los ojos y me digo que no, que no estoy soñando. La primera luz de la mañana apenas se insinúa entre las telas que cierran el acceso a la tienda bereber. El silencio es total. Entonces recuerdo y sonrío: estoy en el desierto del Sahara, durmiendo en medio de las dunas del erg de Merzouga.

No es un sueño. O sí lo es. La verdad es que esto es un sueño hecho realidad.

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Estoy en el sureste de Marruecos y a pocos km. de la frontera con Argelia. Me levanto de la cómoda cama y pongo mis pies sobre un suelo de alfombras. Porque aquí el suelo está literalmente alfombrado. Debajo sólo hay una finísima arena dorada. Camino descalzo sobre las alfombras (qué gozada) para asomarme al exterior. Elevándose sobre nuestras tiendas asoman las dunas que nos protegen del viento. El resto de tiendas forma un semicírculo alrededor de la mesa, los cojines y las alfombras que es nuestro «salón de reuniones» al aire libre. Sobre la mesa de madera veo una humeante jarra plateada con un oloroso té de hierbabuena. Sí, estoy en Marruecos. Estoy entre dunas y arena. Y esto no es un sueño.

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El largo viaje a Merzouga

Este viaje a Merzouga había comenzado un par de días antes en el aeropuerto de Marrakech. Tras perder  más de una hora y media en el control de pasaportes salí disparado a recoger el coche que había alquilado. Son 200 km. hasta Uarzazate y cuando arranqué el coche pensé: esto es pan comido. A las 3 horas todavía estaba pasando el puerto del Col du Tichka en la cordillera del Atlas. Una sucesión de obras, policías ocultos con sus radares, derrumbes de carreteras, barrancos infinitos y camiones cargados de formas imposibles convirtieron la primera parte del trayecto en una pesadilla. Y todavía me faltaba la otra mitad. Sólo la belleza del paisaje con los picos nevados del Atlas de fondo alivió los parones, el polvo y la interminable sucesión de curvas de la carretera N9. Cuando ya de noche llegué a Uarzazate me sentí un auténtico superviviente.

Al día siguiente toca madrugar. Desde Uarzazate «sólo» quedan unos 400 km. hasta Merzouga. La N10 va adentrándose en el desierto y sólo las orillas de los ríos, rebosantes de palmerales, rompen la monotonía ocre del paisaje. Por el camino quedan muchas viejas kasbash abandonadas y en ruinas. El cemento también ha llegado hasta aquí. Mientras tanto el rico patrimonio de las viejas ciudades de adobe se abandonan a la nada y al olvido.

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En el sur de Marruecos

Por el camino quedan Tinerhir y las formaciones rocosas de las Gargantas del Todra. Es inevitable parar en este cañón de paredes verticales para disfrutar de uno de los lugares más hermosos del sur de Marruecos. Desde aquí sólo me espera una inmensa llanura en forma de pedregal donde la vida parece imposible. Tras varias horas sin más horizonte que una árida llanura de piedra, rebaños de cabras y algunos dromedarios cruzo la caótica ciudad de Rissani.

Gargantas del Todra

Ya queda menos para llegar a mi destino. Por fin en el horizonte se dibuja la silueta de unas suaves colinas. Son las montañas de arena de las dunas doradas de Erg Chebbi. Son las 4 de la tarde y llevo conduciendo 8 horas. A diferencia del desierto pedregoso, un erg es el desierto que todos tenemos en mente: el formado por la acumulación de la arena arrastrada por el viento. Y eso es lo que tenía cada vez más cerca. Un paisaje fascinante de grandes dunas cada vez más cercanas a la carretera.

Pasar una noche en el desierto era uno de los objetivos de este viaje a Marruecos. Así que previamente había contactado con la agencia Bivouac Merzouga Experience para que me organizara la estancia. Lo bueno es que hablan español y francés. Tras unos whatsapp concertamos encontrarnos en su riad de Merzouga, ubicado muy cerca del Morocco National 4×4 Museum. Justo enfrente podía ver el inmenso campo de dunas a apenas 300 metros. Casi no podía esperar para adentrarme en ellas.

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De pronto ahí están: las dunas de Merzouga

Desde el primer momento todo es amabilidad y facilidades: el recibimiento con té o café, la información de las actividades previstas o las explicaciones sobre las actividades que se pueden hacer en los alrededores. Mi visita a Merzouga prevista para 2 días me parece ahora demasiado corta. Para otra ocasión quedarán las excursiones en quad, las visitas al palmeral y al pueblo Khamlia, o pueblo de los negros y a las minas de kohl, plomo y zinc explotadas por los franceses en tiempos de la colonia.

Por todo esto y mucho más Merzouga se está convirtiendo en uno de los destinos más populares para gente venida de todo el mundo. Es el Sahara accesible, el desierto de arena en el que dejar pasar el tiempo subido a una duna, en el que disfrutar de los atardeceres y amaneceres, de las noches estrelladas… Y todo eso se puede hacer con comodidades hasta hace poco inimaginables en pleno desierto. Porque cada día abren nuevos hoteles, riads y posadas a lo largo de la carretera entre Erfoud y Merzouga. Aquí os voy a relatar la experiencia de cómo es pasar una noche en una tienda en pleno desierto. Hay diferentes empresas que organizan este tipo de estancias, con diferentes opciones, servicios y por supuesto, diferentes precios. Puedes encontrar tiendas sencillas en las que encontrarás un camastro incluyendo el desayuno. Y tiendas de auténtico lujo que son casi un apartamento con baño propio y un servicio gastronómico de primera.

Tras dejar el coche en el estacionamiento privado de Bivouac Merzouga Experience y preparar una mochila con lo imprescindible para pasar una noche, me fui a directo a caminar por las dunas. Una hilera de dromedarios (los camellos tienen dos jorobas) descansaba apaciblemente al pie de las dunas. Y junto a ellos a la sombra de sus jorobas estaba su camellero que me contó algunas curiosidades. Estos animales pueden llegar a vivir más de 40 años y su edad se puede saber contando sus dientes. Mudan de pelaje cada año y su adaptación a los entornos desérticos es total. Hablamos en francés, ya que en Marruecos se enseña en el colegio, pero me cuenta que sus padres nunca pudieron estudiar. Ellos eran nómadas bereberes, pero las nuevas generaciones se están asentando sobre todo en zonas como esta donde el turismo es el motor económico.

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Tras pisar mis primeras dunas regreso al riad. Un 4×4 nos espera a mí y a una pareja de neozelandeses para llevarnos al lugar donde subiremos en nuestros dromedarios. A partir de aquí, cargados con nuestras mochilas, haremos el recorrido hacia el lugar donde se encuentran las tiendas. Los camellos, voy a llamarlos así desde ahora ya que los dromedarios son una variedad del camello bactriano, son animales curiosos. Cuando los monta alguien que no les gusta berrean lastimosamente y se niegan a levantarse. La solución es sencilla: cambiar a la persona de camello.

El momento más delicado es el arranque, cuando primero levantan sus patas traseras y luego las delanteras. Si no estás bien agarrado, ese bamboleo hacia delante y atrás puede terminar con el intrépido turista estampado en la arena. Pero nuestro camellero lo hace todo fácil y sencillo. Cerca el resto de camelleros observan la maniobra. El color de sus ropajes y del pañuelo que llevan enrollado en la cabeza me deja fascinado. Este pañuelo de varios metros, además de servir de protección solar, lo usan los bereberes para empaparlo cuando encuentran agua. Una vez enrollado les refresca la cabeza sirviendo como «depósito» de agua que van sorbiendo de la tela.

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En camello por el desierto

Cuando me quiero dar cuenta ya estamos avanzando por la parte baja de las dunas, porque los camellos no suben por ellas. El paisaje de arena me hipnotiza y me abandono al lento caminar del camello entre las dunas. El silencio y el sisear de la arena entre las patas del animal al caminar es lo único que escucho.

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Cuando nos adentramos en este mar de arena de un color casi anaranjado, veo gigantescas dunas que superan los 200 metros de altura. Sus cambios de color a lo largo del día y el consecuente baile de sombras es algo que me dejará fascinado.

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El campamento entre las dunas

Tras una media hora llegamos a una hondonada entre dunas donde se ha instalado un grupo de grandes tiendas en forma de «U». Cuatro tiendas a cada lado y una más grande en un extremo que es la que hace de comedor. En medio el  suelo está cubierto de alfombras, cojines y mesas donde sentarse a tomar el té y charlar con los demás viajeros. Me encuentro con una pareja de chinos de Pekín, una brasileña asentada en Boston y una familia norteamericana con sus 2 hijos pequeños de Oregón. A todos nos atiende un equipo perfectamente conjuntado de 4 marroquíes atentos a que estemos lo más cómodo posibles. Mi tienda es enorme, con una gran cama y baño con ducha incluida. Todo un lujo en pleno desierto. El emplazamiento es perfecto, muy cerca de la Gran Duna, un gigante de arena de 250 metros de altura.

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Es hora de ver el atardecer. La Gran Duna me espera. Caminar por las dunas es duro y hay que buscar el lado donde la arena está más compactada. Al final acabas casi arrastrándote y subiendo ayudado de pies y manos. Pero el paisaje desde ahí arriba…¡ay el paisaje! ¡Qué momento en el que descubres que todo a tu alrededor es arena! ¡Qué sensación de grandeza, de pequeñez, de soledad, de inmensidad, de belleza y de silencio!

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El fuerte calor de estos días y la calima del desierto se han aunado para que la luz del sol quede difuminada en un aire denso, casi gris y pesado. Aún así disfruto como pocas veces de estar ahí arriba rodeado de dunas doradas hasta donde alcanza mi vista. En soledad…o casi. La familia americana con sus dos retoños ha decidido instalarse justo a mi lado. Y mira que el desierto es grande. Tanto es así que cerca no hay nadie más: los niños gritones, sus amantísimos padres y yo. Quizás tuvieran miedo a estar solos en cualquier otra duna cercana.

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Una noche en el desierto

Con los últimos rayos de sol el cielo aparece por fin azulado al tiempo que las nubes se tiñen durante unos segundos con el color del atardecer. El día termina de repente. Casi sin luz desciendo por las dunas deslizándome por la arena y llevándome conmigo medio desierto. Para eso está la ducha en la tienda. Fuera nos reunimos todos para hablar en un batiburrillo de idiomas mientras bebemos el «whisky del desierto»: té con hierbabuena. El personal de Bivouac mientras tanto prepara una cena a base de sopa de verduras, un delicioso tajine de cordero y dulces de postre. Servida en la acogedora tienda-comedor la cena nos supo a todos a gloria. Pienso que no hay nada en km. a la redonda y poder disfrutar de todo lo que nos ofrecen en este lugar es un lujo en sí mismo.

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Cuando terminamos ya es de noche cerrada. Sigue la charla bajo una noche salpicada de estrellas apenas iluminada por una luna creciente. Y entonces los amigos del Bivouac encienden una hoguera para cantar siguiendo la tradición de la música tashelhit propia de los bereberes. Sentados alrededor de la hoguera, mientras las ascuas del fuego se elevan en la noche, cantan y tocan sus instrumentos durante casi 2 horas. Es una noche de estrellas, de crepitar de llamas y sonidos antiguos que se pierden en la oscuridad del desierto. La noche como casi nunca la vemos en el mundo del que venimos. Pasada la medianoche, entre asombrado y agradecido por el intenso día que he disfrutado, me retiro a mi tienda. La música sigue ahí afuera y me duermo escuchando las voces y percusiones de los hombres del desierto.

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Amanecer en el desierto

Hay huellas de pequeños animales en la arena. Aquí de escarabajos, allí de lagartos, puede que estas sean de culebras o serpientes. Es lo primero que veo cuando empiezo a caminar por las dunas a primera hora de la mañana. Descubro a mi lado un hermoso lagarto especialista en enterrarse en la arena. Ni se inmuta cuando lo cojo en mi mano para fotografiarlo. Estamos muy equivocados si pensamos que los desiertos son grandes espacios vacíos de vida.

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El sol todavía no ha salido en el horizonte, pero una luz tamizada da la bienvenida a un nuevo día en las arenas de Merzouga. Me pierdo por un par de horas en un sube y baja continuo de dunas en las que busco esa luz especial del amanecer en el desierto. El sol se alza en el cielo entre la calima que aparece hacia el este. El inmenso Sahara se extiende justo ahí. Me dedico a disfrutar del momento y fotografiar.

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Cuando regreso a desayunar al campamento veo desfilar largas caravanas de camellos con turistas a cuestas. Algunas con de más de 30 camellos. No quiero ni imaginar cómo tuvo que ser la noche en uno de esos campamentos masificados que empiezan a abundar por aquí. Sí, porque desgraciadamente en algunas zonas el desierto ya no está tan desierto. El turismo masivo también está llegando a este, hasta hace poco, olvidado rincón de Marruecos. Y por grande que sea el desierto es inevitable ver algunos grupos de tiendas en la lejanía. O caravanas de camellos que vienen y van. Afortunadamente me encuentro en una zona bastante aislada y no sufro de esa «masificación».

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El desayuno se prolonga hasta bien entrada la mañana. Toca cargar con la mochila y subirse de nuevo a un camello. El campamento donde hemos pasado la noche se vacía lentamente. Toca despedirnos de todos los que han hecho nuestra estancia realmente inolvidable. Esta vez el viaje de vuelta en camello toma otro camino. Durante más de una hora y media recorremos un nuevo mar de dunas. Ahora el sol luce en lo alto y el color anaranjado de la arena luce con intensidad.

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Regresando del mundo de arena

El paisaje de luces y sombras, curvas de arena y tonalidades ocres nos deja a todos sin palabras. Yo fotografío como puedo intentando no caerme mientras acompaño con mi cuerpo el desgarbado caminar de mi camello. En medio de la nada escucho a uno de los camelleros que marchan a pie mantener una conversación en chino con la pareja de Pekín. ¡Qué situación tan extraña! Un bereber del sur de Marruecos hablando en chino mientras guía a sus camellos por medio de un desierto de arena anaranjada. Mientras tanto otro de los camelleros se aleja buscando cobertura para su teléfono móvil. La globalización ha llegado a los rincones más recónditos del planeta. Quizás ya no queda nada por descubrir. Quizás ya no quede un lugar donde el resto del mundo quede lejos.

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Llegamos a donde empezó este viaje, al lugar de descanso de los camellos (dromedarios) al pie de las dunas. Por la carretera cercana pasan de vez en cuando algunos 4×4. El tamaño de sus ruedas y su carga indican que van hacia el sur, allí donde termina el asfalto y comienza una nueva aventura. Los camellos se arrodillan para descansar apoyados en sus barrigas. Estos turistas no merecen ni un berrido, parecen decirme con sus miradas indiferentes.

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Aquí el tiempo y el espacio adquieren otras dimensiones que los que no vivimos aquí apenas alcanzamos a entender. Han pasado menos de 24 horas y parece que el mundo se hubiera detenido en algún momento en algún lugar de este mar de arena. Quizás sucedió mientras subía a una de esas grandes dunas, quizás mientras seguía las huellas de un escarabajo sobre la fina arena tras el amanecer. No lo sé. Hay lugares que poseen un ritmo especial y el desierto de dunas de Merzouga es uno de ellos.

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Informaciones prácticas:

– Hay varias formas de llegar hasta Merzouga. Puedes llegar en autobús desde Fez o desde Marrakesh a Rissani en un largo viaje que puede durar hasta 9 horas. Desde esta población puedes tomar un taxi hasta Merzouga.

– la forma más cómoda, aunque no la más económica, es volar hasta Casablanca o Marrakesh y tomar un vuelo interno a Errachidia. Desde aquí a Merzouga apenas hay 3 horas de carretera.

– También puedes alquilar un coche como hice yo. Es la forma de poder parar donde te apetece. Que ves un palmeral chulo, te paras. Qué quieres entrar en una kasbha, te paras. Qué quieres conocer las gargantas del Dades o del Todrá, pues vas y te das una vuelta. Que quieres parar en el maravilloso valle del Draa, pues lo haces. Pero conducir en Marruecos tiene también sus inconvenientes: los controles de policía (si te ponen una multa, toca negociar rebaja y pagar en efectivo), las obras en las carreteras, la peligrosidad de algunos tramos… Aquí 200 km. se pueden hacer muy largos, atravesando inmensos desiertos de piedra bajo un sol de justicia. Os aseguro que conduciendo por el sur de Marruecos conoceréis lo que es un espejismo en el desierto.

– A pesar de la aridez del entorno encontrarás muchas gasolineras por el camino. Y restaurantes también. Son los auténticos oasis del sur marroquí. Si se avería tu coche (como fue mi caso) no encontrarás talleres mecánicos hasta alcanzar la ciudad de Zagora al sur o de Uarzazate en el camino a Marrakesh. Y os aseguro que quedarse tirado con un coche con el motor averiado sin cobertura de móvil en medio de la nada a más de 40ºC es toda una experiencia.

– Recuerda que en cualquier viaje un buen Seguro te puede ahorrar preocupaciones y resolver muchos problemas. Sobre todo en un viaje como este por el sur de Marruecos. Desde aquí te recomiendo MONDOel seguro de viaje inteligente. Además si lo contratas desde aquí tendrás un 5% de descuento.

– las mejores épocas para visitar Merzouga son todas, menos de junio a septiembre. Venir aquí de vacaciones en pleno verano es sólo para gente muy ruda o para frioleros enfermizos.

– Como mínimo dedica una semana a este viaje. Y si tienes más tiempo, mejor. Viajar por el sur de Marruecos es hacerlo de sorpresa en sorpresa. Yo hice una ruta circular desde Marrakech yendo a Merzouga por la N10 y regresando por la N12 al sur.

– Y ahora lo más importante: el alojamiento. Porque si no eliges bien tu soñada estancia en el desierto puede convertirse en una pesadilla. Este es uno de esos lugares en los que has de gastar tu dinerito si no quieres acabar sufriendo. Sufriendo porque tu tienda es pequeña y  tu cama es un camastro. Porque en el desierto muchas noches son frías y no tienes mantas para cubrirte. Porque no tienes donde quitarte los kilos de arena que se han adherido a cada poro de tu cuerpo. Ni tienes donde lavarte para evitar que el olor a camello te acompañe en tus sueños (en vez del perfume de Channel Nº5). Además, si viajas en plan barato, puedes acabar compartiendo tu espacio en el desierto con otras 50 personas, o más.  Y llegar hasta el desierto del Sahara para acabar como en el vagón de un tren a hora punta, puede ser más que deprimente.

– En Erg Chebbi y Merzouga hay numerosos hoteles, albergues  y riads donde poder pasar unos días. Y también muchas agencias que ofrecen la experiencias de pasar una noche en el desierto. Pero mira por donde en mi caso no tuve que buscar mucho y acerté de pleno. En Bivouac Merzouga Experience tienes 3 opciones diferentes a precios diferentes. Desde la haima (tienda) más sencilla sin baño por unos 60€, hasta la más lujosa por unos 175€. Para aquellos que busquen una experiencia muy, muy especial os recomiendo las haimas de Merzouga Dunes Luxury Camps. No conozco otras agencias ni otros campamentos en el desierto. Pero la calidad humana, la simpatía y el afán de servicio de su personal está más allá de lo esperado. Su esfuerzo bien merece esta recomendación.

– Para pasar la noche entre las dunas sólo necesitarás lo imprescindible para una noche. No es necesario que cargues con todo tu equipaje. La estancia de una noche en las dunas se puede alternar con alguna noche más en los hoteles o riads de Merzouga.

– Respecto al material fotográfico, sólo una recomendación: ser especialmente cuidadosos. La arena aquí es muy fina y puede acabar entrando en cualquier aparato que no esté sellado o protegido. Una caída en la arena, o un poco de viento del desierto puede suponer el adiós definitivo a vuestros equipos.

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